Camaradas de Armas - En el lago Lower Slide, Josías me cuenta por qué quiere irse de Corpus Christi

Camaradas de Armas

Es 25 de Junio del 53. Hoy, jueves, llega al aeropuerto de Jackson Hole un tejano que ha reservado una expedición individual de pesca para todo el fin de semana. Siempre que les es posible, les pido a mis clientes que vengan un día antes de comenzar la expedición. Casi la totalidad de ellos vienen desde muy lejos y llegan cansados de varias horas de viaje. La mayor parte vienen desde la Costa Oeste, algunos también de de la Costa Este, y cada vez más, como en este caso, desde el Sur.

Por teléfono, cuando contratan, siempre les hago algunas preguntas para hacerme una idea de la capacidad que tienen para acampar en el bosque y sobre sus conocimientos acerca de, en este caso, la pesca, pero cuando llegan hacemos una entrevista más pausada y concisa para conocernos y entablar algo de confianza, y además, para terminar de definir el destino y la logística necesaria.

A mediodía, con sólo cinco minutos de retraso, aterriza el avión. Espero a un hombre de sesenta años llamado Josías Franklin. Cuando aparece, es el prototipo más típico que te puedes imaginar de un tejano. Un hombre de estatura media, con facciones muy marcadas y la piel curtida y bronceada de muchos años abrasándose al sol. Bien podría pasar por un veterano pistolero en una película del oeste pero la expresión de su rostro es afable.

Camaradas de Armas - Llegada
Josías a su llegada al aeropuerto de Jackson Hole
(Personaje 3D: Luis Polo / Foto de fondo: IA y Luis Polo)

Hay quienes dicen que en los ojos de una persona ven muchas cosas. En mi opinión eso es una patraña o un malentendido. Los ojos no tienen expresión y, obviamente, no tenemos poderes para ver lo que no se ve, miremos a donde miremos, por más que algunos quieran pensar que sí, sin embargo, lo que sí es cierto es que los párpados, las cejas y todos los músculos que los rodean, a veces forman inconscientemente expresiones más fiables y menos artificiales que las que podemos formar con el resto de la cara. La de este hombre es de las que inspiran, por algún motivo, una especie de cordial familiaridad.

—¿Señor Franklin?.

—Señor Kaplan, encantado de conocerle cara a cara. Llámeme Josías, por favor.

—Igualmente, encantado. También, llámeme Ricardo. ¿Qué tal ha sido el viaje?.

—Bien. Se me ha pasado rápido. Un montón de papeleo me ha tenido ocupado casi todo el tiempo. Cosas de recién jubilado.

—¿Quiere que le lleve a su alojamiento y descansar primero o prefiere que nos acerquemos ahora a la cafetería?.

—A la cafetería, por favor. Cualquiera diría que eso que sirven en el avión a lo que llaman café lo hacen con el agua que sale del urinario. Ahora mismo mataría por uno de verdad —dice sonriendo—. Soy muy cafetero.

Ya con un buen par de cafés delante, comenzamos a definir la expedición.

—Me ha dicho usted que cabalga habitualmente y también, de vez en cuando, acampa y pesca.

—Así es. Tengo caballos y cabalgo muy habitualmente pero acampar y pescar no lo hago tanto como me gustaría. Allá, en Corpus Christi, de donde vengo, no es fácil ni una cosa ni la otra. Es una región que no se presta a eso. Sólo hay algún arroyo de mala muerte y es todo llano hasta el infinito; no se ve una montaña en cientos de millas a la redonda y ahora, en verano, hace un calor sofocante que no te deja ni pensar con claridad. Mi cuerpo me pide desde hace tiempo el frescor de las montañas y el bosque, y si puede ser acampando y pescando, pues mucho mejor. Eso es lo que más me importa en esta expedición.

—Si le parece, a pocas millas de aquí hay un buen sitio al que se puede llegar en coche por un camino. Hay un lago y un río con buena pesca y está rodeado de bosques de pinos y abetos. Llegaríamos allí en menos de una hora y así aprovecharíamos al máximo el tiempo de acampada y pesca.

—Oh, eso suena perfecto, amigo mío. Es exactamente lo que busco.

Tiene una voz grave y habla de forma pausada y serena. Se nota que no es de ciudad en que no usa para hablar más palabras de las que necesita.

Quedamos en que pasaré a recogerlo mañana a las cuatro de la tarde. He decidido que el mejor sitio al que podemos ir según sus intereses es el Lower Slide; un lago que forma el río Gros Ventre y al que además desembocan otros arroyos de montaña. Es un lugar tranquilo, bellísimo y con buena pesca, y además está muy cerca.


El viernes a las cuatro de la tarde, Josías está puntualmente esperando a la puerta de su alojamiento. Cargamos el equipo en la ranchera y en sólo unos minutos ya nos adentramos en el camino. Este transcurre en su mayor parte por una zona llana hasta apenas cuatro millas antes de llegar al lago, cuando se adentra de golpe en la cordillera y el paisaje cambia radicalmente.

Camaradas de Armas - Camino Kelly
Imagen: IA y Luis Polo

Este cambio asombra a Josías, que está encantado con la belleza del lugar y me hace varias preguntas sobre cómo es la vida aquí durante todo el año, incluso interesándose por el precio de las propiedades.

—Bueno, es cierto que es bellísimo pero tenga en cuenta que estamos a principios de verano. En esta época todo está precioso y mucha gente quiere venir. Después… bueno, aquí sólo quedamos los que somos de aquí. Para vivir en un lugar como este tiene que gustarle esta vida; el invierno aquí puede ser muy largo y difícil para quien no está aclimatado. Sin embargo, yo no lo cambiaría por ningún otro lugar.

—Seguramente ya haya pensado que mis preguntas son algo más que simple curiosidad —me contesta—. En realidad, además de disfrutar de este fin de semana estoy buscando un lugar donde pasar mi jubilación. No la quiero pasar en Corpus Christi por nada del mundo. Ya no queda nada que me una a ese lugar. Hace ya bastantes años tuve que pasar una temporada en Helena, Montana, por trabajo y unos amigos, en unas pequeñas vacaciones, nos trajeron a mi esposa y a mi a conocer toda esta región. Yellowstone, Bridger-Teton, Grand-Teton, Shoshone… Ambos quedamos enamorados del lugar y aún hoy seguimos recordándolo. Además ella, que es de Boston, nunca ha conseguido adaptarse de todo a Corpus Christi. A su manera, la vida allí tampoco es siempre fácil.

Tras un pequeño silencio, añade: —De un tiempo a esta parte, parece que a Corpus Christi tampoco le gustamos nosotros. No, señor. Hay cosas peores que los inviernos largos.

Hay un rencor evidente en sus palabras y en el tono en el que las dice. En ese momento, ya el lago aparece ante nuestros ojos y su expresión cambia notablemente.

—Bien, aquí es donde pasaremos el fin de semana. ¿Qué le parece?.

—Asombroso. Parece mentira que hayamos tardado tan poco en llegar a un lugar como este. No podría ser mejor.

—Aquí mismo, donde el lago vuelve a embocarse en el río, hay buenas zonas para largar el sedal. Acamparemos hoy aquí. Si lo desea, podemos empezar hoy mismo, antes del anochecer, que es muy buen momento para las capturas.

—Por mi, perfecto. Lo estoy deseando.

Descargamos las cosas y encontramos un buen lugar para acampar. Aún es algo temprano para intentar capturar alguna trucha y, con las tiendas ya listas, hablamos de esto y aquello mientras esperamos a que llegue la hora. Aprovecho para explicarle dónde estamos porque es toda una historia.

—¿Sabe qué?. Este lago, no hace mucho, no existía. En los años veinte, por diversos factores naturales hubo un corrimiento de tierras descomunal que represó el río, formando este lago. De ahí su nombre. Un par de años después esa presa acabó rompiendo, provocando unas terribles inundaciones más abajo. A mi esposa, que era aficionada a la geología, le gustaba mucho venir aquí.

—¿Le gustaba?.

—Si, desgraciadamente falleció hace un par de años en un accidente ferroviario.

Mirándome fijamente y arqueando la cejas, me dice: —Vaya, eso es terrible, de verdad que lo siento—. Y no añade nada más. Mentalmente, le agradezco que no intente poner palabras huecas a un hecho de tal calibre.

—Yo sólo tenía nueve años cuando este lago se formó pero lo recuerdo bien. Era la comidilla de toda la región y algunas veces veníamos a verlo pero desde allí arriba, desde las cumbres opuestas a la zona del desprendimiento —le digo señalando las montañas del lado norte del lago—. El nivel del agua llegaba mucho más arriba de donde estamos ahora, antes de que se terminara rompiendo la presa. Toda esa enorme zona de ladera pelada que ve ahí, sin árboles, de rocas y cantos —le digo señalando la ladera en el lado suroeste del lago—, es de donde se desprendió. Seguirá siendo visible durante muchas décadas.

Josías presta mucha atención a todas las cosas; parece una persona con una gran curiosidad.

—Cuando la presa se rompió en el 27, provocó una tragedia en Kelly, ese pequeño pueblo que vimos justo antes de entrar en la cordillera. Varias personas murieron por las inundaciones. Sin embargo, los vecinos de la zona se comportaron ejemplarmente. Uno de ellos se dio cuenta de que la presa estaba colapsando y salió a toda prisa, conduciendo su coche como alma que lleva el diablo para avisar a los vecinos, salvando muchas vidas. Estos que se salvaron pero lo perdieron todo, fueron acogidos todos ellos en las casas de los demás vecinos que no fueron afectadas por la riada.

Después, añado: —Aquí casi nunca pasa nada pero cuando pasa, es a lo grande.

Pocos minutos después ya comenzamos la tarde de pesca. Me fijo en que sabe escoger la línea y hacer el tiro de forma competente. Sólo me pide consejo para elegir una buena zona. Mi forma en estos casos es, en vez de señalárselas, darles indicaciones sobre cómo identificar una posible por ellos mismos, como por ejemplo localizar un pozo. Siempre me aparto un poco para dejarles espacio y que no se sientan atosigados; que vayan a su aire y a ver cómo van. Pero estoy lo suficientemente cerca para ver cómo lo hacen, si se defienden bien o si tengo que acercarme para ayudarles.

Algunos de los que vienen suelen considerarse mucho mejores pescadores de lo que en realidad son, incluso aunque apenas hayan ido de pesca un par de veces, pero hay un indicador que no falla. Es cuando pasados unos treinta o cuarenta minutos se empiezan a impacientar si no hacen capturas, aunque les hayas advertido previamente de que deben contar con esa posibilidad.

Un buen pescador sabe que eso es normal, no pierde la paciencia y sigue aguardando o buscando alternativas. Los malos pescadores, pasado ese tiempo sin capturas empiezan a mostrar signos de frustración. Hacen movimientos más bruscos, como si quisieran mostrar que algo está fallando y no son ellos. Como si el río tuviera la obligación de entregarles un premio por ir. Los peores incluso llegan a soltar improperios a voces o cometen imprudencias pero afortunadamente estos casos son raros. Sin paciencia es imposible ser un buen pescador. Serlo es toda una filosofía de vida; un muy sano ejercicio mental. A todos nos gustan las buenas capturas pero la falta de ellas no convierten la jornada en mala.

Ahora estamos ya pasado ese momento y Josías, aún sin capturas, permanece impertérrito. De vez en cuando prueba otro lugar y lo hace pausadamente. Continuamente levanta la cabeza oteando el paisaje durante minutos. De vez en cuando me mira y asiente con la cabeza con una sonrisa. Así es un buen pescador, incluso el que jamás ha cogido una caña. El que disfruta del arte de la pesca independientemente de las capturas.

Al final no ha ido del todo mal. Con las últimas luces antes de anochecer, recogemos y vamos al campamento a preparar la cena. Limpiar las truchas y prepararlas forma parte de estas expediciones. Tras la cena y una agradable pero breve charla comentando la experiencia, él todavía está algo cansado de dos días de mucho ajetreo y enseguida se retira a la tienda a descansar.


A la mañana siguiente nos levantamos temprano para empezar la jornada de pesca a la salida del sol. La mañana transcurre muy bien, mucho mejor que la tarde de ayer y ambos hacemos algunas capturas de tamaños bastante decentes.

—Qué buena mañana —me dice Josías—. Jamás había pescado truchas de este tamaño. Se me ha pasado el tiempo volando.

Hacemos un recuento de las capturas y volvemos al campamento a preparar café.

—Sí que ha sido una buena mañana —le digo—. Si le parece, ahora descansaremos aquí un rato con estos cafés y después moveremos el campamento hasta el otro extremo del lago. Ya ve desde aquí que no es mucho; apenas una hora de caminata.

—Aunque fuera más, por mi encantado —contesta.

Y así hacemos. Recogemos las cosas y con tiempo de sobra antes de preparar el almuerzo llegamos al otro extremo del lago. Tras almorzar hacemos un pequeño recorrido por los alrededores a la espera de que llegue la jornada verpertina de pesca. Ésta transcurre todavía mejor que la de la mañana e incluso la terminamos pronto por la cantidad de capturas. Todavía queda un rato de sol y nos sentamos en el campamento a disfrutar de estos últimos rayos de luz.

—Ha sido realmente magnífico el día —dice—. Creo que si no hubiera pescado nada estaría igual de contento. Tengo la sensación de que estoy tan satisfecho por el hecho de ver que en realidad no había idealizado este lugar después de tanto tiempo. Me da el motivo definitivo para mandar a Corpus Christi a freír espárragos.

—Está usted enfadado con ese lugar.

—Bien sabe Dios que así es. Sí señor, no le quepa la menor duda, pero es una historia un poco larga de contar.

—No se me ocurre mejor momento.

Josías sonríe: —Eso es cierto. Lo resumiré un poco o no acabaré hoy. Verá. He dedicado toda mi vida al petróleo; soy la segunda generación. En tierras de mi abuelo, en un lugar llamado Aguilares, a pocas millas de Laredo, cuando mi padre aún era muy joven, encontraron petróleo. Mi abuelo, que era de una pasta muy peculiar, se desentendió de aquello y dejó a mi padre que se encargara del asunto. Con muy buen ojo y en pocos años, mi padre acabó formando una gran empresa petrolífera con base en Corpus Christi. Uno de sus mejores aciertos, si no el mejor, fue rodearse de gente muy competente y de fiar. Tenía un don para eso. Los que formaban parte de aquélla primera junta eran casi como familia para nosotros. Todo eso nos dio una buena vida. Me envió a Harvard a estudiar para que pudiese cogerle el relevo llegado el momento.

Camaradas de Armas - Lower Slide
Josías me cuenta por qué quiere irse de Corpus Christi
(Personajes 3D: Luis Polo / Foto de fondo: IA y Luis Polo)

—¡Un cowboy de Harvard! —exclamo.

—Sí, me gastaron muchas bromas con eso —dice sonriendo—. Allí conocí a Sally, mi esposa. A ella no le agradaba la idea de dejar Massachusetts pero acabó cediendo; lo hizo por mi. Hice todo lo posible para que no se arrepintiese y al principio fue bien pero luego le fallé. Al final las cosas se acabaron torciendo mucho. Cuando mi padre se retiró, me tocó mi turno. Con el tiempo los de aquella junta, que eran más o menos de la quinta de mi padre, se fueron jubilando también y me cuidé mucho de a quién ponía. La empresa siguió creciendo y generando mucho dinero; seguía yendo muy bien.

Hace una pequeña pausa para encender un cigarro y continúa: —Mi padre me solía decir, tanto en casa como en la empresa: «si algo está funcionando bien, no lo toques; vigílalo pero no lo toques», y yo seguí su filosofía pero en algún momento me equivoqué y las cosas empezaron a cambiar. La Gran Depresión conseguimos capearla bastante bien pero aún así hubo que hacer algunos ajustes en la estructura y, hacia finales de los 30, entró alguna gente que empezó a crear problemas innecesarios, sólo para hacerse notar y ganar protagonismo ante otros. A partir de ahí, poco a poco se empiezan a crear dos bandos enfrentados. Los nuevos contra los viejos. Y no te puedes deshacer de ellos porque tiene que haber un acuerdo por mayoría. Como a algunos de los míos les falta más tiempo que a mi para jubilarse, estratégicamente cambian de bando para no perder su asiento cuando yo me vaya. Y te van acorralando como alimañas. Lo convierten en algo personal. Gente que conoces desde la universidad y sus esposas, que cenaron en casa mil veces, que nuestros hijos estudian juntos, te dan la espalda; dejan de hablarte, igual que a Sally. El ambiente acaba siendo irrespirable dentro de la empresa y fuera de ella.

Arquea las cejas, se recoloca en la silla, y en tono más enérgico, continúa: —¿Sabe a qué conclusión he llegado después de muchas noches sin dormir?. La lucha, en realidad, la que perdí, no es de unas personas contra otras. Es algo diferente en el origen. Se trata de a qué personas atraes tú y a qué personas atrae el dinero; esa sí que es una lucha de mucho antes de que empezaran los problemas. Tú intentas atraer cuidadosamente a lo mejor pero al mismo tiempo el dinero está atrayendo sólo a la mediocridad y tienes que hacer la criba. En algún momento de esa criba he cometido mi error fatal. Pero de eso no tenga la menor duda; el dinero sólo atrae a la mediocridad y además, tiene la capacidad de sacar lo peor de ella.

—Ahora le entiendo —añado.

—Podría seguir luchando —continúa—; aún tengo cuerda para rato, pero ya he tenido bastante. Participé en la Gran Guerra cuando era joven y ya he tenido suficiente; se ha acabado mi cupo de pelea. Además, Sally no se lo merece; siento que debo compensarla por lo que le he hecho pasar.

—Eso también lo comprendo, a mi me pasa exactamente lo mismo. Participé en la Segunda y también siento que he agotado mi cupo de guerras. Sólo busco esta paz; es lo que me da vida— le digo mientras vuelvo a reclinarme en el asiento.

Josías asiente con la cabeza y tras unos segundos de silencio, pregunta: —¿Europa?, ¿el Pacífico?…

—Europa.

—Vaya —añade él—, parece que los dos hemos repetido la misma historia pero en diferentes épocas, ¿cómo no me iba a entender?. Después de pasar lo que pasamos, de ver lo que vimos… Vienen unos niñatos con aires de grandeza, cuando ya el trabajo más difícil está hecho a decirte que te apartes, que ellos saben más que tú, en busca de medallas que no se ganaron, y tú en tu mente tienes a aquéllos críos, porque no éramos más que críos, desmembrados en el campo de batalla. Hacía apenas una hora que estaban sonriendo contigo, compartiendo historias, con ganas de volver a casa… Pocos días hay que no me acuerde de ellos. ¿Quién puede pensar que quiero esta pelea?. No tengo que demostrarle nada a nadie. No, señor. Esta es mi medalla; descansar en un lugar como este. Me lo he ganado, maldita sea.

—Desde luego que se la ha ganado. Yo no tomaría una decisión diferente en su caso. No podría. No he pasado por lo que usted en Corpus Christi pero durante varios años que viví en Los Angeles vi muchas cosas que me hacen comprender lo que está contando. Muchos buenos chicos no volvieron a casa; cientos de miles, y cuando ves estas cosas tú te preguntas: ¿esto es lo que quedó de aquélla generación?. Sabías que con uno de ellos al lado tenías la espalda cubierta; que darían su vida por los compañeros.

—Amén a eso —añade él.

—Yo trabajaba en un bufete —le cuento—. Vuelves de la guerra después de haber visto todo eso y nada más llegar, tienes que defender a un energúmeno que apaleó a una dependienta de sesenta años para robarle ocho dólares. En los pasillos, antes de entrar en la sala se recochinea delante de ella y de su familia; les dice que como lo condenen, cuando salga se lo hará peor, que no dejará testigos. Mi bufete encuentra un defecto en la denuncia y el imbécil queda libre y sin cargos porque en una línea de un formulario había una incorrección. ¿Esto es lo que sobrevivió?, te preguntas tú. ¿Este tipo se merece más la vida que aquéllos chicos que nunca volvieron?. Pero la cosa no acaba ahí. Mi bufete lo celebra: ¡Hemos ganado!, ¡somos los mejores!. ¿Es esta la justicia?.

—Así es; es muy injusto —añade él—. Nadie puede comprenderlo si no conoce ese lado de la vida; ese infierno.

—Sí, es muy complejo. Me daba la impresión de que el resto del mundo vivía en una burbuja —le digo mientras él asiente con la cabeza—. Acaba la guerra y todo el mundo te dice: «Oh, habéis hecho algo grandioso. Habéis acabado con los nazis. Habéis liberado al mundo del mal», y es verdad que había que acabar con ellos; estoy de acuerdo y no lo pongo en duda, pero cuando estabas allí tú decías: «pues ven tú a luchar, yo me quiero ir a mi casa con los míos y quiero que estos chicos también vuelvan», y también es verdad. ¿Cuál de las dos partes es más correcta?.

—Esa misma pregunta llevo casi cuarenta años haciéndomela y no he encontrado la respuesta —responde él con la mirada perdida.

Tras unos segundos, añado: —Te dan las gracias por liberar al mundo del mal a cañonazos pero luego la justicia te obliga a dejar libre a un tipo como aquél porque alguien se equivocó al escribir una cosa. Quizá ahí esté la respuesta a nuestra pregunta. No me malinterprete; no me refiero a que aquél animal no debiera tener derecho a la defensa, ¿pero que quede impune?. Al final la única que pagó es la pobre señora apaleada. Eso no es justicia, es la chapuza más hipócrita del mundo si dejarlo libre es igual de aceptado que cargarse a los nazis. Para la justicia un papel mal escrito es más importante que una señora apaleada. Es descorazonador.

Los dos nos quedamos completamente absortos mirando al fuego durante minutos, hipnotizados, ensimismados en nuestros pensamientos.

Después, Josías añade: —Parece como si me hubiera quitado un enorme peso de encima. Necesitaba soltar todo esto por la boca.

Antes de que termine la frase yo ya estoy asintiendo enérgicamente: —Exactamente lo mismo estaba pensando. Parece que sólo necesitábamos conectar con alguien que hubiera pasado por lo mismo. Ha sido muy liberador.

A partir de ahí seguimos charlando de cosas que ahora nos parecerían insignificantes, con un talante completamente diferente y entre sonrisas.


El domingo, la de la mañana ya será la jornada final de pesca. Ésta no va ni bien ni mal en capturas pero es una mañana muy agradable típica de los inicios del verano, con un amanecer muy fresco pero que enseguida el sol empieza a calentar, con un cielo azul muy limpio. El tiempo se pasa muy rápido a nuestro pesar.

Tras el almuerzo preparamos café y después ya recogemos el campamento para iniciar el regreso. Lo dejo en su alojamiento quedando de recogerlo a la mañana siguiente para llevarlo hasta el aeropuerto.

Al día siguiente, ya en el aeropuerto, nos despedimos.

—Ha sido un placer, Ricardo. Muchas gracias. Tenga por seguro que nos volveremos a ver pronto. Le telefonearé.

—Gracias a usted, Josías. Me alegrará verle aquí. Será bienvenido en Wyoming.

FIN


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Este relato fue publicado originalmente en Lobo Tactical el 22 de Febrero de 2024.


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