El Minotauro de Bastoña. Parte 1 - Gasolinera

El Minotauro de Bastoña. Parte 1

— Lo siento, chico, no puedo ayudarte —le dijo el hombre en tono paternal y arqueando las cejas con gesto apenado—. Sé que no es justo; tu padre no merecía esto pero esa gente es muy poderosa y tengo familia.

El pequeño Tommy no agachó la cabeza ni apartó la mirada mientras escuchaba las palabras del sargento Campbell. De hecho, no hizo el menor gesto. Su mente ya descartó esta opción de forma fulminante convirtiendo a este hombre en inservible para sus fines y ya estaba planeando cuál sería el siguiente paso.

—Gracias por recibirnos, señor Campbell. Que tenga un buen día —se limitó a contestar mientras se levantaba de la silla para dirigirse a la puerta de salida, sabiendo que su madre lo seguiría.

En cualquier otra situación Tommy sería muy educado pero pensaba que para alguien que no se atreve a dar un paso para que se haga justicia, ya le había dado más amabilidad de la que merecía.

Su madre se ocupó de la labor diplomática mientras el niño salía para esperarla en el porche de la casa.

—Discúlpele, se ha tomado esto muy a pecho. Es su misión para este verano y no quiere desaprovechar ni un minuto.

—Lo entiendo, señora Tessio. No se preocupe. En realidad es de admirar su determinación pero comprenda mi situación. De verdad que lo lamento y espero que se haga justicia.

La señora Tessio le agradece al sargento Campbell su tiempo y se dirige a la salida. Él también sale para despedirlos.

—¿Qué edad tienes?, ¿ocho?, ¿nueve? —le pregunta el sargento a Tommy, ya en el porche de la casa—. Debes de ser de la edad de mi hijo pequeño.

—Cumpliré nueve dentro de tres meses.

—Con esa determinación que tienes seguro que consigues muchas cosas, chico. No te rindas.

El sargento duda un instante mientras mira fijamente a Tommy.

—¿Sabes qué?. Ahora recuerdo, quizá haya alguien que pueda ayudarte. Kaplan. Ricardo, si no recuerdo mal. Era capitán y estuvo involucrado en aquello. Trabaja de abogado en Los Angeles.

—¿Tiene su dirección? —preguntó el chico—. Los Angeles está muy cerca —añadió dirigiendo la mirada a su madre—, podríamos llegar incluso antes de comer.

—No sé su dirección pero sé donde trabaja. Lo vi en una reunión de veteranos hará dos o tres años y me dio su tarjeta. Espera un momento —dijo mientras entraba en la casa y aguantaba con la mano la puerta abierta en señal de que los invitaba a volver a entrar.

Campbell abrió un cajón de un aparador y rebuscó en él.

—Aquí está. Ricardo T. Kaplan. Abogado. Bufete Fitzsimons y Scott. Les llamaré —dijo dirigiéndose al teléfono.

—¿Operadora?. Póngame con MAdison 3-1423, por favor.

Esperó unos segundos hasta que alguien le contestó al otro lado del teléfono.

—Buenos días, señorita. Al habla, Dale Campbell. Me gustaría hablar con el señor Kaplan, por favor. Ricardo Kaplan.

—Entiendo —dijo tras escuchar la respuesta—. ¿Y sabe dónde puedo encontrarlo?.

—Claro, lo comprendo —contestó—. Gracias de todas formas —añadió antes de colgar el teléfono.

—Vaya —dijo girándose hacia los Tessio—. Kaplan dejó la abogacía hace dos años. No les está permitido dar direcciones o teléfonos personales de empleados o antiguos empleados. ¿Quién podría saber de él? —añadió mirando al suelo mientras se acariciaba la barbilla.

—Britton. Bill Britton —dijo enérgicamente mientras volvía a levantar la mirada—. Sirvió a sus órdenes. Tengo su teléfono.

—Pero, ¿tiene su dirección? —preguntó inmediatamente Tommy.

—Si pero vive en Phoenix.

Tommy se giró hacia su madre y esta, al notar la mirada de su hijo, lo miró fijamente, abriendo mucho los ojos en gesto de sorpresa.

El sargento Campbell escribió en una cuartilla tanto el teléfono como la dirección del nuevo contacto, sin inmiscuirse para no ganarse el odio eterno del chico y dejando la decisión a debate entre madre e hijo.


Poco después de abandonar la casa del sargento Campbell, la señora Tessio detuvo el coche en una gasolinera donde, además de llenar el depósito, sabía que le ofrecerían un mapa de carreteras de regalo.

Aún con el coche al lado del surtidor y ya con el mapa en sus manos, lo desplegó sobre el capó y, ante la atenta mirada de Tommy, con el dedo índice de la mano derecha fue lentamente siguiendo las carreteras que habría que seguir para ir desde Fresno a Phoenix. Al llegar el dedo a su destino, dirigió la mirada a Tommy frunciendo el ceño.

—Estamos de suerte —añadió Tommy con una sonrisa—. Imagínate si llega a vivir en Nueva York —dijo mientras hacia un gesto exagerado con su mano sobre el mapa para mostrar la enorme distancia que hay hasta la costa este del país.

—Esto lo podríamos solucionar con una llamada de teléfono, Tommy, por favor…

—Ya has visto que no, mamá. Por teléfono se desentienden. ¿Por qué tuvimos que venir hasta Freso si no?. Conseguimos más información que con cinco llamadas.

La señora Tessio volvió a plegar el mapa mientras resoplaba y se dirigió a la puerta del coche para iniciar el camino hacia Phoenix.


—1237N, 39N, 41N. ¡Ya falta poco! —gritó Tommy mientras iba leyendo las numeraciones de las casas—. ¡Ahí está!, ¡ahí está!, ¡es esa!.

Tommy se bajó del vehículo como una exhalación y fue andando, casi a la carrera, hasta la puerta principal.

—¡Tommy, espérame! —le gritó la señora Tessio mientras cerraba la puerta del coche.

Apenas tuvieron que esperar a que se abriese la puerta después de pulsar el timbre.

Un hombre de cerca de cuarenta años con cara amable y media sonrisa, les recibe.

—Sois los Tessio, ¿verdad?.

—Sí —contesta Tommy—. ¿Cómo lo sabe?.

—El sargento Campbell me llamó para advertirme de que el séptimo de caballería avanzaba hacia mi casa. Eres duro de pelar, ¿eh, muchachete?. Pasad, por favor.

Le siguieron mientras se fijaban en que Britton caminaba con una notable cojera, hasta un acogedor salón donde estaba también la señora Britton, que los recibió muy cordialmente y se sentaron a hablar, acompañados por un té y tarta de manzana.

—Lamento lo de tu padre. Yo no lo conocí y no podría testificar sobre lo ocurrido ese día aunque quisiera porque me hirieron de gravedad en los primeros días de la contraofensiva. Ni siquiera llegué a pisar Bastoña.

Tras decir esto, Britton se golpea con los nudillos la tibia izquierda provocando un sonido a madera.

—Un Panther alemán —añade.

—Lo siento —contestó Tommy—. El sargento Campbell nos ha dicho que usted conoce a alguien que sí puede hacerlo. Ricardo Kaplan. Era su capitán.

—Es cierto. Kaplan seguro que lo hará. Si hay alguien que puede ayudarles es él.

—¿Vive cerca? —le preguntó la señora Tessio.

—Me temo que no. Sé que ahora vive en Wyoming pero no sé su dirección. Nos reunimos varios de los de su compañía una vez al año en Salt Lake y Kaplan nunca falta.

—Wyoming —exclamó la señora Tessio mientras se llevaba la mano a la cara como quien recibe una trágica noticia.

—Uno de los chicos de la compañía tiene más contacto con él. Vive en Cheyenne. En un par de llamadas podrán estar hablando con Kaplan.

—Ese es el problema —contesta la señora Tessio—. Tommy no quiere hacer nada por teléfono. Me obliga a ir a los sitios.

Los Britton rieron ante la admirable determinación del niño. Como ya era tarde, insistieron en que se quedaran a cenar y la esposa llamó a un hotel cercano para reservarles una habitación para esa noche.


A la mañana siguiente se levantaron muy temprano. Tienen un largo recorrido por delante y tras estudiar el mapa de carreteras, la señora Tessio está segura de que tardarán al menos tres días en llegar a Cheyenne, ya que no le gusta correr ni hacer muchas horas seguidas al volante.

Una vez que salen del área urbana de Phoenix, el tráfico es mucho más tranquilo y relajado, lo que anima a la madre a tener una charla para prevenir a su hijo ante una posible decepción.

—Tommy, ya sé que alguna vez hemos hablado de esto pero quiero saber que entiendes qué es lo importante de todo esto. Lo que cuenta es que tú y yo sepamos cual es la verdad sobre papá.

—Lo sé, mamá.

—Si conseguimos que reabran el caso, nos enfrentaremos a gente muy poderosa. No importará mucho si tenemos razón o no. El mundo rara vez es un lugar justo pero eso no cambiará lo que tú y yo sabemos.

—Lo sé pero papá era militar. No podemos permitir que los suyos piensen que hombres de su compañía murieron por su culpa. Ellos deben reconocerlo.

La señora Tessio sabía que su hijo tenía razón; de hecho siempre estuvo convencida de que eso debía de ser así. Su temor era debido a que ella ya conocía como funciona el mundo y su hijo todavía no. Sus reticencias a llevar a cabo los planes del niño no eran en realidad por desidia, si no porque pensaba lo que le acababa de decir a su hijo, que no importaría mucho que tengan razón. Se tendrían que enfrentar a un alto mando militar, a su ego y a todas las rémoras que se pegan a él para alimentarse de sus sobras. Como ya había pasado por ese proceso ocho años antes, tenía bien presente que, digan lo que digan, no todos somos iguales ante el imperio de la ley.

La primera noche descansaron en Santa Fe y la segunda en Fort Collins. Con esa última etapa estarán en Cheyenne temprano en la mañana del día siguiente.

El Minotauro de Bastoña. Parte 1 - Gasolinera
Personajes 3D: Luis Polo / Foto de fondo: IA y Luis Polo

Como es un pueblo pequeño, encuentran su destino muy rápidamente y poco antes de las diez de la mañana ya están frente a la dirección que Britton les dio.

La señora Tessio solía dejar que el niño llevara la iniciativa en estos encuentros como un ejercicio de autoconfianza para él, aunque era consciente de que esto era algo en lo que Tommy ya tenía sobradas competencias a pesar de su corta edad.

—Buenos días —les dijo una mujer de poco más de treinta años, con expresión amable, al abrirles la puerta.

—Buenos días —contestó Tommy—. Mi nombre es Tomás Tessio Junior y ella es mi madre, Ángela Tessio. ¿Vive aquí el sargento mayor Bart Bridges?. Me gustaría mucho hablar con él, si fuera posible, por favor.

—Por desgracia, mi marido está actualmente desplegado en Corea, ahora es primer teniente, aunque si no es un asunto urgente se espera que en cuestión de pocas semanas puedan estar todos de vuelta en casa. Dios lo quiera.

La respuesta cayó como un jarro de agua fría sobre Tommy, que hasta ese momento se veía ya muy cerca de una posible e importante ayuda. Por primera vez en toda esta misión, dudó unos instantes sobre cómo reaccionar. Su madre se dio cuenta enseguida e intervino.

—Verá, señora Bridges. Bill Britton, de Phoenix, nos dio su dirección. Nos dijo que su marido nos podría ayudar a dar con Ricardo Kaplan. Mi marido, Tomás Tessio, compartió frente en Bastoña con él. Es muy importante para nosotros encontrarlo.

—Claro. Pasad, por favor. No será un problema que mi marido no esté para que encontréis a Kaplan —añadió mientras, en un gesto con la mano, les invitaba a sentarse—. Enseguida haré una llamada y podréis encontrarlo. Tommy, ¿quieres un vaso de leche?.

Tommy se acababa de dar cuenta por primera vez de que lo que para él era la misión más importante de su vida, para otras personas que no estaban implicadas y no conocían los detalles, su presencia no era más que una visita trivial.

Las emociones del niño estaban a flor de piel en ese momento y todavía no había vuelto a abrir la boca desde que se presentó a la señora Bridges. En sólo unos segundos había pasado de una gran emoción, a la peor de las decepciones, y de repente, a volver a ver la luz otra vez. Aunque no tenía la madurez suficiente para analizarlo, en el subconsciente también le pesaba hacer a su madre conducir miles de millas para encontrarse con la, hasta ahora, inesperada opción de que su misión podría acabar siendo un fracaso. A pesar de los intentos de su madre, hasta hoy no había barajado realmente ninguna otra opción que no fuese un rotundo éxito.

Pero al fin y al cabo, a pesar de su valentía y determinación, Tommy no deja de ser un niño de ocho años que acaba de perder a su padre por segunda y definitiva vez. De hecho, él no lo había conocido de ninguna otra manera que dentro del Presidio de San Francisco, donde fue encarcelado cuando el niño todavía no había cumplido su primer año.

Su madre también se acababa de dar cuenta de que dejarle tanta iniciativa en un hecho tan emotivo estaba provocando que Tommy fuera el escudo cuando venían mal dadas y eso podría hacer mella en el carácter de su hijo. Decidió que a partir de ese momento compartirían la iniciativa para que Tommy no se volviese a sentir con toda la responsabilidad sobre una situación como la de ese día.

Mientras la madre analizaba lo que acababa de pasar, estaba tan abstraída que ni siquiera se enteró de que la señora Bridges ya había iniciado una llamada telefónica.

—¿Betty?, soy Ann, ¿que tal estás? —dijo antes de hacerse el silencio en la casa mientras escuchaba la respuesta.

—Verás, está conmigo la familia de alguien que estuvo en Bastoña con Ricardo Kaplan y necesitan encontrarlo. ¿Está Russell en casa para que les pueda dar las indicaciones?.

—Gracias Betty —añadió justo antes de ofrecerle el teléfono a la señora Tessio, asintiendo con una sonrisa.

Tommy levantó la mirada del vaso de leche por primera vez desde que se sentó para seguir los movimientos de su madre hasta llegar a la conversación que les podría abrir las puertas a lo que él exactamente esperaba, al mismo tiempo que la señora Bridges se separaba para dejar espacio mientras le dirigía una sonrisa de complicidad.

—¿Hola?. Sí, Kaplan. Nos han dicho que vive en Wyoming pero no sabemos nada más. Sí… en Rock Springs giro a la derecha… sí…

Durante la charla, a Tommy, mientras escuchaba con la mirada perdida, le llamó la atención un sonajero que estaba tirado en el suelo. Este hallazgo le desconectó de la conversación que estaba manteniendo su madre. Un poco más allá del sonajero, cerca de una puerta abierta, había un pequeño muñeco. Ya dentro de la habitación a la que se entraba por esa puerta, había una figurita de madera pintada con vivos colores. Finalmente, otra figurita de madera parecida a la anterior estaba tirada junto a la base mecedora de una cuna, dentro de la cual, un pequeño bebé intentaba con gran esfuerzo y agarrándose a los barrotes de madera, ponerse de pie, pero se cae de culo sobre el mullido colchón. En una segunda y valiente acometida, el bebé consigue ponerse de pie, sosteniéndose con mucha dificultad pero con el suficiente y algo temerario valor para soltar una mano del borde de la cuna, que está casi a la altura de sus hombros, y dirigirla estirando el brazo hacia Tommy mientras le sonríe mostrándole su único e incipiente diente, al haber identificado a alguien más cercano a él que los adultos que le suelen rodear. Quiere dejarle claro que hay alguien totalmente dispuesto a jugar con un invitado, no como esos gigantes tiesos y aburridos. Tommy se sorprende a sí mismo devolviéndole una amplia sonrisa. De la misma forma, le devuelve el gesto con la mano para mostrarle que la invitación es bien recibida.

—Ha sido usted muy amable, señora Bridges. Muchas gracias por recibirnos y por su ayuda.

Estas palabras de su madre devolvieron a Tommy a la atención de los adultos. Ella le dirigió su mirada con una sonrisa, esperando a que la siguiera al exterior.

—Muchas gracias, señora Bridges —añadió también él mientras caminaba hacia la puerta principal.

La mujer le sonreía y, mientras pasaba por su lado, le acarició suavemente el pelo.

Tommy volvió su mirada hacia el bebé antes de perderlo de vista y le dijo adiós sacudiendo la mano, a lo que el bebé respondió con una palabra en un idioma que Tommy ya había olvidado unos años atrás.

El hombre al teléfono explicó que aún les quedaban unas siete horas de coche hasta la casa del tal Kaplan y que además, el último tramo sería por un camino sin asfaltar que se adentra entre las montañas.

Con el cansancio de tanto viaje, la señora Tessio decidió que lo mejor era tomarse una jornada tranquila, dormir en algún lugar no muy lejano a su destino y reunirse con ese hombre a la mañana siguiente. Tampoco le parecía apropiado aparecer en la casa de un desconocido después de la hora de la cena.

Y así lo hicieron. A los dos les sentó muy bien después de las intensas jornadas que vivieron en esos días; no sólo por el largo viaje si no también por las intensas emociones que afloraban en sus encuentros.


—Tommy, no sabemos nada de este hombre y sin embargo es nuestra última opción. ¿Qué pasará si no quiere o no nos puede ayudar? —le preguntó mientras arrancaba el coche para dirigirse hacia la casa del tal Kaplan.

La señora Tessio sabía que este destino era la última calle que les quedaba por recorrer pero, sobre todo por el pequeño Tommy, temía que esa resultara en una calle sin salida. Sería un golpe devastador para él tan poco tiempo después de haber perdido a su padre y estaba cada vez más preocupada por el daño que le podría hacer.

—No lo sé, mamá, ya pensaremos algo. Pero saldrá bien, ya lo verás. Ninguna persona nos dijo nada malo de este señor. Recuerda lo que dijo el sargento Campbell en Fresno. Si hay alguien que nos puede ayudar, es él. El señor Britton también nos lo confirmó.

Unas millas más allá, la señora Tessio recordó las indicaciones que le habían dado y se adentró por fin en el camino sin asfaltar. No hay ninguna señal en su inicio que indique a dónde lleva. El paisaje es bellísimo y el sol brilla, sin embargo, al verse adentrándose en un lugar agreste y apartado de la civilización tras tan largo e intenso viaje, una sobrecogedora sensación de miedo y soledad la invadió hasta lo más profundo de su ser. «Tommy no debe notarlo de ninguna manera», se dijo a sí misma.

En realidad, Tommy, desde el encuentro de ayer, también estaba mucho más preocupado de lo que hacía ver a su madre. Había perdido una buena parte de la determinación inicial.

—Qué bonito, ¿verdad?. ¿Te gusta este sitio? —le preguntó a su hijo.

—Sí, es muy bonito. Me recuerda a los anuncios del Oso Smokey. Aquí deben de vivir aventuras todos los días, como en las películas.


No quiero verlos de cerca hasta que llega el día. Avanzo con impostada decisión hacia ellos. Desde cierta distancia parecen estar bien. Según me voy acercando empiezo a ver cosas que preferiría no ver pero me convenzo a mi mismo de que es sugestión. No puede ser.

Me agacho para analizarlos con detenimiento y así es; hay muchas hojas marchitas. Demasiadas.

Llevo más de treinta años plantando cosas y a día de hoy todavía no he podido comer un repollo que haya sido plantado por mi. Tiene que ser algo personal. Les habré hecho algo de pequeño que no recuerdo y me la tienen jurada.

—¡Malditos…!. ¡Que me aspen si no os frío a todos con un lanzallamas!.

En ese momento escucho un coche que se acerca a casa. Parecen una mujer y un niño a los que no reconozco. Me parece distinguir una matrícula de California.


—Mamá, ese hombre les está gritando a unos repollos.

—Oh.

—¿Seguro que es aquí?.

—Que Dios nos asista. Dejaré el coche encendido por si acaso y tú, de momento, quédate dentro.


Actúan un poco raro; parecen preocupados. Oh, Dios mío, claro, me han visto gritarle a los repollos. Pensarán que estoy majareta y que podría ser un peligro. Yo también lo haría. Qué situación tan embarazosa.


—Mamá, no estoy tan seguro de esto —dice Tommy con la voz temblorosa.

Las emociones de su madre están en ese momento como una olla a presión, silbando y presionando por salir.

—¡Mamá!, ¡viene hacia nosotros!.

Ya frente a la casa de Kaplan, la señora Tessio entra en pánico al notar el temor de su hijo. Duda un instante. Intenta meter la marcha atrás para marcharse de allí a toda prisa pero con la tensión del momento, y al mismo tiempo que gira la cabeza hacia atrás para mirar por la luna trasera, mete por error la marcha adelante en vez de la reversa y pega un acelerón que lanza el coche contra Kaplan como un obús.

Éste, con agilidad felina, salta hacia un lado justo a tiempo para esquivarlo y cayendo al suelo.

La conductora reacciona rápidamente pisando el freno a fondo y realizando un ostentoso y largo derrape sobre los repollos.

—¡Mamá, lo has matado!.

La señora Tessio, entre una gran polvareda, sale rápidamente del coche para comprobar el estado de su víctima, que en ese momento se está levantando del suelo.

—Oh, Dios mío, ¿se encuentra bien?.

—Si, si, estoy bien. No me ha dado. ¿Ustedes están bien?.

—Si. Oh, cómo le he dejado el huerto… Lo siento muchísimo, me puse nerviosa…

—No se preocupe por eso. En realidad me ha hecho un favor. Pensarán que estoy loco por gritarle a los repollos pero tiene su explicación.

—Y usted pensará que hemos venido a matarle.

Ricardo sonríe y se acerca al coche para inspeccionar los bajos. No sé ve ningún líquido cayendo sobre la tierra ni nada roto.

—Parece que no le ha pasado nada. Con la tierra tan seca no será difícil sacarlo de ahí. ¿Se han perdido?.

—¿Es usted el señor Kaplan?. ¿Ricardo Kaplan?.

—Si, señora, soy yo. ¿Qué puedo hacer por ustedes?.

—Soy Ángela Tessio y él es mi hijo, Tommy…

—¡Tommy Tessio! —la interrumpe Ricardo repentinamente—. ¡El teniente primero Tessio!. ¿Son su familia?.

La percepción que tiene el pequeño Tommy de Kaplan cambia radicalmente al escuchar que éste recuerda tan bien a su padre y decide bajar del coche.

—Si, señor. Yo soy su esposa, Ángela y él es su hijo, Tommy Junior.

—¿Cómo está él?.

La señora Tessio le cuenta de forma resumida que ha fallecido recientemente por una enfermedad pulmonar estando encarcelado en una prisión militar por lo ocurrido durante el asedio de Bastoña, lo que indigna a Ricardo.

Sacan el coche del huerto y entran en la casa.

—Perdone pero, ¿cómo es posible?. Ocho años en prisión y somos muchos los que habríamos movido cielo y tierra para que se hiciese justicia por él. A mi me hirieron ese día y ya no supe más. Éramos tantos que es imposible seguirle la pista a todos pero si hubiera solicitado mi ayuda…

—Tommy no nos contó, ni a nosotros ni a su abogado, ni la mitad de lo que había ocurrido ese día en la batalla. Cuando fue el juicio luchó porque le dolía que le culparan de ser ser el responsable de varias muertes en su compañía pero fue muy tibio en su defensa. Un coronel le acusó directamente y él simplemente lo aceptó como una orden.

—El coronel Harrington, no me diga más.

—Si. El caso es que al fallecer, el banco nos dijo que tenía alquilada una caja de seguridad y en ella había un diario en el que escribía el día a día en la guerra, y relataba con cierto detalle lo que había ocurrido ese día desde su punto de vista y las cosas eran muy distintas de repente. Parecía que el culpable era el coronel. Se lo enseñamos al sargento Dale Campbell y nos lo confirmó según lo que él había presenciado ese día pero como sigue siendo militar y tiene familia, no quiere enfrentarse a altos mandos.

—Yo participé en lo que ocurrió aquél día; lo puedo contar con pelos y señales. Tommy fue un héroe y salvó muchas vidas con lo que hizo, que no os quepa la menor duda —dijo asegurándose de que el pequeño Tommy lo estaba escuchando—. No sólo haré todo lo que esté en mi mano para limpiar su nombre, también haré todo lo posible para que le otorguen la Estrella de Plata que merece.

—Señor —le dijo Tommy—, debe saber que Harrington es ahora general de brigada.

—Es un hombre como tú y como yo. No me da miedo.

A Tommy le impresionaron esta palabras, tanto por haberse referido a él como un hombre, como por ser la primera vez que alguien no sólo no ponía impedimentos o excusas, si no que ofrecía una disposición total para luchar por su padre y además con información de primera mano.

—¿Han iniciado ya algún trámite o tienen un abogado?.

—Todavía no. Primero queríamos tener la certeza de que alguien que estuvo allí nos iba a ayudar —dice la madre.

—Veréis. Tendremos que tener paciencia porque reabrir el caso va a ser un proceso largo pero conozco a gente en el JAG que lo puede agilizar. De todas formas, contad que serán varios meses, seguramente más de un año hasta que haya un nuevo juicio pero yo me pondré con ello de forma inmediata. Conozco a otros buenos testigos de lo ocurrido ese día que también os ayudarán. Lo conseguiremos, ya veréis.

Continuará

Este enlace te llevará a la segunda parte.


¿Te gustó?. Ayúdame a seguir escribiendo


Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0 

Deja una respuesta