Jason "Whiz" Ponder - El Hacedor de Milagros

El Hacedor de Milagros. Parte 1

En estos días de la primavera del 53 hay mucho trabajo en el rancho.

Mañana, de madrugada, saldremos hacia el valle Kendall, que es atravesado por el río Green, donde tenemos unas reses en un terreno arrendado a Pat Skitt; unas praderas con un pasto excelente para el ganado. Hay que traerlo de vuelta al rancho y será un trabajo de varios días.

Allí ya están Ed Swearengen y Brig Tielman con un joven vaquero, Gene Taylor, que está a prueba.

La primavera es una época en la que hay mucho que hacer y es cuando vienen vaqueros eventuales; es habitual que entre ellos haya alguno que empieza en este mundo.

Hacia media mañana, con las tareas prioritarias ya hechas, José Ortiz, uno de nuestros vaqueros fijos, se acerca al porche, donde estamos mi padre, Jeremías, Juan Broad y yo.

—¿Qué tal, José? —le saluda mi padre.

—Todo bien, señor Kaplan, ya casi está todo listo. Si tiene un minuto, me gustaría comentarle algo.

—Claro, dime.

—Si hubiera un hueco, me gustaría recomendarle a mi sobrino, el hijo de mi hermana Lenita. Tiene madera de vaquero y llegará a ser uno de los grandes si se le da una oportunidad.

En el rancho, generalmente todos nos llamamos por el nombre y nos tuteamos pero José es un hombre con una educación muy definida y correcta en el trato, especialmente con mi padre.

—Nos vendrá muy bien ahora —le contesta mi padre—. Que venga mañana para la partida; vendrá con nosotros al Kendall. Gracias, José.

—Gracias a usted, señor Kaplan. Aquí estará puntual como un reloj; no le decepcionará, ya verá.

—Estoy seguro de que no.

—Sólo una cosa más, si me permite —añade José mientras da vueltas a su sombrero entre las manos, con algo de nerviosismo—. Verá, Whiz es un chico muy especial; diferente. No lo recomendaría en ningún otro sitio que no sea este. Es… ¿cómo le diría?, muy inocente y muy risueño, pero un gran vaquero.

—¿Whiz? —pregunta Juan—. ¿Qué nombre es ese?.

—Es sólo un apodo. Él se llama Jason; Jason Ponder. Es que siempre le ha gustado hacer trucos de magia y esas cosas, sobre todo cuando hay niños delante. El caso es que tiene la costumbre de hacer una especie de zumbido cuando hace sus trucos —añade José con una media sonrisa—, de ahí lo de Whiz [pulsa el 1 para ver nota]1.

—Será bienvenido en este rancho; no tenéis de qué preocuparos. Gracias, José.

En realidad, José sabe que será bien tratado; ya sabe de qué forma se valora a aquí a las personas y que los que están, jamás harían mal a nadie que no lo merezca y además, lo protegerán de quien quisiera hacerle algún mal, por eso ha dicho que no lo recomendaría en ningún otro sitio que no sea este.

Los únicos requisitos imprescindibles para trabajar en este rancho son realizar las tareas sin vaguear e integrarse y tratar al grupo como si fueran tus propios hermanos. Si no eres tan buen trabajador como buena persona, estás vetado en el rancho Kaplan. Quien no cumple el primero, es despedido con opción a recapacitar e intentarlo más adelante. Quien no cumple el segundo saldrá de una patada en el trasero y sin opción a volver a poner un pie en este rancho.


Hacia media tarde, cuando estoy fuera con mi padre ya a punto de irme a mi casa, Beth Tielman, la esposa de Brig, acompañada de su hija, la pequeña Ruth, de siete años, detiene el coche frente a la entrada.

—Hola Beth —la saludo—. ¿Dónde está vuestra hija pequeñita y quién es esta chica que te acompaña?.

—¡Yo soy su hija! —contesta Ruthie entre risas.

—¡No es verdad! —le replico—, Ruthie es una niña pequeñita, ¡identifíquese! —le digo mientras pongo las manos en forma de pistola y con ella le hago cosquillas.

La pequeña rompe en sonoras carcajadas.

—Hola, Rick, Jeremías —saluda Beth—. Veréis, nos gustaría darle una sorpresa a Brig y aparecer las dos allí para acampar los tres juntos antes de que iniciéis la vuelta con el ganado pero no estoy segura de cómo llegar. ¿Me podéis indicar?.

—Claro —le contesto—, será una alegría teneros allí. No es difícil y se puede llegar con el coche cerca de donde están, verás…

—Espera —interrumpe pa—. Ya puestos, si me lleváis, iré con vosotras y así os indicaré. Si salimos por la mañana, a primera hora de la tarde ya estaremos allí.

Mientras Beth acepta agradecida la propuesta, miro fijamente a Ruthie arqueando una ceja.

—¿Vuestro coche puede llevar cargas pesadas? —le pregunto con fingida seriedad.

La pequeña vuelve a reír a carcajadas mientras se fija en el tamaño de mi padre.

—Ignóralo como si fuese un poste más de la cerca —replica él.


Son las tres y media de la madrugada cuando se sirve el desayuno, para salir en cuanto terminemos. Como mi tarea estos días será la de un vaquero más, desayuno con ellos en sus estancias.

Mi posición en el rancho es algo complicada de definir. Aunque soy el sucesor natural y acabaré siendo el dueño, mis ocupaciones externas me impiden dedicarme actualmente a él con toda la dedicación que necesita, por eso Juan es como la mano derecha de mi padre en la jerarquía.

Eso no quita que participe en las decisiones y en las tareas de administración con ellos, sin embargo, cuando hago tareas de vaquero, y esto es por decisión mía, estoy a las ordenes de Rowdy, el capataz, igual que los demás.

Los vaqueros fijos, que son Edgar «Ed» Swearengen, Brigham «Brig» Tielman, Roger «Rodge» Sessions y José Ortiz, además del capataz, Rowdy Jardine, y que ya llevan muchos años trabajando aquí, viven en sus propias casas cerca del rancho y vienen después de desayunar, pero en ocasiones como esta, cuando hay una tarea importante y conjunta, tenemos la costumbre de desayunar todos juntos en las estancias de los vaqueros dentro del rancho, donde también duermen los eventuales, aunque hoy sólo estamos Rodge, José, Rowdy y yo.

Tal y como dijo José, Whiz Ponder llega a esa hora, puntual como un reloj, tras tocar en la puerta. Su tío se acerca a recibirlo y lo presenta a todos.

Es un joven de unos diecinueve años, delgado y con una afable y sonriente cara que aparenta aún más joven de lo que es, incluso con rasgos infantiles.

Todos le damos la bienvenida y le hacemos un hueco en la mesa.

Como no estaba seguro de las rutinas, Whiz ya vino desayunado pero acepta agradecido un café caliente y charlamos amistosamente unos minutos al calor del fuego de la chimenea mientras terminamos.

—Whiz, ensilla los caballos, por favor. Ya están fuera —le dice Rowdy unos minutos después, cuando ya acabamos—. Rodge, ¿le acompañas?.

Ambos asienten y se levantan, mientras los demás comenzamos a recoger y dejar todo listo para salir en pocos minutos.

Esta es una habitual primera prueba con los nuevos, para ver si realmente se desenvuelven bien con lo básico mientras alguien los supervisa, además de indicarles de quién es cada silla y cada caballo.

Con la tarea hecha, ambos vuelven a entrar.

—De acuerdo, ¡¿todo listo, chicos?! —eleva Rowdy la voz indicando que es la hora, mientras José y Whiz salen.

El capataz y yo nos acercamos a Rodge y este contesta sin necesidad de que le preguntemos.

—Se desenvuelve bien. Sabe lo que hace.

Ambos asentimos con satisfacción.


Sólo unos minutos después de las cuatro de la mañana, ya estamos cabalgando en dirección este, hacia el valle Kendall. Son poco más de veinte millas que se podrían hacer en un día pero esta semana llovió mucho, el suelo está muy blando y no tenemos necesidad de forzar a los caballos, por lo que quizá lleguemos mañana. Ya se verá.

El chico nuevo cabalga en un precioso y ágil cuarto de milla que reconozco. Lo entrenamos en el rancho y su tío José lo compró el año pasado antes de que se lo enseñáramos a nadie.

Hace mucho frío pero, aunque por poco, no el suficiente como para que nieve. Hoy parece que ya no lloverá tanto y, aunque todavía hay muchas cumbres nevadas, es aún completamente de noche y apenas se ven.

Las nubes tapan sólo momentáneamente las estrellas por lo que quizá haya suerte y no nos llueva antes de que despunte el día. La luna está en cuarto creciente por lo que nos ayuda solo lo justo.

Cuando el calor acumulado durante el desayuno se va perdiendo, el frío se vuelve intenso debido a tanta humedad en el ambiente.

Un par de horas después, aún sin llover, el cielo comienza a ganar color poco a poco frente a nosotros. Las nubes son oscuras pero pequeñas y pasan a toda velocidad en dirección a Utah. El viento debe de estar empujando con fuerza al norte del Gros Ventre pero aquí apenas hay una brisa.

Justo antes de salir el sol, el cielo cubre la paleta completa del azul, desde el más claro frente a nosotros hasta el más oscuro a nuestra espalda, limpio y cristalino salvo por esas pequeñas nubes.

Un poco después de las siete, tras una parada para descansar y tomar un café, una ligera llovizna nos cae por primera vez en el día pero apenas dura cinco minutos.

Unos instantes después, en una pradera a nuestra derecha se forma un enorme arcoíris doble que nos acompaña durante un buen rato.

La mañana transcurre como debería de transcurrir. De vez en cuando nos vuelven a caer ligeras y cortas lloviznas pero la mayor parte del tiempo luce el sol, que tras cada aguacero hace que los infinitos colores de la incipiente primavera exploten en toda su intensidad.

El resto del día transcurre igual; simplemente perfecto, de esos que te confirman que tienes el mejor trabajo del mundo. No te haces a la idea de cómo sabe un cafe caliente seguido de un cigarro con este panorama ante ti.

Big Twin - El Hacedor de Milagros
Personaje 3D: Luis Polo – Foto: IA y Luis Polo

Hacia última hora de la tarde ya no estamos lejos del Kendall pero no hay necesidad de forzar para llegar de noche. Acamparemos para llegar a primera hora.

Los últimos minutos de sol tiñen las pequeñas y oscuras nubes de un color anaranjado que las hace parecer mucho más inocentes.

La temperatura de la noche es un poco más benévola que la de la anterior y ya no llueve desde hace algunas horas.

Por la mañana, los primeros rayos del sol iluminan con fuerza las verdes praderas cubiertas de rocío a nuestra derecha y las laderas de la cordillera a nuestra izquierda.

El suave aroma de las campanillas azules arropa tus sentidos con esa extraña y agradable mezcla de calidez y al mismo tiempo frescor.

La nieve de las cumbres brilla con tanta fuerza que no puedes fijar la vista en ellas.

Poco después, aún con el sol comenzando a inundar el valle, alcanzamos el campamento, en donde la pradera se junta con el bosque, para reunirnos con Ed, Gene Taylor, que es el otro chico nuevo, mi padre, Brig y su familia. También está Pat Skitt, el propietario de estos pastos, con sus dos hijos veinteañeros.

Antes de que podamos charlar para que conozcan a Whiz, los llantos de Ruthie, que llora desconsoladamente, llenan el valle.

—Ha perdido un broche de gran valor y no aparece por ninguna parte; ya peinamos toda la zona y nada —nos dice mi padre a los recién llegados.

Dada la situación, no sabemos muy bien qué hacer para consolarla. En todos es visible la sensación de impotencia.

—¿Me permiten hablar con ella? —dice Whiz para sorpresa de todos.

Brig, que se acababa de acercar, duda un instante, él aún no lo conoce y la pregunta le ha cogido desprevenido, me dirige una rápida mirada pero enseguida le contesta.

—Sí, claro.

Whiz se acerca a Ruthie, que está sentada frente a la tienda de campaña junto a su madre mientras esta la abraza por los hombros.

El chico se descubre la cabeza cuando Beth le esboza una leve sonrisa.

Con suave voz, se dirige a la niña.

—Hola pequeña, ¿cómo te llamas?. Yo soy Whiz.

El nombre llama la atención de la niña, que gira la cabeza rápidamente hacia el recién llegado, transformando los llantos en sollozos y suspiros.

—Yo, Ruth. ¿Te llamas Whiz de verdad? —pregunta con dificultad.

—Mi nombre es Jason pero mis amigos me llaman Whiz. Tú puedes llamarme Whiz.

—Vale —responde la pequeña sin haber perdido todavía la atención en el nuevo.

—¿Has perdido un broche?.

—Sí, mi abuela me lo regaló.

—¿Sabes qué?, yo soy un experto encontrando cosas y creo que podría ayudarte pero para eso, necesito que me hagas, con la ayuda de tu madre, un dibujo del broche, con todos los detalles que recordéis de él. Si lo haces, podré distinguirlo de cualquier otra cosa que encuentre y estoy casi casi seguro de que lo encontraré. ¿Podréis hacerlo?.

La niña gira rápidamente la cabeza hacia su madre.

—¡Mamá…!.

—Claro —le dice Beth—. Traeré una cuartilla y un lápiz.

En este momento la cara de la niña vuelve a mostrar una deseada expresión de esperanza y se vuelve a girar hacia Whiz.

—¿Y como es que tú podrás encontrar lo que todos los demás no pudieron?.

—Ese es un secreto que no puedo contar. Si lo hiciera, ya no podría encontrar más cosas.

La niña reacciona como si hubiera escuchado el más fascinante de los misterios.

La madre regresa y las dos se ponen a dibujar, comentando los detalles del broche y plasmándolos en el papel. El chico les pregunta por hasta el más mínimo detalle de la pieza.

Ante la atentísima mirada a cierta distancia de todo el campamento, algo más de cinco minutos después dan la obra por terminada, Whiz les da las gracias con una amplia sonrisa y se levanta. Comienza a caminar y a alejarse hacia los árboles, estudiando detenidamente el dibujo.

Los que estábamos de espectadores, parece como si no hubiéramos respirado en todo ese tiempo y se escuchan suspiros de alivio. También miradas de extrañeza entre nosotros. Los que acabamos de llegar decidimos ayudar en el rastreo. Brig nos indica que buscamos un broche dorado más o menos del tamaño de la esfera de un reloj de pulsera, que imita la forma de una flor, y nos indica las zonas en las que se movió la niña.

Mientras todo esto ocurre, los hijos de Pat Skitt están sentados más allá, riendo con una cerveza en la mano cada uno.

Unos diez minutos después, mientras estoy entre los árboles, a poca distancia del campamento rastreando entre la hierba y la maleza, escucho un grito de Ruth.

—¡Whiz!, ¡es Whiz!, ¿Lo has encontrado?.

Rápidamente me dirijo hacia allí, a tiempo para ver como el chico extiende su mano hacia la niña entregándole algo brillante.

La niña empieza a saltar y a gritar de alegría enseñándole el broche a su madre.

Todos reímos y celebramos el desenlace, y nos acercamos a felicitar a Whiz.

—Serías un gran inspector de policía pero mejor quédate aquí, con nosotros —le dice Rowdy con una amplia sonrisa y zarandeándolo por el hombro con su mano.

Brig especialmente es quien más se lo agradece. Beth también se acerca a él.

—Que Dios te bendiga, chico.

—Gracias, señora.

—Ese broche lleva generaciones en mi familia.

—Sí, señora. No ha sido nada; me alegra haber ayudado.

Jason "Whiz" Ponder - El Hacedor de Milagros
Jason «Whiz» Ponder. Imagen: Luis Polo e IA

Mientras tanto, los hijos de Pat ríen con más fuerza; están ebrios.

Pat es un buen hombre; a los hijos no los conozco más que de vista pero no se están ganando la simpatía de nadie aquí.

Poco después, Rowdy les pide a Gene y a Whiz que vayan a buscar unas reses que se alejaron durante la noche, y a mí que les acompañe.

No nos lleva más de veinte minutos encontrarlas río arriba. Los dos hacen un buen trabajo; saben lo que hacen y se nota que tienen interés por llamar nuestra atención pero sin competir insanamente entre ellos; se compenetran bien en equipo.

Es bueno saber que los dos comprenden que por muy buen vaquero que seas, si no sabes trabajar en equipo eres inútil aquí.

Cuando nos estamos acercando ya a la manada, me adelanto hasta el campamento para dejar que terminen solos el trabajo.

Rowdy, mi padre, Ed y José se acercan para verlos y yo me uno a ellos. También se están acercando los hijos de Pat pero algo más alejados. Se les escucha hablar.

—¿Has visto?, el Whiz ese parece un pelele sobre el caballo —dice uno de ellos en tono burlón.

José y yo los miramos con severidad pero ellos ni siquiera se enteran. Ed escupe al suelo y niega con la cabeza.

Los dos siguen cuchicheando y riendo a carcajadas como dos adolescentes en su peor fase.

Cuando ya juntan las reses con la manada, de repente un ternero se gira y comienza a correr.

En un abrir y cerrar de ojos, Whiz hace un espectacular rollback y le corta el paso antes de que se aleje [pulsa el 2 para ver nota]2.

—¡Wow!, ¿habéis visto eso? —exclama Ed.

José sonríe orgulloso, mirándonos para asegurarse de que todos lo hemos visto.

—Gene tiene un gran futuro como vaquero —digo dirigiéndome a José— pero tu sobrino se está ganando muchos puntos en muy poco tiempo. Es bueno. Es muy bueno —añado con énfasis.

—Sin duda alguna —añade Ed—. Sin embargo hay mentecatos que no verían la calidad ni aunque les mordiese el trasero —añade con ironía y elevando la voz para asegurarse de que los hijos de Pat lo escuchan—. ¡Lo importante es la apariencia!.

Un poco más tarde, José comienza a preparar el almuerzo. Es un gran cocinero; de esas personas que no sólo cocina bien si no que además disfruta haciéndolo. Es estadounidense de segunda generación pero su familia conserva orgullosamente su pasado mexicano y se inventa unas recetas, mitad mexicanas mitad estadounidenses, que son dignas de alabanza, aunque no aptas para estómagos débiles.

Hoy ya ha advertido que al estar Beth y Ruth, suavizará el aderezo.

En ese tiempo, para los demás de asueto, Rowdy se sienta a mi lado.

—Tenía ciertas reservas sobre tener a dos novatos al mismo tiempo pero la verdad es que lo están haciendo muy bien, especialmente Whiz —me dice.

—Sí. Gene es un gran vaquero pero ha tenido la mala suerte de tener que competir con un artista; ese chico se lo está ganando a pulso.

—Sí, pero ¿sabes? —añade—. Hay algo que no me quito de la cabeza. Eso del broche, ¿sabes?. Ha sido muy raro.

—¿Por qué lo dices?.

—Yo también lo andaba buscando no muy lejos de él. Entonces lo vi colocarse detrás de un árbol y se quedó allí parado. Pensé que iba a hacer sus necesidades, ¿sabes?, entonces seguí a lo mío. Unos segundos después escuché una especie de zumbido muy breve viniendo de allí, algo como cuando echas el lazo, ¿sabes?, entonces volví a mirar y salió de detrás de ese mismo árbol con el broche en la mano. No sé, quizá solo fue casualidad que apareció por detrás del mismo árbol; no lo estuve mirando todo el tiempo, ¿sabes?.

—¿Qué quieres decir?, ¿sospechas de él?, ¿como si lo tuviera guardado?. Es imposible; no estábamos aquí.

—Claro que es imposible —confirma con énfasis—. Si además Brig me contó que el broche no lo perdió cuando llegamos nosotros. En ese momento lloraba porque decidieron terminar la búsqueda. Lo había perdido como tres cuartos de hora antes. Estábamos a millas de aquí.

—Sólo fue una casualidad que apareciera por detrás del mismo árbol. No le des más vueltas, Rowdy.

—No, no —contesta con una notable falta de convicción.

Justo cuando Rowdy termina de decir eso, a los hijos de Pat, que estaban cuchicheando muy cerca de nosotros, les escuchamos terminar una frase.

—…comer esa basura mexicana.

Eso ya cruza una línea que no se puede cruzar; es una ofensa a uno de los nuestros y tanto Rowdy como yo nos levantamos de un salto.

Pat, que en ese momento pasaba justo detrás de ellos, nos hace un gesto indicando que ya se ocupa él. Su cara también refleja indignación.

—¡Venid conmigo ahora mismo! —les dice enérgicamente.

—Pero… —comienza a decir uno de ellos pero es inmediatamente interrumpido por un grito de su padre.

—¡Ya!.

Unos minutos después, cuando el almuerzo ya está listo, Pat se disculpa diciendo que se tienen que marchar.

—Estoy avergonzado por el comportamiento de mis hijos —dice acercándose a Rowdy y a mí—. No sé cómo enderezarlos. Son peores que cuando tenían catorce años. Lo siento.

—No se preocupe, Pat. Son jóvenes. Lamento que no se pueda quedar al almuerzo —le digo.

No puedo decir nada malo de Pat; es un buen hombre y siempre nos ha arrendado estos pastos, que son de los mejores de todo el condado, a precios justos, pero sus hijos son unos auténticos imbéciles.

El resto del día transcurre tranquilamente y sin llover, con sol aunque con algo de frío. Mañana también estaremos aquí para iniciar la vuelta al siguiente, temprano.

Por la noche vuelve a llover con poca fuerza pero durante más tiempo y las temperaturas bajan más que en la noche pasada. El viento se cuela por el cauce del río, al norte, para atravesar la cordillera y desemboca a las praderas justo donde estamos nosotros.

Por la mañana temprano, todos nos despertamos con los gritos de Beth y de Brig.

—¡Ruth!, ¡Ruthie!, ¡¿dónde estás?!. ¡Ruth!.

—¿Qué ocurre? —pregunto—. ¿No está Ruthie?.

—¿Habéis visto algo?. ¿alguien ha escuchado algo? —pregunta Beth con creciente ansiedad.

Nadie sabe nada. Todos estamos estupefactos.

—¡Venga! —grita mi padre—. ¡Todo el mundo a buscar!. ¡Salid en todas direcciones!, que no quede ni una brizna de hierba sin revisar. ¡Rápido!.

—¡Oh, Dios mío!, ¡oh Dios mío!… —exclama Beth abrazándose a Brig.

—La encontraremos —les digo mientras comienzo a caminar hacia los árboles—. Nos os preocupéis, la encontraremos. No será nada.

Debe de hacer un par de horas que ha dejado de llover pero el suelo aún está muy blando y mojado. El sol debe de estar a punto de salir pero el día está muy gris y oscuro, con el cielo completamente encapotado y hace frío.

Constantemente se escuchan las voces de todos gritando el nombre de la niña, que resuenan entre los árboles, ladera arriba. Dos o tres, ni siquiera me he fijado quienes, salieron hacia la pradera, en dirección al río Green. Hay varios arroyos de montaña que desembocan en él dejando zonas poco visibles desde el campamento. Estos días bajan con mucho caudal.

No hay el menor rastro de la niña. Ha debido de salir de la tienda de sus padres por algún motivo, antes de que se despertaran. No quiero ponerme a pensar en posibilidades. Seguro que sólo se ha perdido buscando bayas, o algo, y todo se arreglará con un buen fuego y leche caliente.

Unos veinte minutos después, se escucha un disparo. Viene de abajo, de la pradera. Un disparo al aire significa que alguien ha encontrado algo pero con los árboles ahora no puedo ver en esa dirección y me dirijo hacia allí apresuradamente.

Según me voy acercando comienzo a distinguir entre los árboles a varios corriendo por la hierba, parece que en dirección a un arroyo cercano.

Cuando salgo a la pradera, veo que varios se reúnen a los pies del arroyo Tosi, que desde aquí no se puede ver por el talud que forma el cauce. Beth y Brig llegan allí. Ella comienza a gritar y a llorar mientras corro hacia el lugar. Brig también grita. Beth se arrodilla junto a su marido, gritando y tapándose la cara. Brig, de pie, intenta torpemente abrazarla o consolarla y se arrodilla también.

Un escalofrío recorre todo mi cuerpo y se me hace un nudo en el estómago.

Cuando llego allí, Ed y Rowdy están sacando a la niña, que está con medio cuerpo fuera y las piernas en el agua, que no debe de estar muy lejos del punto de congelación.

Está cianótica, con eso tono entre decolorado y azulado tan característico de quien muere de frío y que conozco tan bien. Lleva ya tiempo muerta para estar así. Es sobrecogedor ver como sus brazos caen sin vida mientras la sacan a la orilla. Algo en mi estómago no me permite respirar uniformemente.

Rowdy le toma el pulso, más como un trámite que por tener alguna duda. Ni siquiera me he enterado de que ya todos están aquí, en el más completo silencio excepto Brig y Beth, que lloran y ella grita hasta atragantarse.

Casi sin ser consciente, me encuentro junto al cadáver. Con sumo cuidado la reviso para confirmar que no tenga ninguna herida visible. Tiene una laceración en el lado izquierdo de la cabeza y también en el hombro del mismo lado. Si fuera sólo en la cabeza me podría preocupar pero al ver que también lo tiene en el hombro, todo parece indicar que se ha caído, seguramente contra una roca del arroyo, más arriba, y la corriente la ha traído hasta aquí.

Mi subconsciente se resiste a identificarla con esa niña tan alegre y simpática que conozco.

Unos minutos después, casi en susurros comenzamos a organizarnos. Rodge cogerá el coche de los Tielman para ir hasta Pinedale y telefonear al sheriff.

Brig a duras penas es capaz de llevar a Beth hasta el campamento.

—Gene, Whiz, id a por unas mantas para envolverla antes de llevarla hasta el campamento —les digo—. Yo esperaré aquí. Acompañad a los Tielman —les digo a los demás—. No les molestéis pero que no se vean solos.

—Rick —me dice Whiz—. ¿Te importa si me quedo yo con ella?.

—¿Por qué?. Bueno, como quieras.

Mientras subo el pequeño talud a la pradera y él baja, me fijo en que tiene los ojos completamente llenos de lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunto—. ¿No será mejor que me quede yo?

—Estoy bien, no es nada. El frío de la mañana siempre me hace llorar los ojos. Estoy bien, dentro de lo que cabe —contesta.

Ya en el campamento busco torpemente mis mantas. Cuesta mucho concentrarse en una situación como esta. Beth ya no grita pero no deja de llorar. No quiero ni imaginarme por lo que están pasando. Sé que no hay nada peor en el mundo que la situación que están viviendo ahora mismo. Mi mente está esperando escuchar a la niña jugando o correteando alrededor. Hasta desearía volver a oírla llorar como cuando llegamos. Cualquier situación sería mejor que esta.

—¡Oh!, !oh, Dios!… —grita alguien.

—¡Oh Dios mío!. ¡Santo Dios bendito! —dice otra voz casi al mismo tiempo.

Exclamaciones al cielo de todas las voces del campamento se extienden a mi alrededor mientras estoy enrollando una manta.

Me doy la vuelta, para encontrarme con la visión más sobrecogedora que haya visto jamás. La faringe se me contrae hasta casi no poder respirar.

A lo lejos, en dirección al arroyo, Whiz y la pequeña Ruthie caminan hacia aquí, uno al lado del otro, cogidos de la mano, mientras unos leves rayos de sol atraviesan la nubes iluminando la pradera a sus pies.

Continuará


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Notas:

  1. Whiz, en inglés, significa zumbido o silbido. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
  2. El rollback, que consiste en una repentina parada en seco seguida inmediatamente de un giro de 180°, lo utilizan los grandes vaqueros para cerrar el paso a una res que intenta alejarse. Este movimiento se utiliza habitualmente en exhibiciones vaqueras para demostrar tanto la habilidad del jinete como la de un caballo bien entrenado y con buenos reflejos. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎

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