Esto ocurrió uno de los primeros días de otoño del 52.
Ese día salí al amanecer en dirección nor-noreste hacia el arroyo Crystal, en lo alto de la cordillera. En su descenso, también en dirección nor-noreste, después de la confluencia con el West Fork, hay algunas zonas excelentes para la pesca y el lugar, además, es perfecto para pasar dos o tres jornadas de paz allí, con el río y el bosque, principalmente de abetos, que lo acompaña en su recorrido.
Aquí las temperaturas del otoño llegan muy pronto y en el valle ya en esta época suelen rondar entre los 20 y los 60°F cuando hace sol pero arriba en las montañas hay que restarle unos cuantos [pulsa el 1 para ver nota]1.
Asciendo por el curso del Swift y al llegar arriba, entre los picos Antoinette y Corner, que están muy cerca de casa, ya nace el Crystal y comienza su descenso, ganando caudal poco a poco. A mi peculiar caballo, Margaret, le gustan estas zonas de montaña con ascensos y descensos. Los dos disfrutamos del recorrido.
Puedo adelantarte en este momento que en todo el tiempo que abarca la historia que te voy a contar, apenas conseguiré llegar un poco más lejos de donde estoy ahora.
Las cumbres de esta cordillera protegen el valle de un clima muy duro y puede nevar en ellas durante todo el año, por lo que están muy castigadas y son picos pelados de tierra y rocas, en donde apenas crece nada.
Después de dejar a mi izquierda el pico Antoinette, cuando ya estoy dejando atrás, más lejos a mi derecha, el pico Black, el cauce del arroyo, aunque aquí aún apenas tiene caudal en esta época del año, hace una gran depresión y hay que separase de él para seguir su curso.
El bosque gana espesura de forma intermitente y en donde más árboles hay, son suficientes como para no dejarte ver las cumbres que te rodean.
En una de estas zonas espesas comienzo a escuchar un ruido que se va haciendo cada vez más alto, con fuertes golpes intermitentes. Enseguida distingo el sonido de una roca cayendo ladera abajo y que debido a este tipo de cumbres, son habituales.
Las he visto caer muchas veces pero las probabilidades de que vayan contra ti son muy escasas. Sin embargo nunca lo había escuchado con la contundencia con la que lo estoy escuchando ahora, aunque los árboles no me dejan ver nada.
De repente, en dirección sureste hacia el pico Black, aparece una enorme roca más o menos redondeada de algo más de mi tamaño de diámetro y bajando a una velocidad endiablada, que en cuanto la veo aparecer comienza a chocar contra los árboles, derribando los más pequeños y variando notablemente su dirección cuando choca contra los grandes, provocando un sonido seco ensordecedor. Estamos completamente expuestos a su posible trayectoria. Con la roca va bajando también un ejército de piedras más pequeñas.
Se está acercando de forma muy rápida y no hay tiempo. Margaret se está poniendo muy nervioso. Cada vez que choca me vuelve a hacer dudar de hacia donde moverme y se me dispara la presión sanguínea. Con todos los golpes está perdiendo velocidad pero sigue bajando demasiado rápido y ya demasiado cerca. Ahora Margaret está entrando en pánico y no obedece a mis movimientos.
Intento relajar la presión que hago sobre él con las piernas y acariciarle el cuello pero todo esto está pasando demasiado rápido, en pocos segundos, como para que tenga efecto.
Cada golpe de la roca contra el suelo suena como la pisada de un gigante, grave y sobrecogedor.
Cuando ya va a llegar a nosotros y por fin parece que va a pasar de largo por muy poco, vuelve a chocar de refilón contra otro árbol, vuelve a cambiar de dirección, ¡la que no debía!, pero finalmente, a poquísima distancia, vuelve a chocar contra la base de un árbol seco que la desvía y, pasando muy cerca, desaparece cayendo hacia el cauce del río.
Margaret sigue en pánico, haciendo medios giros en el sitio hacia un lado y al otro, pisando erráticamente, cuando de repente, el árbol seco contra el que chocó la roca, que está muy poco más arriba, comienza a inclinarse cada vez más hacia un lado, perpendicular a nosotros. Va a caer y es grande.
Aunque no nos caerá encima, cuando llegue al suelo y empiece a rodar por la pendiente, está tan cerca que nos arrollará pero Margaret sigue sin obedecer, a punto de encabritarse.
Al momento, la parte alta del árbol choca y se engancha en las ramas de otro árbol pero está tan seco que se desprende de las raíces y su base comienza a rodar con el movimiento de un compás, cuesta abajo. Esta sí que viene directa hacia nosotros. Margaret sigue sin obedecer mis movimientos y se encabrita. Se eleva sobre sus patas traseras pero con la pendiente del suelo no consigue mantener el equilibrio. ¡La base del árbol llega!.
—Wow, ¡wow!, ¡¡wow!!…
Algo viscoso me golpea suavemente la cara. Me cuesta mucho abrir los ojos. Me vuelve a golpear. A duras penas entreabro los ojos y no veo más que los ollares de Margaret que me vuelven a golpear la cara con suavidad.
Últimamente estoy llevando tantos golpes en la cabeza que acabaré tonto.
Intento incorporarme a la vez que reviso visualmente todo el cuerpo de Margaret por si tuviera alguna herida seria pero algo me impide levantarme.
Me incorporo de medio cuerpo y veo el panorama.
El tronco nos golpeó a nosotros más o menos al mismo tiempo que a una roca que aflora del suelo y terminó soltándose del otro árbol en el que se enganchó. Por suerte, la roca y otro árbol más a mi izquierda lo detuvieron, impidiendo que el gran tronco cayera rodando por encima de nosotros pero mi pierna quedó encajada justo por encima del tobillo en una pequeña hendidura de la roca con el tronco encima. No me presiona pero está tan justo que ni aún descalzándome tendría espacio para sacar el pie por ahí.
Aunque el árbol estando tan seco pesa mucho menos, intento moverlo pero yo sólo es imposible.
Tengo un serio problema.
Vuelvo la mirada a Margaret para ver su estado. Mueve todas las patas sin dificultad. No le veo ninguna herida. Sólo una pequeña laceración en la pata trasera derecha que ni siquiera sangra. Es muy superficial; está bien.
Lo primero que se me viene a la cabeza es intentar enganchar las riendas de Margaret a la base del árbol, que la tengo a mi alcance, e intentar que la mueva un poco pendiente arriba pero a la mínima que no salga bien, el árbol me arrollará. Dejaré esta idea como la última opción.
Piensa, piensa, piensa…
Intentaré lo mejor que se me ocurre en este momento. Miro fijamente a Margaret.
—¡Juan!. ¡Ve a Juan!. ¡Juan!.
Margaret se yergue y levanta las orejas mirándome fijamente. En ese momento me fijo en mi rifle Marlin, que sigue colocado en su funda al lado de la silla y que si consigo que Margaret vaya a buscar ayuda me dará mucha seguridad pero está a una altura que me es imposible llegar.
—¡Ve a Juan!. ¡Ve a Juan!.
Sigue mirándome en posición muy erguida, dando pequeños pasos muy rápidos, intermitentes, como amagando para empezar a moverse.
—¡Si!, !ve a Juan, amigo mío!. ¡Vamos, corre!, ¡Juan!.
En ese momento, como una exhalación empezó a galopar por donde vinimos como sólo él sabe. No será el caballo más rápido del mundo pero es muy ágil y tiene una potencia endiablada. Desde aquí abajo veo como dispara hacia atrás el suelo que pisa para impulsarse mientras sus músculos se tensan en una espectacular combinación. Ya conoce de sobra este recorrido. Seguro que llega sin el menor problema.
—Sácame de aquí, amigo mío. Sácame de aquí —digo ya volviéndome a tumbar, mirando el cielo azul entre las copas de los árboles.
Me reviso detenidamente para ver si tengo alguna herida. Hay algunas roturas en el pantalón y en la chaqueta. En una de las roturas del pantalón tengo yo también una pequeña laceración sin importancia en el muslo. Nada más.
Me vuelvo a tumbar para relajarme un par de minutos. No se oye nada más que algún pájaro y una ligera brisa que silba suavemente entre los árboles. Y el olor. El olor del suelo tan característico y tan agradable de las acículas en los bosques de coníferas. En realidad se está de maravilla aquí tumbado.
Sin embargo no soy ingenuo. Estoy en tierra de osos y de lobos. Hago un reconocimiento visual a mi alrededor, a ver qué hay a mi alcance.
Hay muchas piedras redondeadas del tamaño de un puño. Están en la superficie por lo que seguramente sean de las que bajaron con la maldita roca.
También hay varios palos más o menos del tamaño de mi brazo. Casi todos están podridos y se rompen con facilidad pero hay uno que está bien. Bastante recto y consistente. Acerco todo el arsenal para tenerlo fácilmente al alcance.
Sé que en una situación crítica esto me será completamente inútil pero si hay una opción, por remota que sea, no la despreciaré. No me entregaré sin oponer resistencia, por más que tenga todas las de perder.
El tiempo va pasando. Tampoco tengo por qué encontrarme necesariamente con un depredador, pienso, por lo que, mientras no tenga motivo, disfrutaré plácidamente del lugar. Confío en Margaret.
El tiempo sigue pasando apaciblemente.
Unos cuarenta minutos o poco más desde que Margaret se marchó, empiezo a escuchar vagamente pasos en la distancia. El silencio que hay aquí te hace distinguir cualquier cosa a lo lejos.
Presto atención y son pasos lentos; no es Juan a caballo. Se me hace un nudo en el estómago. No está lo suficientemente cerca como para distinguirlo pero pasos lentos y pesados aquí arriba solo podrían ser de un oso o de un gran alce.
Empiezo a mirar a mi alrededor a ver si veo algo que llame mi atención. Con tantos árboles no es fácil distinguir de donde vienen las pisadas mientras no esté más cerca.
A los poco segundos, pendiente arriba, a unos 70 pies [pulsa el 2 para ver nota]2 aparece un oso caminando. ¡Maldita sea!.
En un primer momento me parece un grizzly pero no tiene los hombros y las orejas tan características de estos, y también un tamaño notablemente menor. Es un oso negro de color marrón [pulsa el 3 para ver nota]3. Es un mal menor por comparación pero igualmente letal en mi situación.
Permaneceré completamente inmóvil. Estando tumbado ni siquiera podrá verme.
Dejo de escuchar sus pisadas y levanto ligeramente la cabeza para verlo por encima del tronco. Está de pie sobre dos patas olisqueando en mi dirección. ¡Me ha detectado!.
En ese momento, sin ni siquiera haberme enterado de su presencia, dos lobos se abalanzan repentinamente sobre él como locos y empieza una lucha feroz.
Aprovecho el revuelo para echar por encima de mi cuerpo toda la tierra y hojarasca que tengo a mi alcance. También sé que no es solución pero no dejaré de intentar todo lo que esté en mi mano.
Los lobos le atacan con una estrategia. Mientras uno se mueve lateralmente frente al oso, el otro se abalanza sobre su espalda mordiéndole el cuello, momento que aprovecha el otro para atacarle por un costado, también hacia el cuello o a las patas, según le sea posible.
Pero las fuertes patas del oso con sus enormes garras, se los saca de encima a zarpazos. Los lobos vuelven con la misma estrategia y se repite la misma situación.
Una y otra vez lanzan los mismos ataques. Los lobos en silencio salvo los chillidos cuando reciben un zarpazo. El oso suelta cortos y graves rugidos amenazadores.
Cada vez se ve más sangre en los tres animales. Al oso se le empieza a ver en muy mal estado su cuello pero sus zarpazos están provocando también muy serias heridas en los lobos.
En un hábil movimiento, el oso se gira repentinamente hacia el lobo que vuelve a estar a su espalda a la vez que lanza la poderosa garra, provocándole una enorme herida visiblemente mortal entre la parte posterior del cráneo y el cuello. El lobo, tras un chillido lastimero, se incorpora para intentar alejarse pero inmediatamente cae por si sólo, ya vencido.
Ahora el otro lobo queda en una notable inferioridad y titubea ya sin lanzarse a por su oponente, el cual ahora puede centrar toda su atención sólo en él. Aún así, ambos están gravemente heridos.
Ahora el oso toma la iniciativa del ataque aunque con precaución y el lobo se ve intimidado, dando pasos hacia atrás y mostrando los colmillos. Cuando el oso está ya muy cerca, repentinamente el lobo se gira para salir corriendo, momento en el que el oso lanza un rapidísimo y potente zarpazo que alcanza de lleno el costado de su oponente, lanzándolo por el aire a una considerable distancia, con los intestinos parcialmente a la vista. Al caer ya no se levanta.
El oso lo mira un instante e inmediatamente se gira hacia donde estoy y comienza a correr aunque con algo de dificultad.
Todavía no me ha visto pero en la actitud de batalla a muerte en la que está, interpreta que mi olor es el de un tercer oponente.
Me preparo con todo lo que tengo ya a mano para ponérselo todo lo difícil que pueda.
Cuando tiene media distancia hecha se detiene repentinamente, como si le hubiera picado algo con fuerza e intenta lamerse las heridas del cuello, aunque no se las alcanza. E inicia otra vez la carrera.
Al momento vuelve a repetir la misma parada. Está gravemente herido y pronto morirá pero no será antes de llegar hasta aquí. Le quedan fuerza y sangre suficientes para aguantar una hora o quizá más.
Por fin llega hasta la base del árbol y se detiene casi a la misma distancia donde está mi pie atrapado. Quizá le haya desconcertado verme a mi y no a un lobo.
Estira el cuello hacia mi y suelta un largo rugido a pleno pulmón.
El sonido es sobrecogedoramente intimidante y hasta en el suelo debajo de mí siento las vibraciones que provoca.
Aprovecho ese instante para lanzarle con todas mis fuerzas una de las piedras a su herida del cuello y acierto. Se nota que se resiente con el impacto pero igualmente se yergue ligeramente y levanta las patas para abalanzarse sobre mi.
Coloco rápidamente el palo en vertical apoyado en el suelo para que caiga sobre él, justo en el momento en el que se escucha un potente disparo que le atraviesa a la altura del corazón, salpicándome sangre a la cara. El oso cae de forma fulminante.
Tengo que girarme rápidamente para que no caiga sobre mi. Con el fuerte impacto de la caída y tan cerca que hasta lo noto tocándome, escucho como el aire le sale de golpe pero ya no vuelve a entrar.
Juan coloca dos gruesos troncos a ambos lados de mi por si el árbol se soltase de las cuerdas atadas a los caballos o si uno de ellos flaqueara; así no me aplastará.
—Tú no muevas ni un pelo —me dice—. Sólo pon el pie de lado y estate quieto.
Al grito de Juan, Margaret y su caballo comienzan a tirar con todas sus fuerzas y él también tira de otra cuerda. El tronco comienza a moverse pero no termina de superar una pequeña arista en la roca. Cuando Juan vuelve a girar la cabeza en dirección contraria, aprovecho y, con todas mis fuerzas, doy un fuerte empujón al tronco que por fin supera la arista y me libera.
Cuando me levanto, Juan, que se ha dado cuenta de lo que hice, se queda parado mirándome severamente pero sin decir nada. Yo le sonrío y le saludo con la mano como a un conocido que te encuentras por la calle.
Me siento en el suelo unos instantes a relajarme un poco. Juan mira a su alrededor, todo lo que ha quedado y se sienta a mi lado.
—Tendrás que empezar a venir a la montaña acompañado de un adulto a partir de ahora —me dice.
—Siento haberte hecho levantar del sofá —le contesto.
—¿Entonces? —me pregunta—, ¿algún problemilla con la fauna local?.
—Nah. Sólo ahora que has llegado tú. Lo demás, como un día cualquiera.
FIN
¿Te gustó?. Ayúdame a seguir escribiendo
- 20 y 60°F son equivalentes respectivamente a aproximadamente -7 y 15°C. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
- 70 pies son equivalentes a un poco más de 21 metros. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
- En contra de lo que se suele pensar, no todos los osos negros son de color negro y entre ellos también hay una variedad de marrones que pueden llegar incluso hasta el beis. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0