Fiebre - Jackson

Fiebre

¿Sabes esa incómoda sensación de malestar de cuando estás a punto de tener una gripe?. La cabeza embotada, la nariz pica y estornudas a cada momento. Tienes escalofríos. También lo notas en los bronquios al respirar. Así me fui a dormir ayer de noche.

Al despertarme por la mañana, tenía todo eso pero multiplicado por diez y con la sensación de no haber descansado nada. Al levantarme, con una tremenda sensación de debilidad, me mareo y tengo que apoyar las manos para sostenerme. Me pongo la mano en la frente y está como una olla hirviendo.

Es invierno y por la ventana veo que está cayendo algo de nieve. A duras penas soy capaz de llegar hasta el baño a por el termómetro.

El mercurio llega hasta la temperatura que debería de ser normal y luego sigue subiendo y subiendo. Tengo que sostenerme en el lavabo para aguantar el equilibrio.

En un recorrido más duro que una maratón, llego hasta el teléfono para avisar a Juan de que no podré ir hoy a trabajar.

Cuando por fin vuelvo al dormitorio, me dejo caer sobre cama como el valiente y exhausto corredor que llega a la meta, con una incómoda sensación de frío y de calor al mismo tiempo. Me tapo hasta la nariz y me dejo llevar por la abrumadora debilidad.


Lentamente y con varios parpadeos, acabo abriendo los ojos. Es un día bellísimo y soleado en medio de un bosque. Una luz con un tenue color anaranjado, casi celestial, lo ilumina todo al contraluz de los abetos y los álamos.

Estoy sentado en el suelo, apoyado de espaldas en uno de ellos. La temperatura es ideal. Hace un poco de calor pero una suave brisa mueve la hierba, arrastra los agradables cantos de los pájaros y me refresca metiéndose por entre las mangas y la solapa de la camisa.

Continuamente escucho un extraño sonido, como un beep-beep que suena cada pocos segundos regularmente y es muy cercano, como si lo llevara encima.

Rebusco y saco del bolsillo del pantalón un extraño aparato. Es como un pequeño libro de bolsillo con una pantalla como la de una televisión en la que aparecen imágenes con mensajes parecidos a los de una valla publicitaria, y es que es publicidad y además en color. Y se ve muy bien. Es un aparato muy curioso; muestra unos colores muy bonitos; es casi hipnótico.

Lo más llamativo es que parece funcionar solo; no tiene cables, ni antenas, ni nada saliendo de él y unas baterías no podrían caber dentro de algo tan pequeño. Es muy raro.

Me levanto del suelo con un inesperado vigor; no hay rastro de gripe. Me sacudo el trasero del pantalón con las manos pero está completamente limpio. Cuando me fijo, el suelo está compuesto exclusivamente por un verde césped muy colorido y debajo, sólo hay tierra. No se ven ni hojas, ni acículas, ni nada de nada, está completamente limpia. Ni siquiera al tocarla se queda nada de ella en los dedos.

No reconozco el lugar y no tengo ni idea de hacia donde dirigirme. Arbitrariamente pongo rumbo sur.

Sólo unos pocos minutos después me parece escuchar voces. Según me voy acercando, me parece ver a tres personas. Deben de ser veterinarios; parece que están haciendo curas a un animal.

¡Un momento!. El animal es un oso y está de pie, inmóvil mientras le hacen las curas. ¡¿Cómo puede ser?!.

—¡Hola!.

—Hola, señor.

—¿Qué están haciendo?.

—Estamos implementando una pequeña actualización de hardware. Nada importante.

—¿Una qué?. ¿El oso no es de verdad?.

—Oh, vaya —dice otro—, nuevo, ¿eh?. Claro que es de verdad. Es un poco complicado de explicar. Es un oso pero lleva insertadas unas… digamos… maquinitas; para que me entienda. Son, entre otras cosas, para que no hagan daño a la gente y no ensucien el suelo. Ya lo irá entendiendo.

Me gustaría preguntarles tantas cosas que no sé ni por donde empezar.

—Comprendemos su inquietud —dice el primero al verme la cara de estupefacción— pero no se preocupe; pronto lo entenderá. Si sigue este camino, llegará a la ciudad enseguida.

Tal como me dijeron, sigo el camino y muy pocos minutos después comienzo a distinguir una gigantesca cúpula de cristal transparente que se eleva hacia el cielo; nunca había visto nada tan grande. Empiezo a distinguir edificios en su interior.

Según me voy acercando a ella empiezo a ver toda una enorme ciudad dentro, con unos edificios muy peculiares y altísimos, y unas pequeñas cosas volando que todavía no distingo.

Ya veo que el camino termina en una gran puerta que da acceso a la cúpula. Hacia un lado de la puerta, poco más allá, se ven unos enormes aparatos cubiertos con rejilla que parecen tener dentro una especie de ventiladores. Aunque está muy alto y lejano, parece que en la parte cenital del domo hay otro de esos aparatos.

Al fin alcanzo la puerta, que es suficientemente amplia como para que quepan grandes camiones por ella, y me adentro en la enorme cúpula.

A la entrada hay un cartel con luces, algunas que parpadean, en el que pone:

«Ciudad-Burbuja Jackson te da la bienvenida. 03 Diciembre 2057. 11:53»

¿Tres de Diciembre con clima de verano en Wyoming?. Increíble.

Fiebre - Jackson
Imagen: IA y Luis Polo

Dentro es como una enorme ciudad metida en una caja pero es todo muy raro, las cosas que vuelan tienen una forma parecida a la de un coche. Se mueven muy rápidamente para, de repente, detenerse en el aire y comienzan a descender suavemente sobre los tejados de los edificios o delante de las puertas de las casas. Bajan personas de ellos.

Parece que también muchos están estropeados. Echan humo y hay personas arreglándolos.

También hay algunos coches con ruedas, de los que van por el suelo, pero son muy pocos y son increíblemente silenciosos.

Los edificios tienen una forma muy rara y la mayor parte tienen toda la fachada acristalada.

La calle está asombrosamente limpia; no se ve ni el menor atisbo de suciedad en el suelo. Líneas rectas pintadas de diversos colores siguen el curso de la acera.

Una señora mayor pasa por delante de mi, sonríe, me mira de arriba abajo y su amable expresión se transforma repentinamente en una de asombro, que a su vez se transforma en cara de asco. Acelera el paso y se aleja de mí.

No sé hacia dónde dirigirme; espero que haya alguna oficina de información, o algo así.

Veo un hombre muy fornido vestido de gris con una inscripción en la espalda que pone «Seguridad». Le preguntaré a él.

Mientras voy caminando en su dirección, el hombre me ve, me mira fijamente un instante y comienza a andar hacia mí con paso decidido.

Antes de que le hable, muestra una amplia sonrisa y es él quien me pregunta a mí.

—Es usted nuevo, ¿verdad?.

—Sí.

—Pues por esta vez lo paso pero no quiero volver a verle así vestido, ¿de acuerdo?. Cómprese algo decente —dice aún con una sonrisa que parece incongruente con su tono al hablar.

—¿Decente?. ¿Qué le pasa a mi ropa?.

—Fíjese, el cuero de las botas desgastado, el pantalón se ve ya con uso, una camisa de cuadros que parece de leñador… ¿De qué va disfrazado?. Que no le extrañe si la gente se asusta al verle.

—Vale, lo haré. ¿Hay alguna oficina de información por aquí?.

—Primero tiene que ir a Coherencia; ya irá después a Información. Lo primero es lo primero.

—¿Coherencia?, ¿qué es eso?.

—¿Ve la línea de color negro en el suelo? —me dice señalándola.

—Sí.

—Pues sígala hasta el final, le llevará directamente a Coherencia. ¿Podrá hacerlo?.

—Lo intentaré. Muchas gracias.

Qué hombre tan extraño. A pesar de haber sido muy impertinente, no ha perdido su amplia sonrisa en ningún momento, como esos vendedores que van de puerta en puerta y sonríen aunque les insulten.

Mientras voy siguiendo la línea, me llama la atención que casi toda la gente lleva una especie de gafas transparentes muy amplias pero son de un sólo cristal de forma rectangular que les cubre desde las cejas hasta la nariz.

También llevan algo en las orejas, una cosa muy pequeñita, como si fueran unos pequeños auriculares pero sin cables.

Casi todos los hombres adultos van en pantalón corto. ¿Será así como debo de vestir?. Dios santo, espero que no.

Por fin alcanzo el final de la línea negra. Acaba en un edificio de sólo dos plantas pero ancho y largo, al que se accede por unos pocos escalones que ocupan todo el frente el edificio, donde pone en un gran cartel de luz: «Oficina de Coherencia y Buena Ciudadanía de Jackson».

Varias de las luces no funcionan.

Ya dentro, hay tres filas de personas que acaban en otros tres escritorios con un funcionario cada uno. No hay mucha gente. Como no hay ningún cartel indicador, elijo una fila arbitrariamente.

Al momento, me fijo en esas extrañas gafas rectangulares que lleva el hombre de delante en la fila. Vistas desde atrás se ve un montón de cosas en ellas. Unos videos a un lado y un montón de textos cortos que cambian constantemente, en el otro lado. Es como lo que veía en el aparato que hace beep-beep pero visto en las gafas. Vistas de frente no se ve nada de eso, es asombroso.

En la fila de al lado hay un hombre cubierto con lo que parece una piel de oso, sin embargo es de colores verde y naranja fluorescente; muy brillante y muy limpia.

En la pared hay un gran cartel:

Normas de comportamiento dentro de este edificio:

  • Sonría
  • Si alguien le habla, no contradiga, sólo asienta y sonría
  • Tenga paciencia y no se queje, los funcionarios están haciendo su trabajo
  • No haga gestos de desesperación o cansancio. Recuerde que en este edificio la expresión de asco está prohibida, exceptuando al personal que aquí trabaja. Sólo la expresión de alegría está permitida
  • Si no cumple estas normas, el personal CCC (Control de Calidad de Conducta) le acompañará afuera hasta que se tranquilice y recupere la sonrisa. En ese caso no recuperará su puesto en la fila

En apenas diez minutos ya es mi turno y me siento frente al funcionario en el amplio escritorio, donde tiene una especie de máquina de escribir muy finita, sin papel y con cables, y una televisión increíblemente fina también.

Es un hombre de mediana edad, malencarado y que apenas me mira.

—Buenas tardes. Dígame.

—Buenas tardes. Me dijeron que debía venir aquí antes de nada; soy nuevo.

—Claro. ¿Cuál es su nombre?.

—Richard Theodore Kaplan.

Escribe algo en la máquina mientras mira la televisión.

—¿Fecha de nacimiento?.

—Doce de Abril de mil novecientos dieciséis.

Vuelve a escribir.

—A ver, su teléfono, vamos a revisarlo, démelo.

—Sí, apunte. Siete, cua…

—¿Qué cua ni qué nada?. Su teléfono, el aparato, hombre —me dice con cara de desdén.

—¿El aparato?. No lo traigo, ¿cómo voy a andar con ese trasto encima?.

—No, hombre. La cosa esa que hace beep-beep que llevará en el bolsillo.

—¿Eso es un teléfono?.

—Pues claro, ¿qué creía?.

—Pensaba en una televisión. Por la pantalla.

Niega con la cabeza y tiende la mano sobre la mesa para que le entregue el aparato, y eso hago.

Comienza a deslizar los dedos sobre la pantalla y esta se ilumina mostrando un montón de cosas diferentes con esa luz y esos colores hipnóticos. Textos, imágenes, listas… de todo. Yo no salgo de mi asombro.

—Veo que ha recibido ya varias notificaciones y ofertas que ni siquiera ha abierto.

—¿Esas cosas se abren?. ¿Cómo?.

—Mire, fíjese.

Yo ya esperaba que esa pantallita se abriese y saliera algo de dentro pero no; toca en un texto con el dedo índice y este se amplía en la pantalla mostrando algo más de texto e imágenes y vídeos con esos colores tan bonitos.

—Cada vez que reciba algo debe de abrirlo, ya sea un mensaje o publicidad. En cuanto abra la publicidad recibirá otra notificación con el cargo que conlleva.

—¿Cómo?, ¿es obligatorio?, y, ¿de qué cargo habla?.

—Sí, claro que es obligatorio y el cargo se refiere al importe que debe de pagar según el tipo de publicidad o notificación que reciba.

—Perdone, perdone, un momento…, ¿está diciendo que tengo que pagar por la publicidad que recibo y que además es obligatorio hacerlo?.

—Por supuesto —me dice con gesto severo—. ¿Qué se cree?, ¿que van a prestarle ese servicio gratis?.

—Pues claro que sí —le contesto con el mismo gesto severo—. Yo no lo he pedido.

—Bueno, a mi me da igual si le parece bien o no; tiene que hacerlo o recibirá puntos de auto-marginación. Si quiere más información vaya a la oficina fiscal o váyase a otra ciudad-burbuja que tengan otra política. Yo no estoy aquí para debatir con usted.

El hombre sigue revisando el teléfono.

—Dentro de seis meses habrá elecciones. Debe de proporcionar información para que el teléfono sepa sobre quién debe de mostrarle la publicidad electoral.

—¿Cómo sobre quién?. ¿No debería de mostrarme información de todos para que yo pueda decidir?.

—Obviamente, no. No recibirá información de quien no le gusta para que no se ofenda. Sería un servicio inútil y un gasto innecesario para usted. Se trata de eficiencia.

—No me ofenderá. Me gustaría saber los programas de cada uno para poder decidir; no siempre voto al mismo.

—¿Programa?, ¿qué programa?. ¿Qué espera?, ¿que los políticos le tengan que convencer a usted de algo?.

—¡Pues claro!.

—Vale, usted a lo suyo pero no se preocupe, si no vota el algoritmo lo hará por usted. Pero oiga, mire, me está haciendo perder el tiempo a mí y a la gente que está esperando detrás de usted. Le mostraré algo.

Con el dedo, pulsa algo en el teléfono ese y de repente, una alarma antiaérea suena a todo volumen. Por instinto, hago el amago de echarme cuerpo a tierra pero me fijo en que todo el mundo está tranquilo y el funcionario me mira arqueando sólo una ceja.

—¿Qué demonios iba a hacer? —me pregunta—. Bueno, casi prefiero no saberlo. Mire —dice pulsando otra vez en el teléfono algo que detiene la alarma—, este sonido es de cuando recibe puntos de auto-marginación. Se los puede dar cualquier persona a la que ofenda de alguna manera. En esta oficina es muy raro que demos esos puntos pero usted se los está ganando a pulso, ¿de acuerdo?. Simplemente escuche y hágame caso. No discuta conmigo.

—¿Auto-marginación?, ¿cómo se puede llamar así si es otra persona quien que me los da?.

—¿Y sigue discutiendo?. Será la última; a la próxima se ganará diez puntos. Se llama así porque es usted el que se los provoca.

—Bien, sigamos —dice tras un instante mirándome fijamente—, y no vuelva a cuestionar nada; si tiene dudas vaya a Información. ¿A donde piensa viajar en las vacaciones de verano?.

—No tenía planeado hacer ningún viaje, ¿también es obligatorio?.

—No, no es obligatorio pero no colgar las fotos de viaje en las redes sociales serán sí o sí puntos de auto-marginación para usted.

—¿Colgar?, ¿redes sociales?, ¿qué es todo eso?.

—En Información, conteste a la pregunta.

—Pues no sé, hace tiempo que me apetecería conocer la Tierra de Fuego, en Argentina. Ese podría ser mi viaje.

—Ese es un sitio de frío y no viven en cúpulas, no puede viajar en verano a un sitio de frío. Tiene que ser a un lugar de sol, playa, esas cosas, ya sabe, de gente alegre. En los sitios de frío la gente es fría y debemos evitar el contagio.

«Madre mía, ¿y usted qué es?», pienso para mis adentros.

—Pues no lo sé, con tanta restricción no se me ocurre otro sitio ahora mismo. Casi que me quedo con los puntos de marginación.

—No es restricción, es por su bien y el de la comunidad pero usted verá. En invierno están permitidos los viajes culturales de cinco días. Esos los puede planear con sólo una semana de antelación y por su cuenta. Ahí puede ir a la Tierra de Fuego o a donde le dé la gana. Sólo tenga en cuenta que son cinco días en total, incluyendo el viaje de ida y el de vuelta, y una vez allí, sólo puede moverse con un guía para su protección.

—Para que no me contagien, claro.

El hombre me mira fijamente con cara de asco. Ha captado la ironía.

—Bien —añade—, de momento esto es todo. Estas verificaciones se hacen normalmente en línea una vez al mes pero a usted le emplazo aquí dentro de siete días, para ver si se va adaptando, ¿de acuerdo?.

—¿En qué línea se hacen?.

—Vaya a Información. Hasta dentro de una semana. Venga, campeón, que usted puede. ¡Adiós!.

Menudo imbécil.

Al salir veo que hay cerca un puesto callejero de hamburguesas. Me vendrá muy bien meter algo en el estómago ahora mismo.

Cuando voy a cruzar la calle, una vieja y destartalada furgoneta como las de antes, de las que van sobre ruedas y echan humo por el tubo de escape, pasa a toda velocidad perseguida por dos coches de seguridad voladores con las sirenas resonando. En el lateral de la furgoneta está escrito con letras muy grandes, «Rebeldes Sucios». Al momento los pierdo de vista cuando doblan una esquina.

Ya en el puesto, pido una completa y me siento a comerla en unas amplias escaleras que dan a una gran plaza.

Un hombre de cerca de sesenta años que también estaba comprando en el puesto de hamburguesas se acerca a mí.

—Es usted nuevo, ¿verdad?. ¿Le importa que le acompañe?.

—Claro que no, encantado. Mi nombre es Ricardo. Acabo de llegar.

—Carl, encantado —dice mientras toma asiento a mi lado.

—Acabo de salir de Coherencia y ha sido una experiencia muy desagradable —le comento—. Parece que me va a costar adaptarme a este lugar.

—Sí, cuando no has nacido aquí es muy difícil —contesta—. Yo llevo un par de años. Antes vivía en Antonio.

—¿Antonio?.

—Oh, sí, perdone, usted lo conoce por San Antonio, en Tejas. Le han cambiado el nombre. ¿Lo ve?, ya estoy casi adaptado.

—¿Y qué le ha pasado al santo?, ¿por qué lo han quitado del nombre?.

—Bueno, algunos influyentes han decidido que no todo en su vida había sido suficientemente correcto y lo han cancelado.

—¿Influyentes?, ¿cancelado?. Dios mío, esto es como aprender un nuevo idioma. Estoy completamente perdido.

—Es todo muy complicado al principio. Mire, mejor… venga, vamos fuera de la cúpula, allí es más difícil que nos escuchen. Le explicaré como funciona todo esto.

La curiosidad por todas estas cosas nuevas me sobrepasa. La verdad es que me siento con mucha suerte de haber encontrado a Carl, o que él me haya encontrado a mí, y me pueda explicar todo esto porque si no, no sé qué será de mí en un lugar como este.

No estamos lejos de la salida por lo que en apenas quince minutos ya estamos fuera, sentados sobre el brillante césped y la tierra que no mancha.

—Verá —me dice—, es muy complicado explicárselo todo desde cero pero intentaré resumirlo. Todo este sistema, la manera en la que funciona todo dentro de estas cúpulas se basa en unas pocas premisas. Las cosas se pueden hacer, sean malas o buenas, pero no se pueden decir cuando son malas, las cosas que están mal siempre son por culpa de otras cúpulas, y sobre todo y lo más importante, no ofenda. Esto de no ofender no se refiere a que no insulte, o cosas así; se refiere a que no puede usted contradecir. Ah, y una cosa más y quizá de las más importantes. Sólo puede sonreír o poner cara de asco. A excepción del neutro, no está permitido expresar con gestos ningún otro tipo de sentimiento.

—Ahora entiendo la desesperación del funcionario de Coherencia conmigo—le digo.

—Me lo imagino. Le habrá preguntado, entre otras cosas, por la política, ¿verdad?. Por quién votará.

—Sí, lo hizo.

—Verá, en realidad las elecciones no son lo que usted conoce como tal, me explico. Hay dos tipos de cúpulas, unas se llaman amarillas y otras se llaman magentas. A las amarillas, coloquialmente les llaman capitalistas y a las magentas, comunistas, ambas como una forma de desprecio. En realidad, las primeras presumen de liberalismo y las segundas de socialismo aunque en la práctica, son lo mismo aunque estén convencidos de que no. Sólo cambian en cosas insignificantes pero que ocupan enormes titulares; para aparentar la diferencia. Si usted vive en una cúpula como esta, que es amarilla, cuando hay elecciones no cambiará de política porque no hay en realidad oposición. Compiten entre políticos del mismo partido sólo para sustituir al alcalde-presidente. En las comunistas hacen exactamente lo mismo.

—Si no hay oposición, es una dictadura —le digo con cara de extrañeza.

—Este sistema le dirá que no porque es usted libre de irse cuando quiera a una cúpula magenta. Se basa en que la oposición, según lo que le decía antes, es una ofensa. No crea que es tanto por capricho, esto viene de un tiempo atrás en que la gente se ofendía hasta tal punto con las ideas políticas o de cualquier otro tipo que no fueran las suyas, que la situación llegó a ser insostenible por violenta, y se optó por esta opción; separarlos.

—Pero ¿de qué va todo lo demás?, lo de pagar por recibir publicidad y todas esas cosas.

—Esto le sorprenderá aún más, si cabe. Verá, sigue habiendo un gobierno en Washington, tal y como usted lo conoce pero no hace las cosas como las hacía antes. Ahora los impuestos que se pagan al estado van en su mayor parte a algo que se llama Fondo de Cooperación Estatal, que es una forma de llamar a una subvención para la empresa Clear Velvet, que es la que construye estas cúpulas, casi todo lo que hay dentro y también alrededor, este césped, ese bosque, y esta tierra que no mancha.

—¿Todo el dinero va para una empresa?.

—Sí y no. En la práctica es así pero sobre el papel subcontrata a otras empresas que en realidad son a todos los efectos filiales suyas. Las amarillas las construye y las gestiona Black Velvet y las magentas, White Velvet. En realidad, si va a una cúpula magenta, vivirá exactamente igual que en esta. Las magentas se enorgullecen de cuidar de la gente que más lo necesita y las amarillas de cuidar a las empresas que fomentan la economía, ambas con subvenciones; las diferencias en realidad son insignificantes entre unas y otras, lo que es completamente diferente son las noticias que lee sobre eso, y sobre todo, las que no lee. Cómo le decía antes, las cosas se pueden hacer pero no se pueden decir si no es lo que se quiere oír. En realidad, si no lee las noticias no sabrá si está en una cúpula amarilla o en una magenta [pulsa el 1 para ver nota]1.

—Entonces, los impuestos, al igual que el dinero de la publicidad, también va para Clear Velvet, al final, ¿no?.

—Así es, en realidad es todo igual y ambas cúpulas pagan lo mismo, sólo cambian las formas de hacerlo y los nombres. Cuando las cosas van mal en una cúpula de un color, toda la culpa es de las cúpulas del otro color, que estropean la economía. Una gran parte de las cosas que se venden dentro, como la tecnología, los coches, etcétera, también las fabrican filiales de Clear Velvet. Muchas otras de las que no fabrica, aporta ayudas para su creación. Esas ayudas, a su vez, conllevan cargas fiscales a quien las recibe. Es como una espiral que siempre acaba en Clear Velvet recibiendo tu dinero.

—Qué paradoja. Capitalistas que viven de subvenciones y regulaciones, y comunistas que disfrutan de la propiedad privada y del capital. ¿Nadie les ha dicho que quizá no sean lo que pretenden ser?.

—No se puede, sería una ofensa. Si sabe ponerle un nombre suficientemente atractivo a lo que haga, puede hacer cualquier cosa por contradictoria que sea.

—¿Cómo hemos llegado a esto?.

—Se lo enseñaré. ¿Ya sabe usar su teléfono?.

—Todavía no. Sólo he visto que se hace con las puntas de los dedos.

—Deslice el dedo de abajo arriba por la pantalla. Ahora pulse en donde pone «ajustes».

Voy siguiendo sus instrucciones hasta que al final llegamos a la información sobre el propio aparato.

—Fíjese donde pone el fabricante del aparato.

Velvet Ltd. ¿Es Clear Velvet?.

—Así es, la matriz original. Con eso que tiene en la mano empezó todo. No es que lo hayan causado; simplemente supieron aprovecharse de nuestras debilidades. Han conseguido crear corderos que están convencidos de ser lobos.

—¿Pero cómo?, eso tiene que ser muy difícil.

—No si sabe como funcionan estas cosas. En esos aparatos ellos guardan la información de todo lo que ve para darle más de lo que le gusta, obviando lo que no le gusta. Eso crea una sensación adictivamente placentera. De esa manera deja de interesarse por las demás cosas que no le gustan tanto y así deja de entenderlas. Una vez que deja de entenderlas, comienza a despreciarlas, y entonces comienza el problema; la semilla ya germinó; ya le pueden dar información negativa y sesgada sobre esas cosas para reafirmar su desprecio y así, veladamente, afianzar su pertenencia a las otras, y ya tiene a su cordero con disfraz de lobo. Esto ha sido la semilla perfecta para que los canales de noticias y de opinión se sumen a toda esta basura. El odio es un magnífico producto comercial.

—Es asombroso.

—De hecho, la ofensa dentro de las propias facciones políticas ya ha llegado a ser algo habitual también. Comprenderá por qué si vuelve a sumar los pasos anteriores. Si ya se pelean incluso entre iguales es porque estando separados, el sentimiento de tener un enemigo común se debilita y la gente empieza a ampliar sus inquietudes. Clear Velvet se ha dado cuenta y ha ofrecido un nuevo enemigo.

—Parece que nunca acabará —añado.

—En realidad esa es una parte del problema. Lo que han conseguido de rebote y que explica eso de que no se puede ofender, lo que antes se llamaba contradecir, es alimentar nuestro narcisismo. Si sólo entiendes las cosas con las que estás de acuerdo, pierdes el punto de vista, la perspectiva, y dejas de cuestionarte las cosas, y como los que están contigo hacen exactamente igual, nadie te contradirá; no te ofenderá, y aunque lo hiciera tampoco lo escucharías. Tu razón te parece tan obvia que vives en un limbo intelectual.

—Es decir, que a través de Velvet se formó tanto a los de las cúpulas amarillas como a los de las cúpulas magentas, con la simple intención de estar todos pegados a sus teléfonos y a las noticias.

—Así es. A Velvet le da exactamente igual si te llamas capitalista o comunista siempre que uses su teléfono. Les da igual de donde venga el dinero, el caso es que venga.

—Entonces, en realidad todo esto no es culpa de Velvet directamente; ellos sólo han abierto la puerta y nosotros hemos entrado por voluntad propia, sin que nadie nos obligue.

—Así es y con todos los flecos que eso ha generado. Ya ha visto que hay muchas cosas que no funcionan bien.

—Sí, he visto muchas cosas estropeadas, coches de esos voladores echando humo y luces que no funcionan.

—Es porque tampoco se comprueban los estudios científicos ni tecnológicos, o no como era antes, al menos. Si un laboratorio crea una innovación, en realidad sí comprueban el resultado otros laboratorios pero tienen que ser laboratorios amigos que dirán que está todo correcto. Si está mal visto contradecir a una persona cualquiera, imagínese a un científico. La mortalidad por enfermedades se ha disparado.

—Y no se hará nada porque la culpa es de las otras cúpulas, claro —le confirmo.

Carl asiente arqueando las cejas.

Seguimos charlando un rato más. Carl me ha estado explicando detenidamente el funcionamiento de estos teléfonos. En realidad, de todo lo que he conocido hasta ahora, lo que más me ha asombrado es que son unos aparatos magníficos. Tienes el mundo entero en tu mano; cualquier tipo de conocimiento que necesites. Me es imposible entender como se les ha podido dar un uso tan malo y de forma tan generalizada.

Me despido de Carl y me dirijo a conocer algunos puntos de interés que me recomendó pero antes me pasaré por Información. Ya me advirtió de que harían poco más que propaganda de lo maravilloso que es vivir en una cúpula amarilla pero allí me asignarán durante un máximo de treinta días una estancia donde vivir hasta que encuentre un empleo.

Cuando estoy llegando a una gran plaza comercial donde, entre otras cosas, hay varios bufetes de abogados que me interesan, vuelvo a escuchar el rugir de un motor de los antiguos y la destartalada furgoneta de los Rebeldes Sucios aparece a toda velocidad, parando con una sonora frenada cerca de donde estoy.

Un grupo de cinco personas, hombres y mujeres, se bajan a toda prisa por el portón trasero, cada uno de ellos cargado con un saco. Los abren y comienzan a tirar lo que llevan en su interior por el suelo de la plaza. Cuando lo vacían, se dirigen otra vez hacia la furgoneta y cogen más sacos para seguir con la operación, todo con mucha prisa.

Oh, Dios mío, ya lo puedo oler, ya sé lo que es. ¡Es tierra de verdad!, de la que mancha. No me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que la echaba de menos y me acerco a ella como un animal al olor de la comida.

La cojo entre mis manos mientras siento su tacto y la acerco a la cara para que me llene con su olor.

—¡Eh, tú! —escucho decir a una voz de mujer—, ¡eres de los nuestros!.

Cuando la miro, no me lo puedo creer, ¡es la viva imagen de Ingrid Bergman!, ¡es exacta!.

—¡Ven con nosotros! —me dice—. Ven y podrás pisar esta tierra todos los días.

Mientras la miro embobado y sin ser capaz de articular palabra, de repente se escuchan sirenas que se acercan desde la dirección opuesta. Un hombre joven con una larguísima barba pelirroja, vestido de forma muy colorida y estrafalaria, se acerca a ella. En toda la parte frontal de su camiseta lleva dibujado un extraño símbolo, como una especie de tridente boca abajo, dentro de un círculo.

—¡Vamos, Morning Rainbow, ya vienen! —le grita.

—¡Ven conmigo! —repite ella alargando el brazo hacia mí.

Miro en dirección contraria porque las sirenas ya suenan demasiado cerca. Los coches voladores se posan sobre el suelo y hombres armados salen de ellos a toda prisa, desenfundando.

Cuando vuelvo la vista, de repente todo se empieza a mover a cámara lenta y, al mismo tiempo, no escucho nada más a mi alrededor excepto a Tony Bennett cantando «Blue Velvet», como si lo tuviera dentro de mi cabeza.

Ingrid, o Morning Rainbow, agacha la cabeza. Con su melena cayendo no puedo ver lo que hace. Al momento, se abre su largo abrigo de terciopelo azul y, mientras levanta la cabeza y su melena vuela lentamente hacia su espalda, saca de su abrigo una metralleta Thompson.

Abre su boca lanzando un largo grito salvaje cuando comienza a disparar, aunque no escucho su voz. Los casquillos revolotean lentamente a su alrededor como mariposas en primavera, en una danza perfectamente coreografiada, mientras la canción sigue llenándolo todo.


—¡Dorothy!, ¡despierta, Dorothy!. ¡Dorothy!.

Abro los ojos y veo la enmarañada barba de mi padre, mientras me abofetea la cara.

—¿Otra vez con eso?. Qué manera tan desagradable de despertarse.

—¿No te alegras de ver a tu padre, mi pequeñín? —me dice con su cara de sorna.

—Estaba soñando con Ingrid Bergman y de repente he visto su cara. ¿Qué quiere que le diga?.

—¿Sigue vivo? —dice Juan apareciendo de repente por la puerta.

—Sí —le contesta mi padre—, esta vez no ha habido suerte.

—¿Habéis venido a ayudarme o a rematarme?.

—No te negaré que surgió ese debate cuando veníamos de camino —contesta Juan—. Tu padre era partidario de acabar con tu sufrimiento pero yo le he dicho, «Oh, no, Jeremías. Primero debe de hacer el testamento».

—Gracias, no sé que haría yo sin vosotros.

—Tu madre te manda este caldito de pollo —añade mi padre—. Tómalo que aún está caliente. ¿Quieres que te lo de yo?.

Ya no me quedan fuerzas ni para seguirles el juego y me tapo hasta la cabeza para ignorarlos, y así seguir sintiendo el agradable y cálido tacto de mi manta de terciopelo azul.

FIN


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Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0 

  1. A lo que Carl se refiere cuando habla de noticias son, en realidad, titulares que sólo vienen acompañados de la entrada. Las noticias ampliadas con una redacción han pasado a ser algo residual que casi nadie tiene tiempo ni ganas de leer. Los departamentos de prensa y márquetin, ahora unificados, de políticos, instituciones y grandes empresas se han convertido en unas de las secciones más completas y valoradas en ellas para generar constantemente titulares de calidad y anuncios publicitarios que ya no son repetitivos; ahora se generan anuncios nuevos constantemente mediante inteligencia artificial. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎

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