Bisonte que se Sienta
Las siguientes dos jornadas, del 24 y 25 de Abril, transcurren sin apenas nada que reseñar sobre el paisaje, aunque recibí una extraña e inquietante visita que enseguida te contaré.
Al dejar atrás la zona de influencia del Monte Trumbull entro en una región principalmente desértica, sólo con algunas zonas de arbustos muy poco densas, aquí y allá.
Es un suelo muy árido de rocas sedimentarias pérmicas de las formaciones Kaibab y Moenkopi, con pequeñas zonas de basaltos cuaternarios y depósitos piroclásticos; una zona algo más monótona, sin formaciones llamativas pero no por ello aburrida. Me gusta disfrutar de la variedad paisajística y en el Gran Cañón es muy cambiante.
Por otro lado, aunque las noches siguen siendo frescas, la temperatura del mediodía asciende considerablemente y hace mucho calor, llegando a superar los 90°F [pulsa el 1 para ver nota]1, y con el cielo prácticamente despejado todo el día. Algo que se agradece después del intenso frío de los primeros días.
La primera noche acampo cerca de un lugar llamado Mustang Knoll. Con la oscuridad ya cayendo, mientras estoy terminando de preparar la cena, escucho pisadas de cascos acercándose y veo una figura que baja del caballo y se acerca lentamente, con paso muy tranquilo. Da la buenas noches y se sienta cómodamente junto al fuego.
Es un indio nativo de unos cincuenta años.
Me mira y mira el fuego pero no dice nada. No acabo de comprender la situación ni sus intenciones.
—Buenas noches señor. ¿Qué tal está? —le digo.
—Bien, gracias. ¿Y usted? —responde él sin apartar la mirada del fuego.
—Bien, gracias. Mi nombre es Ricardo Kaplan. Encantado de conocerle.
—Igualmente. Yo soy Roberto Bisonte que se Sienta.
Con la mano extendida, me acerco esperando que haga su parte de la poca distancia que nos separa pero se queda sentado, con su mano extendida, esperando a que vaya yo. Así lo hago.
—Estoy preparando carne de venado. ¿Quiere un plato?.
—No le diré que no —contesta, esta vez ya mirándome.
Le acerco un plato.
—Sírvase libremente; tengo carne más que suficiente. Prepararé más —le digo, a lo que él asiente con la cabeza, dando el visto bueno a que vuelva a llenar la olla.
Sin moverse del sitio, levanta el plato y me mira fijamente, dando a entender que espera que le sirva. No sé si me está tomando el pelo o tiene algún problema.
Le cojo el plato y le sirvo un buen trozo, antes de poner más carne a cocer.
—Tendrá sed —le sirvo una taza y se la acerco sin esperar a que se mueva. Está claro que no lo hará.
—¿Viajando? —me pregunta por fin. Parece que ya se encuentra suficientemente a gusto para iniciar una conversación.
—Si, estoy rodeando el cañón. Salí hace una semana de Flagstaff.
—¿Es usted de Flagstaff?. No me gusta la gente de Flagstaff —me contesta clavándome la mirada a través del fuego.
—No, soy de Jack Pine, Wyoming, en el sur de Grand Teton.
—No me gusta la gente de Wyoming —añade poniendo una voz grave un tanto forzada y de forma más lenta, mientras me vuelve a clavar la mirada a través del fuego.
Es una situación muy extraña; no sé qué intenciones puede tener este hombre pero está siendo muy descortés y maleducado. De todas formas, por más que él lo intenta, el instinto no me hace ver nada amenazador en él; más parece un chiste. Ahora ya no está sentado; está literalmente tumbado, bostezando y mirando fijamente su plato ya vacío.
—¿Quiere un poco más de carne?. Es carne de Wyoming, ¿le gusta? —. Sí, lo sé; es mentira y está mal pero no lo pude resistir. Si hubieras estado en esa situación creo que me entenderías. Quizá si le sigo el juego esto no acabe mal.
—No le diré que no —contesta obviando la procedencia de la carne.
Aquello empezaba a tomar tintes de comedia. El hombre se está zampando la comida de un viajero sin ningún reparo y es evidente que no es un necesitado y seguramente viva cerca. Al fin y al cabo, de hambre no moriré. Tengo víveres aún para varios días y si no hay caza, compraré comida en Boulder o en alguna otra pequeña población que me encontraré según me vaya acercando a Las Vegas.
En ese momento, se escucha llegar otro caballo y otro hombre se acerca, también nativo.
—Buenas noches caballeros —dice—. Bob, hace tiempo que te estamos buscando. Tu mujer está preocupada.
—¿Por qué?.
—Porque es tarde y no has ido a casa a cenar.
—Ya he cenado.
—Eso lo tendrás que hablar con ella. Vamos por favor, no la preocupes más. Tienes a tus hijos y a medio pueblo buscándote mientras molestas a este señor.
—¿Le estoy molestado? —me pregunta de una forma tan inesperada como indiscreta y que me hace balbucear, dudando si decirle la verdad empeorará las cosas.
—Eh… bueno… si tiene a tanta gente buscándole quizá debería regresar.
—Vamos Bob, por favor —interrumpe oportunamente el nuevo.
Sin más, se fue como llegó, con un simple adiós. Pero con el estómago lleno, eso sí.
El recién llegado se acercó y me extendió la mano.
—Soy Al.
—Ricardo. Encantado.
—Disculpe a Bob. ¿Le ha molestado?. Tiene como entretenimiento inquietar a los turistas y normalmente estos encuentros acaban dando voces con recuerdos a los antepasados.
—No ha habido problema; me alegra saberlo aunque estaba empezando a preocuparme. Siéntese por favor. ¿Quiere tomar algo?.
—Oh, no quisiera malgastar los víveres de un viajero. No se preocupe. En todo caso terminaré ese plato que ha empezado Bob.
Nos sentamos al fuego y conversamos.
—Por curiosidad. ¿Qué le ha dicho? —me pregunta.
—Bueno, la verdad es que no ha sido especialmente sociable —y le conté la situación.
Al se rio a carcajadas.
—En realidad no se llama Bisonte que se Sienta —dijo—. Es mi cuñado. Se lo hemos puesto como mote porque es el hombre más vago que haya pisado jamás la faz de la Tierra pero parece que le ha gustado y lo utiliza para parecer más inquietante ante los turistas. Se ha inventado una nueva guerra contra el hombre blanco.
—Tampoco tiene nada contra la gente de Flagstaff ni contra la gente de Wyoming—añadió—. Forma parte del personaje que se ha creado. No se lo tenga en cuenta, por favor. En realidad no es mala persona; todo lo contrario. Si le pide un favor se lo hará, a rastras pero se lo hará. Sólo es un hombre con mucho tiempo libre y con una televisión. Le ha tocado en un sorteo del periódico.
Entonces me preguntó por mi viaje y le conté.
—¿Ha estado al tanto de las noticias últimamente? —me preguntó.
—La verdad es que desde el día 14 que cogí el tren en Casper, apenas he ojeado un ejemplar en Flagstaff y nada más.
—Pues según se vaya acercando a Boulder, no se asuste si ve un hongo de humo gigante en el cielo. Han dicho en las noticias que cerca de Las Vegas, en el desierto, el ejército está realizando pruebas con unas bombas gigantescas.
—¿Bombas atómicas? —le contesto—. He leído sobre eso. Como las que lanzamos sobre Japón. No hemos aprendido la lección.
—Eso parece. Las primeras pruebas las han hecho en secreto pero ahora ya ha salido en la prensa y en la televisión. Supongo que no les habrá quedado más remedio que hacerlo público porque todo el mundo en 60 millas a la redonda ha visto esas malditas setas. Han hecho varias pruebas y harán más en las próximas semanas. Hace unos días hemos visto esa especie de seta en el cielo a pesar de la distancia. Es enorme. Parece el fin del mundo. Sin embargo, en Las Vegas se está empezando a convertir en una atracción turística.
Después, permanecimos unos instante en silencio. Probablemente él, al igual que yo, estaba pensando sobre esas bombas. Y añadió:
—No sé a donde vamos a llegar. Acabaremos destruyendo todo el planeta. En sólo medio siglo ya se ha enfrentado el mundo entero en dos ocasiones y ahora se inventan estas cosas.
—Completamente de acuerdo —le confirmo—. He estado en Europa, en la guerra, y he visto la peor cara del ser humano. Ni se imagina lo que podemos llegar a hacer. Es difícil entender cómo una persona con conciencia puede llegar a albergar tanto odio hacia alguien a quien ni siquiera conoce.
—La vida es cada vez más fácil y a la vez, las guerras son cada vez más grandes —responde él tras unos segundos mirando el fuego—. El hombre necesita estar ocupado y con objetivos. Si se lo ponen fácil acabará buscando los objetivos equivocados.
—Amén a eso —le contesto afirmando con la cabeza.
Al se levantó y nos despedimos con un apretón de manos.
Nevada
Al día siguiente, poco después del alba, mientras terminaba de preparar el desayuno, Al volvió a aparecer.
—Buenos días Ricardo. Ayer le comenté a mi hermana lo ocurrido y decidimos traerle esto. Es un trozo de una tarta de limón que había hecho ella ayer por la tarde. Seguro que con lo que ha estado comiendo estos días su paladar lo agradecerá, y también un poco de carne de cerdo y unas cuantas zanahorias para su caballo.
—Vaya, muchas gracias, son ustedes muy amables. No había necesidad.
—Oh, sí que la hay, desde luego. Ha sido usted paciente y considerado, y me ha alegrado conocerle. Si algún día vuelve por aquí, por favor no dude en visitarnos. Será bienvenido.
—Igualmente. Si algún día va por Wyoming…
—¿Pues sabe qué?, quizá lo haga —contesta él—. Le he prometido a mi esposa un viaje a Yellowstone cuando nos sea posible. Sus antepasados son de allí. Nos coge de paso. Está cerca, ¿no?.
—Si, menos de dos horas en coche —le confirmo—. Están invitados. Me alegrará recibirlos en mi casa.
Me deseó buen viaje y nos despedimos. La verdad es que ha sido todo un detalle por su parte; no sólo que se haya acercado hasta aquí para traerme la tarta y la carne, si no que también haya pensado en Margaret.
Hacia última hora de la tarde, según me voy acercando al monte Red Pockets, empiezo a vislumbrar de nuevo algunas afloraciones de las típicas rocas rojizas del estrato Redwall y poco a poco, otra gran diversidad de capas con formaciones rocosas cada vez más interesantes y atractivas.

(Personajes 3D: Luis Polo / Foto de fondo: IA y Luis Polo)
Es un buen sitio para acampar. Aunque me vuelva a encontrar con estas formaciones tan típicas, a partir de mañana me empezaré a alejar del Gran Cañón para ir hasta Boulder y desde ahí, volver al lado sur del cañón.
Por la mañana temprano, iniciamos la jornada apresuradamente. Quizá sea el buen tiempo de estos días junto con la belleza del lugar, que siento prisa por ver cosas.
Al despertarme me he resentido un poco de la herida que recibí en Bastoña. Me ha estado dando los buenos días desde la hipotermia del Kanab, sin embargo también he notado que con el clima caluroso ha empezado a remitir. No es algo que me preocupe.
Poco después de salir, cuando nos acercamos a Whitney Pocket, en algún punto indeterminado hemos dejado atrás el estado de Arizona y hemos entrado en el de Nevada por el condado de Clark.
A pesar de mi optimismo, estoy a punto de llegar al segundo de los dos puntos críticos que tenía este viaje. Uno fue cruzar el arroyo Kanab, y el otro será cruzar el Río Virgen, al que llegaremos en muy pocas millas.
No puedo evitar pensar en las enormes dificultades que hubo en el primero, y este es de mayor caudal.
Continuará
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- 90°F equivalen a aproximadamente 32°C. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
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