Los Perros del Infierno
El martes 10 de Junio de 1930 fue el día en que Dios abandonó nuestro hogar.
Todas nuestras cosas, nuestra casa, nuestros cultivos, nuestras semillas… todo lo que consideraba mi vida se fue ese día pero cuando me desperté, todavía no sabía que nunca volvería a dormir en esta casa.
Por la noche apenas conseguí conciliar el sueño; algo muy raro en mi, que suelo dormir plácidamente, y me ha costado levantarme lo indecible. No sabría decirte por qué.
Hoy espera un día duro de trabajo. Hay que arreglar varios canales de irrigación de la cebada. Por suerte aquí, en Williston, Dakota del Norte, el agua es lo único que no escasea en las pequeñas granjas familiares.
Mis tres hermanos están terminando ya de desayunar cuando yo empiezo y se burlan de la expresión cansada y adormecida de mi cara. Aunque lo intento no soy capaz de seguirles el juego. Ruth y Pauline, las esposas de mis dos hermanos mayores, ya deben de estar fuera.
Con la taza en la mano y el aroma del café subiendo hacia mi cara, siento que podría quedarme aquí sentado indefinidamente, con el tiempo detenido, esperando que nada perturbe mi somnolencia.
Estoy completamente abstraído en mi interior, con todos los sentidos funcionando sólo de piel hacia dentro, completamente ajeno e insensible a mi alrededor; a los ruidos de mi madre limpiando los cacharros y mis hermanos cogiendo los aperos para iniciar la jornada.
Me inclino sobre la taza y remuevo el café para que su reconfortante olor penetre hasta lo más profundo de mi cerebro y cubra todos los sentidos; como una manta que arropa a un bebé recién nacido.
Le doy el primer sorbo y lo aguanto en la boca unos segundos para exprimir todo su sabor. Entonces lo trago y noto como se extiende por mi tracto digestivo con toda su reconstituyente calidez.
En ese momento se escucha el motor de un vehículo acercarse. El inusual sonido de un coche que se acerca a la granja un día como hoy y a estas horas, junto con los efectos del café, me fuerzan a terminar de despertar para acercarme a la ventana a mirar quién podría ser.
No se distingue a sus ocupantes pero no será nadie conocido. Evidentemente es un coche de la ciudad. Es un vehículo hecho para andar sólo por asfalto y aún se mantiene decentemente limpio a pesar del camino hasta aquí.
Madre está a mi lado, también mirando por la ventana y la observo en el momento en que su cara torna de una expresión de curiosidad a una de extrema preocupación. Sin mediar palabra se dirige a la puerta y la sigo. Por cómo le cambió la cara ya me doy cuenta de quienes seguramente serán.
El coche se detiene y se bajan dos hombres. Uno se dirige hacia madre caminando rápido y de una manera un tanto teatral, con cara de falsa severidad. El otro se queda de pie, como escondido detrás de la puerta abierta del vehículo. Lo conozco. Aún no hace mucho que siendo yo niño, cuando madre tenía que ir al banco a hacer alguna gestión, me llevaba con ella y nos quedábamos media mañana paseando por la ciudad, jugando y charlando. Me compraba un helado o un refresco. Éste era el hombre que siempre atendía a madre en el banco.
Su expresión es totalmente diferente; apesadumbrada. Apoya los brazos cruzados sobre la parte superior de la puerta, niega con la cabeza y apoya brevemente la frente en los brazos. Está inquieto y se recoloca el sombrero continuamente.
El otro, con su teatral expresión, llega hasta donde está madre y se dirige a ella sin siquiera dar los buenos días.
—¿Felisa Broad?.
Mis hermanos y yo solemos reírnos y hasta apostar por cómo los desconocidos pronunciarán el nombre español de madre, a la que habitualmente llaman por Lisa.
—Venimos del banco del condado de Williams a ejecutar la hipoteca. Deben abandonar esta propiedad antes de cuarenta y ocho horas. Aquí tiene la sentencia.
—No se atreverán —le replica madre decidida, con los brazos en jarras e inclinando su cabeza de forma desafiante hacia la del hombre. En ese momento, me fijo que en la mano derecha esconde una piedra.
—Señora —le contesta el banquero en tono prepotente—, la hemos avisado en repetidas ocasiones, le hemos dado tiempo y no ha cumplido con sus obligaciones. Esta propiedad es ahora legalmente del banco del Condado de Williams y no tienen derecho a quedarse aquí. Como deferencia les damos dos días para recogerlo todo y marcharse.
—¡Oh, muchísimas gracias por su amabilidad! —le contesta madre con sorna—. ¡Escúcheme bien, ya sé que voy con retraso en los pagos pero eso no significa que no se vayan a pagar!. No tienen derecho a echarnos de nuestra tierra. ¡Esta propiedad es nuestra!. Como vea a alguno de ustedes entrar aquí… ¡le dispararé!.
Conozco bien a madre y me empiezo a preocupar por lo que pueda hacer. Está empezando a agitar nerviosamente la mano en la que esconde la piedra. Para ella sólo existe la bondad absoluta y la ira absoluta; no hay punto medio, y aquí no habrá bondad. El hombre del banco que permanecía junto al coche, al ver hacia donde se desarrollaba la conversación, se acerca calmadamente a madre y aproxima lentamente su brazo pero sin llegar a tocarla, en gesto de que la acompañe unos pasos más allá.
—Señora Broad, por favor —le dice en tono amistoso—, créame que lo siento; usted lo sabe, me he preocupado por su situación y he intentado retrasarlo todo lo que ha sido posible pero no hay nada que hacer tal y como están las cosas. En dos días vendrá una máquina a tirarlo todo abajo. Si ven a alguien aquí llamarán a la oficina del sheriff para que envíen agentes. La situación, aunque ahora no se lo parezca, podría ser aún peor. Piense en sus hijos. Ahora tienen una opción de empezar una nueva vida. Sé que será difícil pero tienen la opción. Si se enfrenta al banco la perderá. Y sus hijos, que diga lo que les diga la intentarán proteger a toda costa, también la perderán. Piénselo bien, por favor.
En las últimas palabras, viendo que la cara de madre cambiaba de la ira a la desolación, me acerqué y con cuidado le quité disimuladamente la piedra de la mano para deshacerme de ella.
—Señor Leonard —le dijo madre— esto no es justo. Así no se hacen las cosas. Esto no está bien. No está bien. No, señor. Esta situación no puede durar mucho. Pronto vendrá una buena cosecha que nos permita ponernos al día —sin embargo, esto último ya lo dijo en todo de resignación.
—Señora Broad, estas tierras nunca han dado una buena cosecha y ahora ya no dan más de sí; están agotadas. Usted lo sabe. Aunque pudieran permanecer aquí la situación sólo empeoraría.
Madre se giró con un lento parpadeo hacia la casa y en silencio, vi caer lágrimas por su cara. Me estremecí al verla así. Padre luchó mucho por esta granja y cuando murió, madre recogió el testigo con una valentía admirable. Siempre decidida. Se ganó el respeto de mucha gente sacando, viuda, una granja adelante y a cuatro hijos ella sola.
Todos sabíamos que este momento llegaría más pronto que tarde. A más de la mitad de los vecinos ya los habían desahuciado y nuestra situación no era apenas diferente excepto en que nosotros éramos de los pocos que teníamos la tierra en propiedad pero hipotecada, en vez de en arrendamiento, aunque para el caso no cambiaban las consecuencias y ninguno quería ver la realidad de cuál era la alternativa.
Aunque en ese momento no lo sabíamos, todavía no era del todo legal que nos expulsaran tal y como tenía madre los pagos pero el banco, con sus contactos y aprovechando la ignorancia legal de la mayoría de nosotros, se las arregló y retorció la ley a su antojo y con su lenguaje, para expulsar también a muchos hipotecados. A los arrendados era mucho más fácil.
Los bancos también estaban con el agua al cuello y quizás, si esperaban más tiempo, no tendrían recursos suficientes para ejecutar tantas hipotecas. Por la urgente necesidad de liquidez que tenían, les salía más rentable una mala venta rápida que un mal pagador.
La administración de Hoover no reaccionó efectivamente ante la adversidad y las injusticias que azotaban el país.
Tenemos que seleccionar qué cosas nos podemos llevar y cuales no. El espacio en la camioneta está muy limitado teniendo que viajar en ella siete personas; tres en la cabina y cuatro detrás, y tenemos que adaptar con prisas la parte trasera para poder meter tanto. Adam y Ray han ido hasta Williston a malvender lo que no nos podemos llevar y madre está preparando para el viaje toda la comida que tenemos almacenada. Tenemos cerdo suficiente para un par de semanas.
No tenemos más opción que coger carretera hasta California; dicen que allí ofrecen mucho trabajo y es a donde se ha ido todo el mundo. Un largo viaje de más de mil quinientas millas desde casa.
Muchos recuerdos dejamos entre las paredes de este hogar. Toda una vida. Tengo la sensación de estar abandonando a padre. Como si esta tierra fuese lo que me une a su recuerdo.
Hacia última hora de la mañana, Eduardo Mack, vecino y buen amigo de la familia desde siempre (era íntimo amigo de padre desde que eran niños), se acerca hasta la granja enterado de nuestra situación y nos pide que nos reunamos todos para hablar con él, ya con Adam y Ray de vuelta.
Todos nos reunimos en círculo, en cuclillas sobre la desgastada tierra.
—Ya me he enterado de lo que ha pasado y quiero proponeros algo —dice Ed. —A la familia nos gustaría que vinieseis a casa. No lo interpretéis como caridad; nos conocemos de toda la vida. Pronto nos echarán a nosotros también. Puede ser mañana o dentro de un mes pero las deudas nos ahogan; es algo seguro.
Todos nos miramos un poco desconcertados; estábamos tan abrumados por la situación que la oferta nos cogió desprevenidos.
Madre miró a Adam, el primogénito, y antes de poder decirle nada, Ed añadió:
—Estaremos un poco apretados pero hay sitio. Trabajaremos todos juntos la granja. Probablemente no sirva más que para retrasar lo inevitable pero en lo que pensamos con esto, es en que nos vayamos todos juntos a California, que es a donde supongo que iréis —todos asentimos—. No sé lo que habrá o no en California pero mucho me temo que serán tiempos duros. Puede que aquellas tierras sean mejor que estas pero creo que está lejos de ser la Tierra Prometida que le dicen. No sé como podría absorber a toda la gente que se está marchando hacia allí. Nos conocemos bien y dos familias juntas y unidas seremos mucho más fuertes para poder salir adelante. Nos podremos prestar mucha más ayuda. Lo hemos hablado detenidamente y a toda la familia nos gustaría que aceptaseis nuestra propuesta. Os dejaré para que lo tratéis en privado.
Se puso de pie y se alejó hasta apoyarse en la trasera de la camioneta, mientras liaba un cigarro.
En realidad creo que a todos nos parecía bien la idea. Los Mack ciertamente eran buena gente; amigos de verdad de toda la vida pero había que sopesar las consecuencias, que no eran poca cosa. Son muchas bocas para una sola cocina.
Adam, como le correspondía, fue el primero en hablar.
—La verdad es que la oferta es de agradecer. Los Mack son gente decente y de confianza; siempre se han portado bien con nosotros. Sin embargo temo que seamos demasiados a los que alimentar. Tal y como están las cosas en esta tierra, más manos trabajando no siempre significa más cosecha que vender y podríamos terminar de arruinarlos. ¿Queremos ese peso sobre nuestros hombros?.
—Eso es cierto —dijo Gene—, la decisión no es fácil pero como ha dicho, ya saben que los desahuciaran por lo que no seremos nosotros los causantes; es sólo cuestión de tiempo. El objetivo es que nos vayamos juntos.
—Así pienso yo —añadí. Con mis ya dieciocho años quiero hacer valer mi voto—. No los necesitamos para salir adelante, eso lo sabemos, pero es cierto que todos juntos seremos más fuertes. Como dijo Adam, los Mack son amigos de toda la vida y sabemos que podemos confiar en ellos. Trabajaremos a destajo en su granja para ser una ayuda más que una carga.
Gene, entre carcajadas, añadió rápidamente:
—¡Tú lo que quieres es estar cerca de Dory, pillín! —y le miré con enfado pero continuó antes de poder replicarle—. No te enfades hombre, que es broma. Yo pienso igual, podremos ayudarles trabajando duro y no convertirnos en una carga. Aprecio a los Mack. También me parece una buena idea que nos vayamos juntos.
Madre, que hasta ese momento había permanecido con la mirada perdida pero como siempre, con una oreja atenta, añadió:
—¿Alguien tiene algo que objetar a que nos quedemos con los Mack?.
Todos permanecimos callados mientras hizo un repaso visual por cada uno.
—De acuerdo, así haremos entonces.
Avisó a Ed y le comunicamos nuestra decisión, agradeciéndole su oferta. Ed se alegró sinceramente de que nos quedáramos con ellos.
Estoy convencido de que madre habría preferido irse y no quedarse con los Mack. Los apreciaba tanto como nosotros pero era muy celosa de la independencia de la familia. Creo que estaba segura de que podría sacarnos adelante como hizo siempre, y más ahora, con hijos ya adultos, y lo sopesó sólo en el sentido de que, viendo como se desmoronaba el país, a sus hijos les iría mejor si tenían cerca a gente decente y trabajadora como los Mack, y probablemente hasta haya pensado en el futuro entre Dorinda y yo.
Cualquiera podría haber dicho que las semanas que siguieron desde que llegamos a casa de los Mack fueron tiempos felices. Parece como si todos hubiéramos aprendido a separar la desgarradora situación que nos acechaba, de nuestro tiempo juntos.
Yo estaba feliz de tener a Dory cerca y esas semanas sirvieron para llegar a ser los dos uña y carne pero no sólo nosotros, todo en la casa eran sonrisas y conversaciones agradables. Trabajamos hombro con hombro en la granja y pusimos de nuestra parte todo lo que nos fue posible para poder mantenerla. Ninguno vagueó ni un solo instante. Desayunos, comidas y cenas eran como fiestas, llenas de risas e historias divertidas, mientras nuestras vidas se derrumbaban. Quizá era la despreocupación de quien siente que ya no tiene nada más que perder.
Hasta que una mañana de principios de Julio, justo cuando terminábamos de desayunar, escuchamos el motor de un vehículo llegando a la granja.
Continuará
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Este capitulo fue publicado originalmente en Lobo Tactical el 31 de Diciembre de 2020.
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