Una intensa conmoción sacude todo el campamento ante la vista de la niña caminando hacia aquí, de la mano del chico. Nadie sabe qué decir más que clamar al cielo, aunque no haya gente especialmente religiosa aquí.
Ahora mismo, por más inexplicable que nos parezca la situación, la niña está viva y ese pensamiento opaca cualquier intento de raciocinio.
Los Tielman salen corriendo hacia ellos.
Ruthie está tapada con la chaqueta de Whiz y tiembla de frío pero su color, aunque pálido, vuelve a reflejar vida.
Ruthie dice que quería darles una sorpresa a sus padres preparándoles el desayuno y salió a buscar unas flores para adornarlo, entonces, a la orilla del río, resbaló, se cayó y no recuerda más.
El chico no para de repetir que no ha siso nada. Lo repite una y otra vez.
Apenas un par de minutos después, tras avivar un buen fuego y con la pequeña bien arropada por mantas y el calor familiar de sus padres a ambos lados, rodeamos amistosamente al héroe matutino entre felicitaciones y palmadas en la espalda.
—No ha sido nada —dice una vez más sin que le preguntemos—. Por el intenso frío del agua parecía que llevaba tiempo así pero en realidad no, y he conseguido sacarle el agua y reanimarla. El año pasado hice un curso con los rangers de Grand Teton y sé cómo hacerlo. No ha sido nada.
Lo que ha ocurrido es impresionante; la alegría de volver a ver a la pequeña se entremezcla con una extraña sensación de incredulidad. He visto morir a mucha gente en estas circunstancias y reconozco los detalles que he visto en ella pero, al fin y al cabo, no soy médico y no conozco todas las variables que pueden influir. Ahora mismo no puedo evitar sentirme como Rowdy después de que el chico encontrase el broche y aceptar con desánimo que la explicación más simple es la correcta, ¿Cuál iba a ser si no?.
En ese momento veo a Rowdy mirándome como quien espera una explicación.
—Parece mentira cómo el que empieza siendo el peor día de tu vida acaba convirtiéndose en pocos minutos en el mejor —le digo desviando la cuestión para no alimentar sus sobrenaturales sospechas.
—Sí, ha sido realmente increíble… una vez más.
—Venga, que se la lleven a casa para que la pueda ver un médico. En ningún sitio estará mejor ahora mismo que en el hogar, con sus padres.
Al escuchar esto, Brig se levanta y se acerca.
—No os dejaré colgados con el trabajo, Rick. Espera que entre en calor y Beth se la llevará a casa. Tu padre las podrá acompañar.
—Mañana cuando te despiertes por la mañana y seas consciente de que tu hija está viva, debes estar en tu hogar, Brig, con ella. Nunca volverás a vivir algo como esto. Debes estar allí; nosotros nos las arreglamos. Vete a casa. Tómate un par de días para disfrutar de esto, amigo mío —le digo agarrándolo por el hombro.
No mucho después, tras haber entrado la pequeña Ruthie en calor, los Tielman se marchan a casa. Aunque mi padre se resistió a inmiscuirse en un momento tan familiar como este, los Tielman lo convencieron para que se fuera con ellos. Para Ruthie, mi padre es casi como un abuelo más. Todos nos acercamos a verlos partir y despedirlos como a alguien que emprende una gran aventura. En realidad hay mucho de eso; para los tres, hoy es el primer día del resto de sus vidas.
Para los demás, con cierta dificultad, todo vuelve a la rutina. Creo que, igual que a mí, a todos, egoístamente, nos gustaría más que nunca ver a la pequeña Ruthie correteando por el campamento pero debe de estar en su hogar, con toda la atención de sus padres. Un buen grupo de reses nos esperan. Unas cuantas se han vuelto a separar durante la noche y hay que ir a recuperarlas.
Rowdy se atreve a encargárselo a los chicos nuevos, solos y sin supervisión. Nadie aquí tiene ya dudas de que harán un trabajo perfecto y con el aliciente de que no tendremos que soportar a los imbéciles de los hijos de Pat Skitt.
José se ofrece a acompañarlos pero Rowdy prefiere que vayan solos.
Todos estamos contentos y motivados. Un día perfecto. Los chicos salen al galope y se retan amistosamente a una carrera, entre risas, hasta que los perdemos de vista.
Aunque no lo parezca, el día sigue igual de oscuro y gris, sólo interrumpido momentáneamente por nubes finas que dejan atravesar algunos rayos pero enseguida vuelven a cubrirse, aunque de momento, aguanta sin llover.
—Parece mentira como un día tan feo y gris como este puede ser tan agradable —comenta Ed mientras estamos sentados junto al fuego con un café caliente.
—Sí, quién nos habría dicho hace menos de una hora que estaríamos disfrutando agradablemente de la mañana con un café —añade Rodge.
—¿No os parece que están tardando un poco de más, estos chicos? —pregunta José.
—Sí —confirma Rowdy—. hasta he perdido la noción del tiempo. ¿Algún voluntario?.
—Yo iré —le digo al mismo tiempo que me incorporo.
—Te acompaño —añade José.
Salimos en dirección sur, hacia donde fueron los chicos, y, apenas diez minutos después, tras una loma, nos encontramos con las reses perdidas, bien visibles en medio de la pradera. No hay rastro de los chicos.
—Qué raro.
—Sí —confirma José—. Parece imposible que no las hayan encontrado fácilmente si venían en esta dirección.
Muy cerca de donde estoy, con el suelo tan blando, veo claramente el rastro de unos cascos recientes.
—Mira, han pasado por aquí mismo.
José se inclina hacia delante sobre su caballo, oteando el suelo.
—Sí —confirma—, aquí mismo están las otras. Esto no tiene ningún sentido.
—Vamos.
Las huellas llevan directamente hacia el grupo de reses y se detienen a poca distancia de ellas.
Ambos nos bajamos de los caballos para intentar descifrar algo de esta extraña situación.
—Se han detenido aquí un buen rato, fíjate —dice José.
—Sí, mira, parece que el caballo de la derecha se acerca y se aleja varias veces al de la izquierda.
Ambos seguimos rastreando detenidamente, intentando encontrar cualquier detalle que nos pueda servir para entender esta situación.
—No hay nada más —añado—. Mira, se van como en dirección al camino. No han descabalgado.
—Sigámoslas —dice José.
—Sí, vamos.
El camino por aquí está a la vista, muy cerca de donde están las reses y en apenas un par de minutos llegamos hasta él.
Allí, la tierra está muy apelmazada y es algo pedregosa; imposible seguir un rastro. Apenas se distinguen las huellas del coche de los Tielman tras pisar algún charco.
—Algo que está claro es que no lo han cruzado —afirma José desde el otro lado del camino—, al menos por aquí. No hay ninguna huella que salga por este lado.
—Parece como si algo en el camino les hubiera llamado la atención cuando estaban con las reses —añado.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —pregunta José.
—No lo sé —dudo un instante—. ¿Estás pensando en los hijos de Pat?.
José contesta con un gesto, arqueando las cejas.
—No lo sé, José. No sé qué pensar. Por Dios, ¿qué más puede pasar estos días?. Quizá el coche de los Tielman haya tenido una avería pero tan cerca, habrían vuelto al campamento. O quizá los Skitt, como dices. No lo sé. Hoy no puede pasar nada más, ya. Primero llevemos las reses al campamento y allí pensamos qué hacer.
Entiendo que José esté especialmente preocupado por su sobrino. Los hijos de Pat son unos imbéciles pero tampoco tenemos nada que los relacione con esta extraña desaparición. Lo único que sabemos es que Whiz y Gene han abandonado las reses para ir los dos solos hasta el camino y esa es muy poca información.
Aunque no puedo decirlo en voz alta hasta que se tome una decisión, el joven Whiz me ha parecido casi desde el primer momento un activo perfecto para el rancho. Es una buena persona y un gran trabajador, y tiene muy buen trato con los demás; alguien a quien te alegrarías de ver todos los días. Sería, además, un fijo perfecto para empezar a meter sangre joven, que falta hace. Nunca había visto a nadie que pueda encajar mejor en nuestro rancho. En realidad esta desaparición hace tambalear mi convicción; no sé si es que estaba totalmente equivocado o es que algo malo está pasando.
Ya en el campamento, les damos todos los detalles a Rowdy, Rodge y Ed. Están igual de confusos que nosotros y ninguna opción nos parece creíble. No hay ningún motivo que nos haga creer que haya pasado algo malo pero menos aún que, después de haber visto cómo trabajan, se hayan marchado sin más, dejando el trabajo sin hacer; ninguna opción concuerda.
—Ese camino termina en Pinedale, ¿no? —pregunta Rowdy—. Los Skitt, ¿no son de allí?.
—No exactamente —le contesto—. Ese camino lleva a Pinedale pero los Skitt viven algunas millas antes de llegar, casi a medio camino desde aquí.
—¡Malditos sean! —exclama José.
—No juzguemos tan fácilmente —le digo, aunque comprendo su posición—. Que sean unos estúpidos no es motivo para sentenciarlos. Echemos un vistazo.
—Pero menos explicable aún es que el coche de los Tielman haya tenido una avería a diez minutos de aquí y no hayan vuelto a avisar —replica José—. Y si el coche no está allí es que funciona. Y además, ¿alguien de verdad se cree que esos chicos se hayan escaqueado de un trabajo tan fácil?. Mi sobrino no es de esos. Aquí hay algo malo.
—Es verdad, José —confirma Ed—, los Skitt es la opción más probable pero ni siquiera podemos dar por hecho que haya pasado algo malo; no nos adelantemos. Sólo sabemos que se han marchado.
—Sí, de momento es todo lo que tenemos —añade Rowdy—. Si los chicos fueron por el camino, no tenemos por qué dar por hecho que los Skitt tengan algo que ver pero quizá hayan visto algo si no viven lejos de aquí. Tampoco podemos descartar que Whiz les haya guardado rencor y haya decidido hacérselas pagar con la ayuda de Gene.
—Rick, José y yo iremos hasta casa de los Skitt a preguntar —añade Rowdy tras unos instantes—. Ed, Rodge, quedaos aquí guardando el ganado.
Todos asentimos.
—Chicos —añade Rowdy dirigiéndose a los que se quedan—, si no sacamos nada de los Skitt, intentaremos seguir alguna otra pista. Contad con que podríais estar aquí un par de días.
Nos incorporamos y nos preparamos para salir contando con cualquier posibilidad. Cada uno llevamos un revólver y una escopeta.
Un par de horas después, casi al mediodía, alcanzamos la casa de los Skitt. Son granjeros con muchas hectáreas de cultivos.
—Recordad que no venimos dando por hecho que son culpables de algo —añade Rowdy casi en susurros—. Que no vean que sospechamos de ellos. De todas formas, Rick, ya sabes, si hay que sacar las armas, tú tomas instantáneamente el mando.
La entrada está a poca distancia de la casa, a donde nos acercamos con cierta cautela.
No hay huellas recientes de caballos a la vista. De detrás de un gran cobertizo, uno de los hijos sale conduciendo un tractor hacia los campos. Inmediatamente sale por una pequeña puerta del mismo cobertizo el otro hijo llevando algunos aperos. No nos ha visto. Todo parece normal y tranquilo.
—José… —dice Rowdy en voz baja y mirándolo fijamente.
Este entiende la llamada de atención.
—No te preocupes; no haré nada sin motivo.
Finalmente Rowdy llama a la puerta y enseguida abre Pat.
—Hola Pat —le saluda—. Verás, hemos perdido a los chicos, Whiz y Gene. Sabemos que se han ido por el camino. Por casualidad, ¿los habéis visto pasar?.
—No, lo siento, chicos. Aunque hayan pasado por aquí delante no nos habríamos enterado.
—Claro —contesta Rowdy—. Vaya, qué frustrante.
—Escuchad —añade Pat—, no os culpo por venir aquí; yo también lo haría. Sé que mis hijos se han portado como unos auténticos niños malcriados pero no son más que unos bocazas; no le harían daño a nadie, os lo aseguro. Si os puedo ayudar en algo, contad conmigo.
Mientras dice eso, su hijo, el que vimos salir del cobertizo con los aperos, entra en la casa por la puerta de atrás y se queda cerca, atento a lo que hablamos.
—Gracias, Pat —le digo—. No te lo tomes a mal, por favor. En realidad no tenemos sospechas de nada ni de nadie porque ni siquiera sabemos si ha pasado algo malo. Sólo hemos venido porque sois los únicos que conocemos por aquí. ¿Se te ocurre algún sitio o alguna persona cerca o en Pinedale que nos pueda servir de pista para seguir?. Sólo sabemos que se fueron por voluntad propia y estaban solos.
—No sabría deciros; tampoco es que vayamos mucho al pueblo. La verdad, no se me ocurre nada…
—Ese chico, Taylor —interrumpe el hijo de Pat, acercándose—. No lo conozco pero no es la primera vez que lo veo.
—¿Es de por aquí? —pregunta José.
—Eso no puedo asegurarlo pero sé que no es la primera vez que veo su cara; es posible, quizá en el pueblo —confirma mientras asiente con la cabeza.
—Bueno —añade Rowdy—. Al menos ahora tenemos algo. Muchas gracias por vuestra ayuda. Perdonad las molestias.
De vuelta en el camino, barajamos las pocas opciones que tenemos.
—Aquí no hay nada —afirmo—. Los chicos se fueron a caballo y en esta casa no ha entrado hoy ninguno antes que los nuestros. Todo parece normal y Pat es de fiar.
—Estoy contigo —añade José—. Por mal que me caigan esos chicos, podría ser verdad eso que dice de Gene y que sea de la zona.
—Es cierto —confirma Rowdy—. Sin embargo seguimos dando palos de ciego. Vayamos hasta el pueblo, a ver si allí podemos sacar algo.
Ya bien entrada la tarde, llegamos a Pinedale. Con todo el ajetreo no hemos comido nada desde el desayuno por lo que entramos en un local donde tomar una buena cena.
Ya con los platos sobre la mesa, Rowdy se gira hacia el encargado.
—Perdone, ¿sabe usted dónde podríamos encontrar a la familia Taylor? —pregunta elevando la voz.
—¿Cuál de ellas?. Hay varios Taylor en la zona —contesta el hombre mientras seca un vaso con un paño.
—Tienen un hijo de unos veinte años, o quizá él sea el padre, no lo sé. Un chico llamado Gene Taylor y de unos veinte años.
—Eso no me sirve de mucho para poder ayudarle, señor.
—Rowdy —le digo en susurros, llamando su atención—. Aquí son casi todos mormones. Si hubiera cinco familias Taylor, bien podría haber treinta veinteañeros apellidados Taylor; tienen muchos hijos.
—Oh, vaya… es verdad.
Un hombre de unos setentaicinco años que está sentado a la barra con un batido, carraspea llamando nuestra atención, anunciando que va a hablar.
—Si los buscan por haber hecho algo malo —dice señalando nuestras escopetas en los caballos al otro lado del ventanal—, han sido los Taylor de la carretera de Willow Lake; no les quepa duda.
—¿Por qué? —contesta Rowdy—, ¿son gente mala?.
—¿Gente mala? —contesta el hombre con indignación—,¡peor!, ¡son pentecostales!, por el amor de Dios; la gente mala no merece que los comparen con esos herejes malnacidos. Vayan allí y arrasen ese lugar con la más implacable de las furias. Si fuera más joven iría con ustedes…
—Gracias, señor —dice Rowdy—. Madre mía, sí que se lo toman en serio —añade en voz baja, ya mirando hacia nosotros.
El hombre de la barra sigue a su aire, despotricando sobre todos los motivos por los que los pentecostales deberían de ser borrados con violencia de la faz de la Tierra. Sin embargo a mí, eso ha hecho que se me encienda una bombilla en la cabeza.
—Un momento, quizá algo de cierto…
—¿Rick? —dice José, frunciendo el ceño.
—No, hombre, no me refiero concretamente a lo que dice pero, ¿los pentecostales no son los que creen en los milagros y en imposiciones de manos y esas cosas?. Atad cabos con todo lo que ha ocurrido.
Tanto Rowdy como José siguen con cierta cara de incredulidad ante mis palabras.
—Pensadlo bien —añado—, poneos en la piel de alguien que cree en esas cosas y de repente ve eso del broche y para colmo lo de Ruthie esta mañana. Vamos, Rowdy, hasta tú dudaste.
Ambos ladean la cabeza, algo más propensos a ver alguna posibilidad.
—Ya sé que no es una prueba definitiva pero es todo lo que tenemos. No perdemos nada por ir hasta allí a echar un vistazo.
—Vale —dice José con media sonrisa—, ¿quién se atreve a preguntarle al señor por la dirección?. ¿Tú, que eres más de su palo? —dice mirándome con ironía.
Mientras pagamos la cuenta, me vuelvo hacia el señor de la barra.
—Señor, ¿podría indicarnos como llegar hasta esa casa, por favor?.
—¿Hasta ese nido de serpientes?, ¡por supuesto que sí!, es fácil. Sigan esta misma carretera hacia allí —dice señalando hacia un lado del local— y a menos de una milla, a la derecha, encontrarán una casa de madera pintada de blanco pecador. ¡Oh, sí!, ese que se usa para disimular la vergüenza que hay dentro. ¡Esa es!. La reconocerán.
—Muchas gracias, señor.
—¡Arrasen ese lugar!. Que Dios les asista con un tanque Sherman y un lanzallamas para que no vuelva a crecer la hierba en el suelo que han pisado esas herejes criaturas infernales. ¡Que no queden ni las tumbas de sus antepasados…!
Ya fuera del local, aún se escucha al hombre en su cruzada verbal contra los pentecostales, mientras subimos a los caballos e iniciamos camino. Ya falta poco para que empiece a oscurecer.
—Es como una enciclopedia de improperios celestiales —dice José.
—Sí —le confirmo—. ¿Alguien sabe qué color es el blanco pecador?.
—El que se usa para disimular la vergüenza que hay dentro, ya lo ha dicho —responde Rowdy con ironía—. Tienes que estar atento a los detalles, Rick.
—Oye, Rowdy —le contesto—. ¿Tu casa no está pintada de blanco?.
—Anda y que te zurzan —contesta entre las risas de José.
Poco menos de media hora después, con el cielo un poco más despejado pero tornando ya hacia el azul oscuro, llegamos a la única casa que hay a la derecha en toda esta zona y es de madera pintada de blanco.
—Este debe de ser el famoso blanco pecador —dice José
La puerta de la cerca, completamente abierta, está a tiro de piedra de la casa. Se escuchan gritos dentro aunque no se distinguen las palabras.
Hay huellas de caballos entrando.
—¿Escucháis los gritos? —dice Rowdy mientras descabalgamos.
Justo tras decirlo, un disparo atruena en el interior de la casa, que en el silencio de este lugar resuena como un cañón, y es seguido de un grito y pasos rápidos.
He evitado en todo momento pensar en una mala situación pero el instinto lleva desde esta mañana advirtiéndome de que hay algo malo en este asunto, como una avispa que revolotea a tu alrededor y nunca termina de alejarse.
Inmediatamente me pongo en el centro y les hago señas para que se separen unos pasos mientras nos acercamos al porche y apuntamos con las escopetas hacia la casa, atentos a puerta y ventanas.
Al momento, la puerta principal se abre de golpe y Gene sale caminando apresuradamente a lo largo del porche, con las manos en la cabeza y mirando al cielo, gimiendo, como a punto de llorar. No se ha enterado de que estamos aquí. No se le ven armas a la vista ni ninguna herida. Parece cualquier cosa menos una amenaza.
—¡Gene! —le grito.
Este se estremece del susto mientras gira la cabeza y nos ve.
—¡Oh!, no, no, no… No tenía que pasar esto….
—¿Quién más hay en la casa?
—Mi padre… —contesta dubitativamente al mismo tiempo que alza las manos.
—¡Salga desarmado! —grito con fuerza—. ¡Señor, salga desarmado y con las manos en alto!. ¿Está Whiz aquí? —pregunto a Gene.
—Está ahí —dice con dificultad, sollozando, señalando hacia la casa.
Un hombre de unos cuarentaicinco años aparece por la puerta, con las manos en alto, llorando desconsoladamente como un niño.
—¡Lo siento, Dios mío, lo siento!, no tenía que ser así, no tenía que pasar esto…
Hago un gesto a Rowdy para que vigile a los Taylor y dejo la escopeta junto a él después de desenfundar la pistola.
—José, conmigo —le digo mientras me encamino hacia el interior de la vivienda.
La entrada principal da a un ancho pasillo perpendicular a la puerta que conduce hacia ambos lados del edificio. Escojo el lado derecho y José hace lo propio hacia el opuesto.
La primera puerta da a una pequeña despensa y la segunda a una habitación vacía. Veo terminar el pasillo en una habitación más amplia que la anterior, que debe de ser la de matrimonio, con una cómoda y un espejo encima, colgado de la pared. Según me voy acercando, comienzo a ver parcialmente dos botas de hombre en mitad de la estancia y a poca distancia de ellas, un revólver tirado en el suelo. Parece que hay sangre alrededor. Escucho una voz muy débil viniendo de allí, quejándose o llorando.
Con mucha cautela y elevando el arma, cruzo el umbral de la puerta.
Hay una cama de matrimonio en la que está acostada una mujer que parece gravemente enferma y a sus pies, tumbado con medio cuerpo en la cama y los pies en el suelo, boca arriba, yace Whiz Ponder con una herida de bala en el pecho, casi en el corazón, que lo habrá matado al instante. Sus ojos siguen abiertos, inmóviles, vacíos, en esa cara casi infantil ahora carente de toda expresión.
La mujer llora, reza y se lamenta con una voz tan débil que apenas es audible.
—¡Aquí! —grito.
Una desoladora sensación de pena es solapada inmediatamente por una desgarradora sensación de culpa. Culpa por no haber visto venir algo que, de una u otra forma, sabría que vendría.
La inocencia no busca la pelea y eso se confunde con debilidad, y siempre hay ratas al acecho, dispuestas, ocultas delante de nuestras propias narices para aprovecharse de ella. Y sólo hay algo que puede ser aún peor; que la inocencia esté en posesión de algo que otros quieren para sí.
De Skitts, de Taylors, de maldad o de falsa bondad, como cualquier otra cosa que hace de este mundo un lugar mejor donde vivir, la inocencia debe de ser protegida implacablemente por los que nos llamamos valientes; es responsabilidad de quienes pretendemos abanderar eso. José se lo olió desde el primer momento y yo no. He evitado todo el día el pensamiento de que esto pintaba feo. Con otra persona la duda podría estar justificada pero con alguien como Whiz, no. Con una persona así, no. Debería de haber sido capaz de darme cuenta de que unos u otros estaban yendo a por él. Esa es mi culpa.
Hoy el mundo es un lugar peor sin Whiz Ponder y no lo he evitado.
Escucho a José entrar a la habitación y mientras me giro hacia él, este sale a toda prisa en dirección a la salida.
—¡José, no! —le grito—. ¡No! —al mismo tiempo que me apresuro detrás de él.
En ese corto trayecto, cuando salgo al porche, José ya tiene encañonado al padre de Gene, que está de rodillas ante él, llorando. Rowdy intenta calmarlo.
—¡José, no lo hagas! —le grito—. Por favor, no lo hagas.
—Calma, José, así no arreglarás nada —le dice Rowdy en tono más calmado.
—¡Hágalo, por favor! —ruega el hombre—. Acabe con esto, no merezco vivir.
—¡Papá! —grita Gene—. ¡Papá, no!.
Gene intenta abalanzarse sobre ellos pero Rowdy lo detiene.
—¡José!, baja el arma, por favor —le suplico—. No podemos perderte a ti también.
José aprieta los dientes con fuerza, con los ojos llenos de lágrimas, mientras presiona el cañón de la pistola contra la frente del hombre, y este cierra los ojos en silencio, con repentina sobriedad.
José eleva el brazo y recoloca la pistola para golpearle con la culata pero, tras un instante de duda, finalmente cede y se encamina con paso firme hacia los caballos mientras gime y sigue apretando los dientes con fuerza.
—¡Levántese! —le digo al hombre mientras lo golpeo con la bota.
Vuelvo a girarme hacia José. Está entre los caballos, inclinado hacia delante, con las manos apoyadas en las rodillas. Vomita.
—¿Qué demonios ha pasado aquí? —le pregunto al hombre con firmeza.
—Él no lo dijo hasta el final… perdí los nervios… —dice el padre entre sollozos.
—Yo lo traje —le interrumpe Gene—. No quería venir y tuve que obligarle pero nadie debía sufrir ningún daño.
—¿Traerlo para qué? —les pregunto.
—Mi esposa, los médicos la han desahuciado. Le han dado pocas semanas de vida —dice el padre mientras caen lágrimas por sus mejillas—. Gene lo trajo y me contó lo que podía hacer pero él no lo dijo hasta el final…
—¡¿No les dijo que no podía hacer milagros?!. Por el amor de Dios…. ¡Claro que no puede hacer milagros!.
—Usted lo ha visto —dice Gene—. Usted ha visto lo que hizo con esa niña. Sólo tenía que quitarle a mi madre ese mal de su cuerpo, pero no lo dijo hasta el final…
—¡No ha sido un milagro!, ¿pero qué demonios les pasa?. No ha sido un milagro, sólo la ha reanimado. Pero ¿por qué le ha disparado?, ¡¿por no hacer milagros?!.
—¡No fue a propósito!, ¡que Dios me perdone! —grita el padre en tono de súplica—. Sólo le apuntaba para intimidarlo y que aceptara hacerlo pero él no lo dijo hasta el final y perdí los nervios de frustración; disparé casi sin querer… Oh Dios, mi querida Sue…
—¡¿Pero qué demonios es lo que no dijo hasta el final?!.
—Que sólo funciona con niños.
FIN
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