Muerto por imbécil - principal

Muerto por imbécil

Un fin de semana de la primavera del 52, tres hombres me han contratado una expedición de caza de viernes a domingo.

Dos de ellos son de San Francisco, Frankie Pruess y Fred Lofland, de treintainueve y treintaiséis años, y son amigos. El tercero es de Seattle, Cliff Moore, de cuarentaicuatro.

En lo único que coinciden los tres es en que son personas adineradas.

La breve reunión cuando llegan va bien con Frankie y con Fred; son gente normal. Generalmente este sería un calificativo superfluo e innecesario pero esta vez tiene toda la razón de ser.

Cliff rechaza esa breve reunión aduciendo que tiene cosas importantes que hacer antes de partir. En ese momento no le di importancia; podría ser que tenga cosas importantes que hacer.

A primera hora de la tarde del viernes nos reunimos los cuatro fuera del hotel para iniciar la expedición tras esperar por Cliff casi media hora.

—Bien, caballeros —les digo—, iremos a los alrededores de Buck Creek, en pleno bosque del Bridger-Teton; es un lugar per…

—¿Pero no íbamos a ir a Grand Teton? —interrumpe Cliff.

—No, no pode…

—Cuando hablamos por teléfono quedamos en que cazaríamos en el Grand Teton. ¿Estás de broma?

—Tiene que ser un error, Cliff, no te pude haber dicho eso. En Grand Teton está prohibida la ca…

—¿Error mío?, ¿en serio?

—Te decía que en Grand…

—¿Pero puedo hablar?

—Como no.

—¿Puedo hablar? ¿Vengo desde Seattle y ahora me encuentro con esto? ¿A cazar en un sitio de segunda?

—¿De segunda?

Fred y Frankie está siguiendo la conversación en silencio, mirando a uno y a otro como quien ve un partido de tenis.

—Bueno, mira, da igual, total… Venga, vamos a matar algo —se da la vuelta y se encamina al coche.

Fred y Frankie se miran y me miran a mí.

—¿A ti te ha dicho algo de Grand Teton? —pregunta Fred a su amigo.

—No —contesta Frankie girándose hacia mí—, en ningún momento dijo nada de Grand Teton.

—No le deis importancia; habrá tenido un mal viaje.

No tardamos mucho en llegar al sitio donde dejaremos el coche pero hacemos todo el recorrido en un incómodo silencio, salvo por un breve apunte de Cliff.

—Parece que no tenemos prisa, ¿verdad? —pregunta con irónica sonrisa.

Parece que a los tres nos ha impactado su reacción en la reunión y tememos que cualquier cosa que digamos pueda empeorarlo todo. Es responsabilidad mía que tengan una buena experiencia.

Cualquiera puede tener un mal día y si le das un poco de espacio, poco a poco vuelve a su estado normal pero los imbéciles siguen siendo imbéciles les des lo que les des. Nosotros todavía no sabemos cual de los dos casos es este.

Tras llegar al lugar comenzamos a caminar adentrándonos en la espesura. Una de tantas ventajas de un sitio como este es que aún teniendo la carretera cerca ya estás en medio de lo más salvaje. Aún así les llevaré hasta lugares que creo que disfrutarán.

—¿Hay osos por aquí? —pregunta Cliff al poco de comenzar la caminata.

—Sí, aquí hay osos en cualquier parte. Grizzlies no quedan muchos pero osos negros los hay por todas partes.

—Yo quiero matar uno. Venga, encuéntrame uno, campeón.

—Cliff, lo siento, no vamos a matar ningún oso. Estas cosas ya las…

—¿Pero qué mierda de expedición de caza es esta? —pregunta en un tono descaradamente irrespetuoso. En realidad parece que la cosa va a peor.

—Como te decía, estas cosas ya las hablamos, Cliff. Te he dado toda la información antes de venir. Aquí no mat…

—Pues pensé que eran de esas tonterías que se dicen solo para parecer más correctos; todo el mundo lo hace pero después… pues se hacen las cosas buenas de verdad. Venga, ¿qué más te da? Daba por hecho que los paletos no caíais en esas tonterías.

—Cliff, como te decía, aquí no matamos por matar. Cazaremos lo que nos vamos a comer estos dí…

—¡¿Pero puedo hablar?! —pregunta sintiéndose indignado—, porque parece que aquí uno no puede hablar sin que le interrumpan —dice mientras Fred y Frankie intentan mantenerse alejados de la conversación pero negando con la cabeza con decepción—. ¿Con lo que he pagado por esto no voy a poder matar lo que me de la gana? ¡¿En serio?!

—No, no podrás. Y has pagado lo mismo que los demás.

Cliff se gira en un gesto mitad indignación, mitad decepción y se aleja de mí diciendo en voz baja algo que no alcanzo a escuchar. En algún momento tendré que tener una conversación a solas con él. O cambia de actitud o no podremos seguir así; está estropeando la experiencia a los demás.

Muerto por imbécil - principal
Cliff Moore – Copyright Mundo Kaplan

En realidad, esto no es cosa sólo de las expediciones; no le veo sentido a la caza si lo que matas no te lo vas a comer.

Lo pienso rápidamente y cambio de opinión; creo que lo mejor es hablarlo ahora, cuando aún estamos relativamente cerca del coche.

—Cliff, espera un momento, por favor.

Se da la vuelta y se me queda mirando, y mientras me acerco a él hace un gesto como si ya estuviera tardando en decirle lo que le vaya a decir.

—Cliff, está claro que no estás teniendo una buena experiencia. Si estás de acuerdo, te devolveré lo que has pagado y te llevaré ahora mismo de vuelta al hotel. El coche aún est…

—Una buena experiencia, una buena experiencia… —repite imitándome, poniendo voz como si fuera tonto —. Venga, ahora ya está, ya estoy aquí. Vamos a matar una puñetera lombriz, o lo que sea. Venga, fiera. No vine hasta aquí para volverme nada más llegar. Venga.

Le daré una última oportunidad. Si continúa así lo sacaré de aquí, quiera o no.

Cliff permanece en silencio durante un buen rato mientras caminamos, como aparte de nosotros. Por fin puedo tener una charla normal con Fred y Frankie. Por un momento esto hasta vuelve a parecer algo entretenido.

Por el camino nos encontramos con diversos senderos estrechos y les explico que no son senderos hechos por personas, los hacen animales y hay que alejarse de ellos especialmente para acampar por la noche.

—Alto, silencio —les digo un tiempo después en susurros y haciendo un gesto con la mano. Hay un ciervo no demasiado lejos.

—¿Quién quiere hacer el primer disparo? —pregunto tras llevarlos a una buena posición.

Fred, Frankie y yo nos miramos, entendiendo sin necesidad de palabras.

—¿Cliff?

—La verdad es que ahora mismo me trae sin cuidado —contesta con desdén—. Que tire otro.

—Venga, Frankie —dice Fred animando a su amigo.

Frankie coge su arma y se coloca. Lleva un rifle antiguo pero bien cuidado.

Se concentra y tras unos segundos aprieta el gatillo pero el arma no dispara.

—Oh, vaya.

—Tranquilo, no pasa nada. Apunta y prueba otra vez. Calma.

Lo vuelve a intentar pero el arma sigue sin disparar.

—No te preocupes —le digo—, luego miramos a ver qué le pasa. Fred te…

—Quita anda, quita —dice Cliff con desprecio, apareciendo de golpe desde atrás, resoplando y apartando a Fred con el brazo de malas maneras, haciendo que se tambalee y a punto de caer, mientras él se dispone a preparar el disparo.

—¡Oye! —exclama Fred protestando. En ese momento el ciervo nos escucha y se pierde en la espesura como alma que lleva el diablo.

—Oh, no me lo puedo creer… —exclama Cliff negando con la cabeza y fingiendo una sonrisa, como harto de estar rodeado de tanta estupidez. Se da media vuelta y comienza a alejarse con paso firme mientras Fred tiene que apartarse para no ser arrollado. Aún así, le roza con el hombro.

Fred tuerce el gesto y hace ademán de ir tras él.

—Tranquilo, tranquilo — le digo en susurros—. Esto no va a seguir así.

Y desde luego que no. Ahora ya está empezando a anochecer y es tarde para volver al coche pero mañana nos despertaremos temprano y sacaré a este energúmeno de aquí aunque tenga que ser por una oreja.

Sólo unos pocos minutos después acampamos para pasar la noche. Junto al fuego tengo la costumbre de dar algunos consejos sobre la caza, sobre seguir rastros, algunos trucos, etcétera, y después, poco a poco acabamos hablando de cualquier cosa. Son siempre charlas muy agradables junto a una buena fogata y generalmente nos dan las tantas.

Al principio Cliff se mantiene al margen nuevamente, escuchando, pero finalmente termina monopolizando la conversación.

—¿Vosotros de dónde sois? —pregunta a Fred y a Frankie.

—De San Francisco.

—Estuve por ahí hace un par de meses en viaje de negocios. ¿En qué trabajáis?

—Tenemos una empresa de material sanitario. Estamos trabajando en un proyecto con Stanford…

—Ah, sí, no me digas más. ¿Queréis saber mi opinión? —Fred y Frankie guardan un educado silencio—. Pues os la daré porque está claro que la necesitáis. Estáis perdiendo el tiempo y el dinero. Ese proyecto de Stanford es una soberana tontería, creedme, que yo sé de lo que hablo [pulsa el 1 para ver nota]1.

—¿En qué trabajas? —le pregunta Fred con curiosidad.

—Tengo una empresa de seguros.

—Pues las aseguradoras no están poniendo ningún inconveniente para estos proyectos conjuntos. ¿Qué riesgo podría haber?

—¡Ja! —exclama Cliff con desdén—. Pues serán esas de San Francisco porque yo no os aseguraría pero ni de coña si os metéis en algo así.

—Pero ¿por qué no?, ¿qué riesgo ves?

—¿Que por qué no?, pues porque te lo estoy diciendo yo. ¿Pero es que no me has escuchado? —pregunta con el gesto de quien tiene toda la lógica de su lado.

—Claro —responde Fred girando la cabeza hacia la fogata, intentando dar por terminada esa conversación.

—No quiero que penséis que soy un maleducado —añade Cliff en tono apaciguador— pero es que parecéis tontos del culo, de verdad.

En seguida Fred y Frankie dan las buenas noches y se disponen a acostarse. Es obvio que se les ha acabado la paciencia; ya bastante han tenido. A mí me está hirviendo la sangre. Irnos a dormir es lo mejor que podemos hacer ahora mismo antes de que la cosa acabe mal. Ya me tarda el momento de sacar a este tío de aquí.

—Escuchad antes de iros a dormir, por favor —les pido a los tres—. Si alguien se levanta por la noche o no puede dormir, que no se aleje, por favor. Por la noche es fácil encontrarse con depredadores como osos y pumas; es algo muy serio. Recordad lo que os expliqué de los senderos. No tengáis ningún reparo en despertarme si necesitáis algo pero insisto, por favor, no os adentréis solos en el bosque por la noche.


Aún durmiendo, me sobresalto con el sonido de un disparo. Es inmediatamente seguido de un grito y los roncos gemidos de un oso cuando está atacando. No viene de muy lejos.

Me levanto como un resorte al mismo tiempo que agarro el rifle. Se siguen escuchando los gritos y al oso pero no están lo suficientemente cerca como para poder verlos.

El día está comenzando a despuntar aunque todavía falta un buen rato para que salga el sol.

Salgo a todo lo que me dan las piernas en dirección hacia donde parece que vienen los sonidos. Rápidamente recorro con la vista el campamento y veo a Fred y a Frankie levantándose con los ojos como platos, asustados, pero Cliff no está.

Subiendo una pequeña colina comienzo a distinguir sobre la maleza, a unos veinte metros, el lomo de un oso y su cabeza que sube y baja. Ya no escucho gritos. No es seguro disparar desde aquí y además aún hay mucha oscuridad; aunque no lo vea, sin duda su presa es Cliff y podría darle a él. Hago un disparo al aire y grito mientras sigo avanzando.

El oso estira el cuello y mira en mi dirección. Vuelvo a disparar al aire mientras sigo gritando. Se gira en dirección contraria y comienza a alejarse a la carrera.

Cuando llego la visión es impactante. Cliff yace ya sin vida con un profundo zarpazo que se hunde en buena parte de la cara y en todo el cuello, sobre un abundante charco de sangre mezclada con tierra, hojas y pelo de oso, y la parte baja del tórax casi completamente abierta, con los intestinos destrozados y a la vista, provocando una leve nube de vapor al mezclarse el calor que todavía emana con el frío de estas horas.

En ese momento llega Frankie a la carrera y con el rifle en alto.

—¡Oh, por Dios…!

Me aseguro de que el oso se haya marchado definitivamente y me fijo en que el lugar del ataque está junto a un sendero.

—Qué desastre, qué desastre. ¡Le avisé! —exclamo con frustración—. ¡Seguro que buscaba un oso! ¡Y lo encontró!

Frankie sigue mirándolo. Arquea las cejas como si estuviera cavilando sobre algo. En ese momento llega Fred.

—Oh, ¡qué horror…!

—Sí —le responde Frankie—, eso mismo habrá pensado el oso tras darle el primer bocado.

No les estoy prestando demasiada atención. La situación es desastrosa.

Fred se queda mirando el cadáver de Cliff con la misma expresión que Frankie.

—Es cierto, nos avisaste claramente de que no nos alejáramos —afirma Frankie—, y sobre los senderos —añade señalándolo—. Eso significa que Cliff literalmente se ha muerto por imbécil.

—Vamos señores, no es momento. Este hombre ha muerto. Quizá deje huérfanos; no es una broma.

—A ver, Rick, no me alegro de que se haya muerto; no le deseaba la muerte pero sinceramente, tampoco es que lo esté echando de menos.

—Venga, Frankie…

—No es que piense que merecía morir, no me malinterpretes, pero es que él se lo ha buscado, ¿o no?

—Sí —confirma Fred—. Yo tampoco me alegro de que haya muerto; no pienso que lo merecía pero se lo buscó él solito y lo encontró. Yo tampoco es que lo esté echando de menos.

Les hago un gesto con las manos hacia el cadáver.

—Vamos señores, era mi responsabilidad. Esto no es ninguna broma.

—Es muy trágico… pero algo de broma sí que tiene, la verdad —continúa Frankie—. Me lo estoy imaginando cuando le estaba atacando el oso, «menuda mierda de oso —dice imitando el tono prepotente de Cliff—, tú no tienes ni idea de cómo comerte a alguien. Yo sé de lo que hablo».

Fred tiembla con una carcajada silenciosa y añade:

—Sí, y supongo que el seguro de vida será de su propia aseguradora porque si no… ¿os imagináis?, ¿una aseguradora independiente que supiera que este tío venía a Wyoming?. «Ni de coña lo aseguramos; seguro que a este tío se lo come algún bicho allí».

—Venga, no me hagáis reír, por el amor de Dios, es un cliente.

—Eso es cierto, Rick, has perdido a un valioso cliente. Seguro que iba a hablar muy bien de ti a sus amigos imbéciles; a ellos debe de parecerles simpatiquísimo.

—Bueno, hombre, no quiero que alguien se muera sólo porque vaya a hablar mal de mí.

—¡No, no! —exclama Frankie—, pero qué poca visión empresarial tenéis. ¡Esto es buenísimo para ti!, piénsalo bien, «¿hay un imbécil en tu vida? —dice con voz teatral—. Envíaselo a Kaplan. Wyoming se encarga». Te forrarías. Nadie te puede acusar de nada.

—¿De negligencia? —pregunto.

—Creo que tus clientes estarían encantados con eso. Eliminaciones Seguras Kaplan Ltd. ¿Qué te parece? «Cariño —vuelve a decir Frankie teatralmente, esta vez fingiendo la voz de una mujer—, te voy a regalar un viaje a lo salvaje; será una experiencia que cambiará tu vida para siempre. Te lo mereces por ser tan estupendo».

—Venga, no me hagáis reír, esto es muy serio.

—Es verdad, es verdad —añade Fred—, vamos Frankie, Rick tiene razón, estamos siendo muy desconsiderados; nadie está pensando en el oso; pobre animal. Seguro que se habrá envenenado por comerse a este tío.

—Es verdad —confirma Frankie—, se habrá vuelto igual de estúpido. Ya me estoy imaginando a los demás osos viéndolo pasar: «menudo imbécil que se ha vuelto este Teddy —vuelve a decir con voz teatral—, con lo majete que era antes».

—»Sí —continúa Fred con la imitación—, Habrá comido algo que le sentó mal. Antes me regaba los geranios cuando me iba de viaje y ahora no se puede ni hablar con él; es insoportable»

—Y el oso Teddy pensando: «vaya panda de ignorantes que tengo de vecinos».

—»Oye, Teddy, ¿te encuentras bien?, no pareces el mismo de siempre». Y Teddy: «¡¿pero puedo hablar?!».

Ambos estallan en sonoras carcajadas.

—Venga, ya está bien.


Avisamos a los rangers y, tras más gestiones de las que te puedas imaginar, las autoridades del condado se hicieron cargo del cadáver. El forense certificó la muerte accidental. Fred y Frankie, en privado y en su tono habitual, discreparon de esa certificación. «Causa de la muerte: por imbécil», sentenciaron.

Les pedí disculpas por tener que vivir semejante situación pero antes de poder proponerles alguna solución para que pudieran disfrutar de una buena expedición de caza, se deshicieron en elogios por haber vivido una experiencia como esta. «Si lo llegamos a saber habríamos pagado el triple», dijeron.

Si embargo, aunque parezca imposible, esto no fue más que el inicio de un nuevo capítulo de la estupidez de este desgraciado. El sheriff Matthews me mantuvo al día del proceso.

Consiguieron contactar con su esposa, en Seattle, pero esta, al principio se desentendió aduciendo que le daba exactamente igual lo que hicieran con el cadáver porque ella no pensaba pagar ni un centavo para tenerlo más cerca de donde estaba en ese momento. Se le hicieron algunas llamadas más para intentar convencerla y facilitar todo este proceso pero después la mujer directamente colgaba el teléfono y hubo que desistir.

Finalmente el condado de Teton tuvo que hacerse cargo del cadáver y de su enterramiento en un cementerio local de la forma más simple y barata, como se hace con los vagabundos fallecidos.

Por respeto, acudo al entierro, donde no estamos más que dos enterradores cavando la fosa y yo.

Cuando por fin comienzan a bajar el austero ataúd al hoyo, me coloco el sombrero y me doy la vuelta para marcharme, entonces veo a escasos metros a una mujer muy elegante observando desde la sombra de unos cipreses.

Me acerco pausadamente mientras me vuelvo a descubrir la cabeza y me dirijo a ella:

—¿Señora Moore?

—Disculpe un momento —dice sin ni siquiera mirarme mientras comienza a andar.

—Sí, señora.

La mujer camina decididamente hacia la fosa, donde los enterradores ya han comenzado a tirar paladas de tierra.

Cuando llega al borde del foso, carraspea insistentemente y con fuerza, y lanza un potente y abundante escupitajo sobre el ataúd, aún parcialmente visible, mientras los enterradores la miran atónitos, sin saber qué decir o hacer.

Se da la vuelta y vuelve a caminar hacia mí mientras se limpia delicadamente la boca con un pañuelo.

—¿Es usted el señor Kaplan, por casualidad?

—Sí, señora…

—Efectivamente, soy la señora Moore. Sepa usted que si algún día tiene asuntos que tratar en Seattle, hágamelo saber y será colmado con todos los lujos durante su estancia allí.

—Eh… muchas gracias…

—Ha sido brillante, señor Kaplan, sencillamente brillante. Si lo hubiera sabido antes…

La verdad es que estoy sin palabras. No es que me sorprenda a estas alturas pero tampoco sé que decirle a una mujer que está tan agradecida por haber matado a su marido. Bueno, técnicamente lo mató el oso Teddy pero estaba bajo mi responsabilidad.

—Señora, sólo por curiosidad, sabía muy poco de él, eh… no sé… ¿tenía hijos?

—Hasta donde yo sé, tiene tres.

—Oh, de un matrimonio anterior, quizá…

—Claro que no. Estábamos casados desde que terminamos la universidad. Conmigo no quiso tener hijos por más que se lo pedí en su momento. En realidad no descarto que haya tenido más de tres por ahí pero creo que ni siquiera lo conocían.

—Vaya, lo lamento.

—Verá, señor Kaplan. No sé qué habrá contado sobre sí mismo pero fuera lo que fuera, seguro que eran mentiras o, con suerte, medias verdades.

—¿Tenía una empresa de seguros?

—No me haga reír. Trabajaba en una empresa de seguros de un íntimo amigo de su difunto padre. Él estaba convencido de que acabarían nombrándolo director pero la verdad es que lo tenían lo más apartado posible para que no estropeara nada. Le pagaban un buen sueldo pero la verdad, desde que murió su padre hace poco más de un año no creo que lo fueran a mantener mucho más porque estaban hartos de él. Pero no crea que era tonto, no lo era en absoluto, pero su estupidez siempre fue un lastre en su vida.

—La verdad, no sé qué decirle. Se me hace muy raro no darle el pésame para que no se lo tome como una broma.

—No le quepa duda de que lo haría. Este hombre ha hecho de mi vida un auténtico infierno. Pero déjeme decirle que este viaje se lo regalé yo simplemente pensando en tener unos días libre de él y, sin pretenderlo, ha acabado siendo el mejor regalo que he recibido yo en mi vida. Gracias, señor Kaplan.

Tras escuchar esto, no puedo evitar recordar a Frankie imitando a una mujer que le regalaba esta experiencia a su marido para deshacerse de él.


Y así fue la historia del hombre que murió por imbécil bajo mi responsabilidad.

Creo que no hay más que contar, la verdad. Es un asunto demasiado complejo; la conducta es un castillo muy bien protegido de la mente humana. Él estaba convencido de que los imbéciles éramos nosotros. En sus últimos momentos quizá pensó que iba a morir como un valiente mientras los idiotas dormíamos. Quizá nadie sea consciente de ser un Cliff.

De cualquier forma, espero que Teddy se encuentre bien.

FIN


¿Te gustó?. Ayúdame a seguir escribiendo


Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0 

Notas:

  1. El proyecto de la Universidad de Stanford del que están hablando, que comenzó en 1951 y que tenía como objetivo promover activamente proyectos conjuntos entre la universidad y empresas privadas, es el origen de lo que hoy conocemos popularmente como Silicon Valley. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎

Deja una respuesta