Me sorprendo a mí mismo absorto, mirando cómo los objetos personales que el ayudante Holter estaba a punto de devolverle a Omar, vuelven a ser guardados.
La sensación de impotencia de este momento es muy desmotivadora pero lo que no puedo permitir de ninguna manera es dejar abandonado a Omar a su suerte, por lo que actúo de la única manera que puedo en este momento.
—Ayudante Holter, me gustaría ver al señor Calicut en calidad de abogado suyo, por favor.
El ayudante Holter levanta la vista y me mira fijamente unos instantes sin mediar palabra. Tanto él como el sheriff saben que soy abogado [pulsa el 1 para ver nota]1.
—Claro, deme un minuto, por favor.
Holter entra al pasillo de los calabozos dejando la puerta abierta y le escucho hablar tanto con el sheriff como con Omar, aunque no distingo lo que dicen.
Unos segundos después, vuelve a aparecer.
—Señor Kaplan, adelante. El sheriff les abrirá la sala de reunión.
La sala de reunión es una pequeña estancia con una mesa y un par de sillas que vale tanto para interrogatorios como para reuniones de detenidos con sus abogados.
—Rick, ¿estás de broma? —me dice Omar ya en la sala—, ni siquiera sé si podré pagar tus honorarios.
—No podría cobrarte por esto.
—Y yo no puedo permitir que lo hagas gratis.
—De acuerdo, cuando todo esto termine, me darás un buen cordero.
—Dalo por hecho.
—Está bien. La vista preliminar será muy pronto, en pocos días; ya te lo confirmaré en cuanto la fijen. No quiero darte falsas esperanzas pero puedo apostar a que esto no pasará ni siquiera de ahí. Larry ha actuado por pura maldad porque esta denuncia no tiene ningún recorrido. Hasta el propio Holter ha afirmado que no vio intención de disparar y Finchner es un juez justo y cabal. Está todo a tu favor.
—Confío en que lleves razón —dice Omar, aunque cabizbajo.
—Hoy es viernes y es imposible que Finchner te libere antes del fin de semana pero probablemente el lunes ya estarás de vuelta en casa. Ya verás, en sólo unos días esto no será más que un mal recuerdo.
—Cuando vuelvas a casa, ¿podrías pasarte a darles de comer a los perros?.
—Sí, claro, ya pensaba hacerlo. Y le diré a mi padre o a Juan que saquen mañana las ovejas a pastar. No te preocupes por eso; no les faltará de nada. ¿Quieres que llame a tu hija?.
—No, gracias, Rick, ya lo haré yo.
Tengo una conversación relajada con él durante unos minutos para que al menos le quede una pequeña sensación de optimismo para afrontar el fin de semana en un calabozo.
Al salir, solicito al sheriff el informe del arresto. No hay ninguna novedad en él y es coherente con los hechos. No se presenta a Omar como un agresor con intención de disparar. Para el informe del conflicto, me emplazan al lunes a primera hora.
Al salir de la oficina me dirijo a la biblioteca, donde prepararé la solicitud de liberación de Omar bajo palabra, con condiciones de no acercarse a Larry ni hablar con él para que no sea necesaria una fianza. La presentaré antes de que acabe la mañana para que el lunes pueda ser efectiva.
Después de presentarla me acerco al bar de Sully para comer allí. No me he encontrado a ninguno del grupo de Larry. Me alegra ver que así, este pueblo es como siempre ha sido; un sitio muy tranquilo y agradable en el que casi todos nos conocemos más o menos. En realidad, la mayoría ni siquiera saben del caso o apenas habrán escuchado algún vago rumor. Todos nos saludamos cordialmente y seguimos con nuestras cosas. Lo que ha estado a punto de cambiar mi percepción de este pueblo es debido a que la estupidez es muy ruidosa y necesitada de protagonismo, aunque sean sólo unos pocos.
El sábado transcurre sin nada que reseñar. Me quedo en casa enfrascado en la preparación del caso; tengo miedo de haber perdido fluidez y perspicacia legal. No ganar una vista como esta sería un fracaso incluso para un novato.
Telefoneo a Bruce Colter para contarle lo ocurrido y solicitar su presencia cuando se fije la vista preliminar. Su decepción al enterarse de hasta donde han llegado las cosas es tan grande como la mía.
El domingo a media mañana voy a hacer una breve visita a Omar y a ponerlo al día. Hay un grupo de gente, una docena aproximadamente, frente al edificio de la oficina del sheriff, mirando hacia ella y murmurando. No son del grupo de Larry. Quizá haya ocurrido alguna otra cosa aquí en Jackson de la que no me he enterado.
Tras la visita a Omar, al salir del calabozo, en la oficina, el sheriff se dirige a mi.
—Señor Kaplan, ¿todo bien?.
—Sí, gracias, sheriff Matthews —le contesto con cierta cara de circunstancias. Noto en su expresión que sabe algo que yo no sé.
—Quizá debería de leer el Tetons de hoy. Sepa que nadie más que usted ha intentado contactar con el señor Calicut desde que está en el calabozo.
Por su expresión entiendo que comprenderé esa extraña afirmación cuando lea el Tetons.
El Sunday Morning Tetons es un semanario local que pretende hacerse pasar por un periódico pero no alcanza más allá de un panfleto infumable. Presta un excelente servicio a la comunidad si lo que quieres es envolver unas truchas. Yo le doy mucho uso.
Aparte de esa utilidad, el mejor logro que se le puede reconocer a este periódico es que consiguen hacer coincidir su nombre con el día en el que se publica. Supongo que agotarán toda su capacidad en eso.
En la misma plaza en la que se encuentra el edificio de la oficina del sheriff, hay un chico vendiéndolo. Compro uno y me siento en un banco a leerlo con un café.
Es tan decepcionante como esperaba. El periodista que lo ha escrito ha comprado completamente la versión de Larry y sin escatimar en extensión; es casi un número especial sobre el caso. Deja a Omar como un violento desequilibrado y a todos los vecinos de Jack Pine como los paletos cerrados de mente que Larry afirma. También da a entender que todo el vecindario se está enfrentando a él porque quiere asfaltar el camino. En realidad es cierto que ese es el desencadenante pero con la salvedad de que es él quien lo ha convertido en un conflicto.
En un párrafo del artículo, veladamente sugiere que el juez Finchner y yo podríamos tener un trato de amistad personal. Él me ayudó cuando yo era estudiante pero eso no me diferencia de la mayor parte de la población de este lugar. Somos muy poca gente aquí y casi todos, de una manera u otra, han tenido algún tipo de trato personal con el juez. Es una clara intención de condicionar la perspectiva de quien ignora los hechos.
El conflicto le ayudará a vender más números de su «envuelvetruchas».
Pero eso no es todo. Al final del artículo, por llamarlo de alguna manera, finaliza diciendo que ha intentado recabar la versión de la otra parte pero que no ha recibido respuesta. Sé de buena tinta que cuando un conflicto pasa al juzgado y especialmente si una de las partes está detenida, es imprescindible contactar con los abogados para recabar esa versión y no lo ha hecho. Es una burda mentira.
Ahora la afirmación del sheriff cobra todo el sentido. Él tiene que estar muy molesto también porque este tipo de cosas alteran innecesariamente la paz de este lugar y este artículo tiene toda la intención de empeorarlas.
Un hombre mayor que está en la plaza se acerca a mi. Lo reconozco; es un conocido de mi padre, de su quinta.
—Ricardo, no irá a defender usted a ese que está detenido en el calabozo, ¿no?.
—Buenos días señor Smith. Sí, lo defenderé, ¿por qué?.
—¿Le parece a usted que lo merece, semejante energúmeno?.
—Si fuera tan ingenuo como para confiar en la basura que pone en este panfleto —le digo mostrándole el periódico—, quizá lo dudaría pero como conozco la realidad y soy capaz de tener ideas propias, sí, lo defenderé con todo mi empeño, como sé que se merece.
—Oiga, ¿qué insinúa?. ¡Muestre un poco de respeto! —me contesta con los brazos en jarras y gesto de indignación.
—¡Gáneselo!.
El señor Smith se marcha murmurando y maldiciendo.
—¡Comience aprendiendo a dar los buenos días! —añado mientras se aleja.
Sé que a veces no reacciono de la manera más adecuada pero cuando no recibo lo mismo tengo un pronto que me cuesta contener.
Apenas un minuto después se acerca otro hombre, el señor Weston, también conocido y de la quinta de mi padre.
—Hola Ricardo, ¿qué ha ocurrido?. Pedro Smith ha venido echando pestes de ti, diciendo que te has comportado como un maleducado. ¿De qué va todo esto?, ¿qué está pasando?.
Le cuento todo lo ocurrido detenidamente.
—No pretendo que apruebe mi actitud con el señor Smith —añado después de relatarle los hechos— pero, ¿comprende nuestra situación?.
—Como no —contesta—. La verdad es que ya me extrañaba mucho; os conozco desde hace muchos años y creerse esta patraña del periódico cuesta más que creer en la bondad de un banquero.
—Le agradezco que haya preguntado, señor Weston. Parece que algunos tienen alergia a eso.
El encuentro con el señor Weston me hace ser más optimista; ver que no todo el mundo se vende tan barato como otros.
El lunes, el juez Finchner aprueba la liberación de Omar con las condiciones presentadas hasta la vista preliminar, que se fija para el jueves.
Si ayer había una docena de personas frente a la oficina del sheriff, hoy se acercan ya a la veintena. Cuando ambos salimos al exterior en dirección al coche, una nube de insultos e improperios se lanza hacia nosotros. El sheriff Matthews y el ayudante Holter se interponen para que la cosa no vaya a más.
Aunque no lo parece, de la veintena de personas que hay, no son más de seis o siete los que gritan pero, una vez más, la estupidez es ruidosa y estridente como para parecer más grande de lo que en realidad es.
La semana transcurre tranquilamente y sin conflictos en Jack Pine. Ni Larry ni Omar se arriesgarán a cometer un error antes de la vista.
Yo sigo totalmente concentrado en el caso por precaución y apenas salgo de casa más que para repasar con Omar minuto a minuto lo ocurrido en esos días.
Por fin llega el jueves; el día de la vista preliminar. Por la mañana temprano, recojo a Omar y salimos en dirección a Jackson.
Es otro día frío y muy oscuro que amenaza lluvia pero de momento aguanta.
—¿Sigues pensando que esto no llegará a juicio? — me pregunta, mientras conduzco aún por el camino que ha convertido a Larry Marcus en un monstruo.
—No se puede descartar nada pero es muy difícil que esto vaya adelante, Omar. Tenemos todo de nuestro lado. Si te soy sincero, ni siquiera creo que Larry pretenda eso. Estoy convencido de que sólo quería generar el conflicto; ver que nos perjudicaba de cualquier forma y eso ya lo ha conseguido sobradamente.
—Yo también lo he pensado —afirma Omar—. Incluso creo que ha conseguido su principal objetivo; ver que muchos le siguen.
—Así lo creo yo también. Es asombroso lo que pueden llegar a hacer algunos para cubrir sus carencias.
Cuando llegamos frente al juzgado, que está junto a la oficina del sheriff, ahora, de la veintena ya han pasado a cerca de un centenar las personas las que están fuera.
Cuando nos bajamos del coche, hay un tenso silencio mientras caminamos hacia las puertas del edificio. El sheriff y su ayudante están frente a la puerta de acceso.
Ya dentro, nos encontramos con Bruce Colter y otros vecinos de Jack Pine. Larry está con algunos de su grupo de Jackson, de los que fueron a casa de los Colter el día del conflicto, y con el fiscal. No lo conozco.
En pocos minutos de espera, comienza la vista preliminar. Los bancos que hay para el público están abarrotados. El fiscal comienza su alegato.
—Señoría, permítame relatar lo que ha sido tan evidente para tantos testigos. El acusado, el señor Calicut, ha encañonado al señor Marcus, un hombre desarmado y pacífico, por una simple disputa verbal. Ya sé que la defensa se enfangará en decir que el acusado tenía permiso para pastar allí y un montón de irrelevantes circunstancias más pero el caso es que no podrán negar los hechos; la evidencia, que el acusado encañonó al señor Marcus, que estaba desarmado, y nadie podrá asegurar que no tenía intención de dispararle, que es lo único que nos ocupa. Es así de sencillo. Este hombre merece ser juzgado por lo que le hizo al señor Marcus.
—Gracias señor Holden —interviene el juez Finchner—. ¿Señor Kaplan?.
—Gracias señoría. Está bien, hagamos caso al fiscal. El señor Colter, que es quien puede afirmar que ese conflicto no tenía motivo para producirse, los eliminamos. El informe de la oficina del sheriff, que asegura que no vio en el señor Calicut intención de disparar, lo eliminamos. Los casi quince años que lleva el acusado en Jack Pine sin causar el menor problema con ningún otro vecino y que es un hombre respetable y respetado, también lo eliminamos. Que hubiese hombres de Jackson allí, que está a casi una hora en coche, ya desde el inicio, lo que demuestra que el señor Marcus tenía planeado causar el conflicto, tampoco lo tengamos en cuenta. Para no enfangar el caso, por supuesto. Nos quedaremos sólo con las pruebas que demuestran que el señor Calicut tenía intención de disparar… —hago una pequeña interpretación como si estuviese buscando una prueba entre mis papeles—. Vaya, no hay ninguna —digo fingiendo cara de sorpresa hacia Holden.
—Señoría —interviene el fiscal—, tengo aquí un montón de testigos presenciales que pueden afirmar que temieron por su vida en aquél momento. Claro que había intención de disparar. Que la defensa presente una sola evidencia de que no fue así.
—¿Quiere una?, pues le daré dos. Primera: ¿Cómo podría tener intención de disparar, si él mismo dejó su arma en el suelo voluntariamente?. Segunda: había tres coches aparcados, coches de Jackson por cierto, justo detrás de ellos. ¿Cómo es que ningún testigo se parapetó tras un coche si pensaban que iba disparar?.
—Se llama valor, señor Kaplan —responde el fiscal—, pero no estamos aquí para juzgar si esas personas eran más o menos valerosas.
—¿Personas valerosas?, casi diez hombres contra uno sólo, ¿y habla de valor?. Por el amor de Dios… Señoría, no se parapetaron porque simplemente sabían que el señor Calicut no dispararía. Es algo tan evidente como que el acusado sabía que irían a por él en grupo. Sólo intentaba disuadir a una turba que lo desafió mientras pastaba plácidamente a sus ovejas sin hacer mal a nadie. No puede uno acosar a alguien por capricho y luego lloriquear porque se defienda.
—¡Señoría, exijo que el señor Kaplan…!
—¡Está bien, caballeros! —interrumpe el juez Finchner acallando también los murmullos del público que comenzaban a llenar la sala—. Señor Holden, la balanza no está a su favor. ¿Puede presentar alguna otra evidencia de peso que le ayude a equilibrarla?.
—Señoría —contesta Holden—, si me lo permite, tengo aquí a testigos que pueden asegurar que temieron por su vida. Escuchémosles, al menos.
—¿Testigos que fueron allí precisamente para crear el conflicto? —pregunto.
—¡Gracias!, señor Kaplan, ¡por favor! —me dice el juez mirándome con severidad.
—Disculpe, señoría.
—Bien, caballeros —añade el juez Finchner—, con las pruebas que me han presentado, no veo causa probable para que estos cargos sigan adelante. Se desestima la acusación. Señor Calicut, queda usted en libertad.
Al escuchar la decisión del juez, me llama la atención que no son tantas las voces de decepción entre el numeroso público. Quizá yo mismo esté siendo víctima del ruido que pueden hacer sólo unos pocos porque esperaba algo mucho peor.
Le estrecho la mano a Omar mientras nos sonreímos. Vuelve a tener la libertad que nunca debió haber perdido.
El fiscal Holden se acerca caballerosamente a estrecharme la mano. Ha hecho un buen trabajo para lo poco que tenía a su favor.
Entre el público nos volvemos a encontrar con Bruce Colter que felicita a Omar por el desenlace. Aún así, sigue tan decepcionado como yo por ver hasta dónde han llegado las cosas.
Cuando salimos al exterior del edificio, Larry Marcus está arengando a los suyos. Hay mucha gente, ya más de un centenar de personas, aunque no llegan ni a la veintena los que jalean a Larry. Está gritando que ha habido fraude porque el juez Finchner y yo somos amigos, y que lo denunciará. Se escuchan muchas voces de indignación ante esa afirmación; el juez es un hombre merecidamente muy respetado en el pueblo, pero eso enerva aún más a los seguidores de Larry, que comienzan a encararse con quienes protestan por la acusación.
Estoy completamente convencido de que Larry no tiene la menor intención de denunciarlo porque no hay ninguna posibilidad de que eso salga adelante. En realidad creo que ahora mismo está exactamente donde quería estar y ya tiene todo lo que necesita; personas siguiéndole ciegamente a donde él diga, aunque sea a ninguna parte.
Tres hombres del grupo de Larry comienzan a encararse desafiantemente a otros que defienden al juez. El sheriff y su ayudante intervienen poniéndose frente a ellos para calmar las cosas. Otros dos hombres del grupo de Larry que estaban más alejados, avanzan hacia los del juez flanqueando al ayudante y al sheriff, y en el momento en que el ayudante Holter se mueve para parar al que pasa por su lado, el del grupo de Larry que tenía delante lanza un manotazo contra uno de los defensores del juez, rompiéndole las gafas.
Intento acercarme para ayudar pero el sheriff me ve y me hace un gesto para que no vaya. Con razón; si me ven a mi ahí seguramente enerve más a los seguidores de Larry.
Algunos hombres del grupo del juez recriminan al que dio el manotazo, señalándolo. Los del grupo de Larry están cada vez más enervados; gritan con las venas hinchadas. Un hombre muy mayor, alzando su bastón amenazadoramente se acerca recriminando a voces al que dio el manotazo. Este le da un empujón, haciendo que el anciano caiga de espaldas, momento en el que, como dos olas opuestas que chocan, ambos grupos se abalanzan el uno sobre el otro, enzarzándose en una violenta reyerta.
Un grupo grande de hombres que no están participando en la disputa se acercan a separar a los contendientes para que la cosa no acabe peor todavía. Es un espectáculo lamentable. Con su ayuda, el sherriff y su hombre consiguen poco a poco ir calmando las cosas y poner tierra de por medio entre ambos grupos.
Omar no deja de repetir, «oh, Dios mío… oh Dios mío…», mientras Larry, algo apartado, mira en silencio el espectáculo, de pie subido a un banco, como quien está viendo una película de esas que te atrapan y no eres consciente de nada más a tu alrededor que lo que estás mirando.
Al final, cuatro hombres pasarán la noche en el calabozo y otros nueve necesitarán asistencia médica, aunque ninguno de gravedad. Decenas de ellos estarán un buen rato con las manos temblorosas y el pulso acelerado después de haberse visto en esta situación.
No me puedo creer que todo esto haya empeorado todavía más. No reconozco este lugar ni a esta gente. Es tan decepcionante como desconcertante.
Ya en Jack Pine, dejo a Omar en su casa y me encierro en la mía a tomar un té. Ni siquiera tengo apetito a pesar de que son las tres de la tarde y no he probado bocado desde el desayuno.
Sobre una hora después, Juan, algunos trabajadores del rancho y otros vecinos, incluyendo el señor Jennings y el señor Sanders, se acercan hasta casa a preguntarme qué ha pasado. Les han llegado rumores.
Les cuento todo detalladamente y al terminar, todos se van cabizbajos y sin articular palabra.
Casi sin darme cuenta, cae la noche mientras estoy sentado con otro té ya completamente frío, cavilando sobre todo lo ocurrido. Me parece indignante que todo esto lo haya creado una sola persona. Que haya estropeado un vecindario ejemplar como fue siempre este.
Necesito estirar las piernas y que me dé el aire. Me pongo el abrigo y salgo a pasear por el camino hacia el interior del valle. Apenas noto el intenso frío; no sería raro que esta noche nieve, en este valle que hasta la semana pasada me parecía el lugar perfecto para vivir
Y por un solo imbécil se ha estropeado todo. Me hierve la sangre cada vez que pienso en la reyerta de hoy. Visto lo visto, ¿cuánto falta para que esto ocurra también entre los vecinos del valle?. Este energúmeno es capaz de conseguirlo y seguro que lo disfrutaría. Me tiemblan las manos sólo de pensarlo.
¿Cómo es posible que alguien pueda destruir tu mundo, tu bienestar, sin que ninguna ley lo impida?. En realidad, con lo que ha hecho hasta el momento, la ley incluso lo ampara. No hay nada por lo que se le pueda denunciar. ¿Cómo puede ser?; algo no está bien.
Noto como se me acelera el pulso cuando me encuentro frente a la casa de Larry y veo luz en el interior. Abro la puerta de la valla de una patada casi sin pensar en lo que estoy haciendo. Llego ante la puerta de la casa y llamo golpeándola con los nudillos, con fuerza.
Abre la puerta su novia. Tienen la chimenea encendida con mucha más madera de la necesaria, irradiando un sofocante calor. La mesa está dispuesta para la cena y Larry está sentado a ella, en calzones de cuerpo entero.
—¡Ricardo! —grita al verme.
Doy un paso hacia el interior, haciendo que ella tenga que apartarse hacia un lado sosteniendo aún el pomo de la puerta y la miro fijamente.
—Si te mueves de donde estás, meteré a tu novio de cabeza en la chimenea.
No sabría decirte qué expresión tengo en la cara pero la de ella es de pánico, y comienzo a andar hacia Larry.
—Ricardo —vuelve a decir Larry pero en un tono mucho más suave y amistoso.
Lo agarro por el cuello de los calzones con fuerza, levantándolo de la silla que cae ruidosamente contra un aparador.
—¡¿Estás orgulloso de lo que has conseguido?! —le pregunto a gritos.
—No he…
En el momento en que empieza a hablar, le doy un fuerte y sonoro bofetón con la mano izquierda mientras sigo agarrándolo con la derecha.
—Perdona, no te he escuchado. Te preguntaba… ¡si estás orgulloso de lo que has conseguido! —le vuelvo a preguntar a voz en grito.
Larry intenta zafarse pero lo empujo contra unas estanterías en la pared, haciendo que caigan ruidosamente un montón de cosas de ellos.
—¡Ric…!
Le vuelvo a dar otro fuerte bofetón en la mejilla.
—Perdona, Larry, no te escucho; ¡soy un poco duro de oído!.
Arrastro su espalda por toda la estantería tirando todo lo que hay en ella hasta que Larry tropieza con algo y está a punto de caer, sosteniéndose en el suelo con la mano derecha.
—¡Escúchame bien!. Como sigas con esta imbecilidad, convertiré tu estancia aquí en un infierno. ¡¿Lo has entendido?!, ¡en un maldito infierno!, ¡y ten por seguro que no seré yo sólo!
Larry balbucea sin estar seguro de lo que le pasará si intenta contestar y le vuelvo a abofetear.
—¡Te he preguntado si has entendido lo que te he dicho! —le digo gritando con todas mis fuerzas y acercando mucho mi cara a la suya.
—Sí —contesta rápidamente.
—¡Pues acuérdate de que estamos muy cerca!.
Lo suelto empujándolo contra el suelo, cojo un plato con comida que hay sobre la mesa y se lo tiro encima.
—Ya puedes continuar con tu cena —le digo mientras me dirijo hacia la puerta de salida, donde aún está su novia, inmóvil en el mismo sitio pero con la mano en la boca
—¡Animal! —me grita ella cuando paso por su lado.
—¿Y qué cree que es usted mezclándose con semejante basura humana?.
Ni siquiera recuerdo haber hecho el camino de vuelta a casa. Simplemente, un poco después estaba tirado en el sofá. Eran pasadas las siete y media.
Sobre las once y media de la noche, dos coches de Jackson con un total de nueve hombres en su interior, se adentraban juntos en el camino que llega hasta Jack Pine. Unas millas después, un poco antes de llegar a las primeras casas, apagaron las luces y redujeron la velocidad para acercarse sigilosamente.
A poca distancia de llegar se escucharon una serie de pequeñas explosiones y todas sus ruedas se desinflaron rápidamente hasta que se vieron obligados a detenerse.
Todos salieron de los coches, algunos de ellos con porras de madera en la mano, en el momento en el que de ambos lados de la carretera aparecieron ocho vecinos de Jack Pine, entre los que estábamos Juan y yo, también con porras y escopetas, rodeándolos y apuntándolos con linternas a la cara.
—Buenas noches, señores. ¿Han tenido algún contratiempo? —les pregunta Juan.
Los hombres de Jackson miran a su alrededor, desconcertados.
—Oh, vaya —añade Juan mirando las ruedas—, pues sí que tienen un problema. Supongo que no llevarán ocho ruedas de repuesto encima.
—Sólo venimos de visita —dice uno de ellos—. Venimos a ver a un amigo.
—Su amigo está indispuesto —le respondo—. No recibirá visitas hoy.
Uno de ellos hace ademán de coger algo en el interior de uno de los coches pero Juan dispara con la escopeta a una de las luces frontales, provocando un sonoro estrepito de cristales rompiendo y cayendo al suelo.
—¿Necesitan que les expliquemos lo que está pasando? —les pregunto.
Varios niegan con la cabeza pero sin abrir la boca.
—Esta es nuestra cara amable —les digo—, la fingimos cuando vienen forasteros. Si vuelven por aquí conocerán a los paletos cerrados de mente que somos.
—Por favor —dice unos de ellos—, al menos déjennos llamar para que nos vengan a buscar; nos llevará toda la noche volver andando.
—Aquí no teléfono —le responde uno de los trabajadores del rancho sobreactuando—. Marchar. No teléfono en cueva. Marchar o paletos disparar.
—¿Saben lo que es la trashumancia? —les pregunto—, ¿eh?.
Asienten con la cabeza y alguno responde suavemente.
—Pues a caminar, las ovejas a pastar a orto lado, ¡venga!.
—¿Podremos venir mañana a por los coches, al menos? —pregunta uno de ellos.
—Sólo hay una manera de saberlo —le contesta Juan—. Lo dejaremos como una sorpresa.
Mientras comienzan a andar de vuelta a Jackson, uno de los vecinos empieza a balar, imitando a una oveja. Un segundo después, todos les estamos balando mientras desaparecen en la oscuridad.
No les haremos nada a los coches; todos estamos de acuerdo en que habrán aprendido la lección. En el interior llevan algunas porras, tres bates de béisbol y dos escopetas. Prefiero no imaginarme lo que habría pasado si no los llegamos a detener.
Después de mi cordial visita vespertina a Larry, poco después de las diez de la noche, el señor Weston me había llamado para avisarme de que acababa de ver a varios del grupo más agresivo, los que no acabaron en el calabozo, metiendo diversas armas en los coches y saliendo disparados de Jackson. Se imaginó que irían a por mi y a por Omar. ¿A dónde si no?.
Estoy seguro de que la incursión de ese ridículo ejército no fue idea de Larry; ahora ya le ha quedado claro que aquí tiene todas las de perder. Vinieron por su cuenta, buscando venganza por lo ocurrido hoy en el juzgado y porque algunos de los suyos acabaran en el calabozo.
A la mañana siguiente, el sheriff Matthews llama a mi puerta.
—Buenos días, señor Kaplan, ¿que tal está?.
—Buenos días sheriff Matthews, muy bien, gracias por preguntar. ¿Y usted?.
—Bien. Por casualidad, ¿sabe algo de esos coches que están abandonados en medio del camino?.
—Oh, sí. Unos vecinos de Jackson vinieron ayer de visita en medio de la noche y tuvieron un percance mecánico; se les pincharon las ruedas.
—Todas ellas —añade, aunque no estoy seguro de si es una pregunta.
—Sí, ha sido una suerte. ¿Ha visto lo que llevaban dentro?.
—Sí, lo he visto —responde arqueando las cejas—. No quiero ni pensar lo que habría pasado si no hubiesen tenido ese contratiempo. Ha sido una suerte —añade mirándome fijamente.
—Estoy de acuerdo con eso, sheriff Matthews.
—Sólo una cosa más. Vengo de ver a Larry Marcus, parece que tiene intención de marcharse. Me ha llamado la atención que en su mejilla izquierda se ve lo que parece la silueta de una mano en color rojo. ¿Sabe algo de eso?.
—Oh, sí, sheriff, no le negaré que esa marca es testimonio del contacto con mi extremidad superior izquierda pero no piense que le he agredido; ha sido… ¿cómo le diría?, una caricia. Siempre he pensado que el señor Marcus tiene un cutis bellísimo y no he podido resistirme. Quizá ese contacto le haya dado reacción.
—Ya —contesta el sheriff bajando la cabeza y asomando una leve sonrisa—. Reacción —añade volviendo a levantar la cabeza.
—No se me ocurre otro motivo; alguna alergia de esas.
—No le entretengo más —dice mientras se gira y comienza a marcharse.
Cuando está a la altura de mi coche, se vuelve a girar hacia mí.
—Por cierto, bonito coche. ¿Es madera de verdad?.
—Gracias, sí, es caoba de la mejor calidad. Podría hundir un galeón español de un sólo golpe y sin perder el barniz; eso me han dicho.
El sheriff se queda mirando el coche, con cara dubitativa mientras se acaricia la barbilla.
—¿Y no tiene miedo de que se lo coman las termitas?.
Ese fin de semana, el Wyoming Daily Star, el principal periódico diario del estado, sacó un amplio artículo sobre todo lo ocurrido aquí, muy detallado y conciso. Describe a Larry y a su grupo de Jackson exactamente como son; agresivos, violentos y de mente obtusa, sin obviar que el conflicto no tenía razón de ser desde el primer momento. El Tetons, del que también se menciona su papel en lo ocurrido, queda también en su lugar, un panfleto infumable capaz de lo peor con tal de vender. También me alegra leer que deja claro que esto lo han hecho sólo unos pocos y la población de Jackson terminó enfrentándose a ellos, igual que la de Jack Pine. Como buen periodista, no esconde lo que terminamos haciendo los vecinos del valle pero nos parece justo. Al fin y al cabo es la verdad. No me habría quejado si hubiera escrito mi nombre ahí.
Quizá algunos penséis que nosotros no fuimos mucho mejores que ellos por nuestro comportamiento para acabar con el conflicto. Si eres de ese pensamiento, no te lo discutiré.
Los que no piensan así, probablemente piensen que el culpable de todo lo ocurrido fue Larry Marcus.
Algo de verdad hay en eso pero yo que lo viví, no puedo hacer esa afirmación.
Fíjate bien cómo fueron las cosas. El día que Omar encañonó a Larry, era la segunda vez que se encontraban. Omar no temía a Larry, temía a la turba que vendría con él. Si Larry hubiera vuelto solo, Omar no le habría apuntado con la escopeta; tenlo por seguro.
Larry tampoco escribió el artículo del Tetons que condicionó el pensamiento de mucha otra gente.
En la reyerta frente al juzgado, Larry tampoco participó de forma violenta; lo hicieron otros.
Ninguna de esas personas se cuestionaron seriamente en ningún momento si Larry tenía razón; le siguieron ciegamente. La ignorancia infundió su causa con un halo de justicia; estaban convencidos de estar en el lado bueno.
Si no fuera por toda esa gente, habríamos tratado a Larry simplemente como un idiota y lo habríamos ignorado. Nada de esto habría ocurrido si no hubiese sido por quien le siguió.
El por qué, no lo sé. Creo que simplemente Larry les gustó más que nosotros y debe de ser gente que seguramente tenga vidas con apariencia de normalidad pero huecas, ¿sabes?, como Larry; una fachada sin nada detrás que busca en quién descargar sus frustraciones vitales.
Lo que sí sé es que el problema real no es que haya pastores, si no que estos encuentren tan fácilmente a personas dispuestas a ser ovejas.
FIN
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