A finales de Septiembre del 53 recibí una llamada telefónica que me alegró mucho.
Josías Franklin, el tejano de Corpus Christi, antiguo magnate del petróleo al que conocí a principios de verano y que tenía planeado trasladarse con su esposa a pasar su jubilación en esta región, compró una casa de campo muy cerca del pueblo de West Yellowstone, a sólo dos horas y media en coche desde Jackson, y me invitan a visitarlos.
Abandonan su ciudad de origen por un injusto conflicto empresarial que otros han convertido en algo personal y ha acabado afectando negativamente a sus vidas por completo.
Al llegar, hacia media mañana, no me sorprende en absoluto cuando veo su casa. Josías tiene más dinero del que yo ni siquiera puedo imaginar y, aunque la casa es amplia, es todo lo contrario a la mansión de un adinerado pomposo y petulante.
Es algo grande y muy bonita pero es sencilla y discreta. En este entorno de pequeñas praderas y amplios bosques de pinos, pasa casi desapercibida.
Antes de llegar hasta la puerta de entrada, Josías abre con su afable sonrisa.
—Ricardo, amigo mío, qué alegría verte. Pasa por favor, como si estuvieras en tu casa.
—Josías, gracias por la invitación. Me alegró mucho recibir su llamada y saber que estaban ya aquí.
—Sally, Ricardo ha llegado. Ven, te presentaré a mi esposa —dice, mostrándome la entrada a un amplio y luminoso salón con una gran cristalera que muestra en toda su amplitud las vistas a una bonita pradera rodeada por el bosque.
—Señora Franklin, encantado de conocerla.
—Oh, Ricardo, por favor, llámame Sally. Encantada de conocerte por fin. Joe me ha hablado tanto de ti que ya tengo la sensación de conocerte.
Nos sentamos y charlamos animadamente durante algunos minutos.
Aunque apenas acabo de conocer a Sally, tanto ella como Josías están cortados por el mismo patrón y no me extraña que estén juntos. También tiene una expresión muy afable en su cara e inspira la misma familiaridad que me inspiró Josías cuando lo conocí.
En Los Angeles, donde hay mucha gente enormemente adinerada, aprendí que hay dos tipos de ricos. Los que tienen una personalidad más débil que la cantidad de dinero que tienen y se dejan dominar por él, y los que tienen una personalidad lo suficientemente fuerte y sólida como para no dejarse dominar por el dinero. Los primeros lo utilizan para compensar su carencia y los segundos como si fuera una simple herramienta a su servicio que usan sólo cuando la necesitan. Es muy obvio que Sally y Josías son de los segundos.
Ella, como su marido, lleva ropa que se nota de calidad pero no es ostentosa. Es discreta y por la calle pasaría desapercibida. Creo que esa es la lección número uno de la elegancia.
—Me alegra mucho ver que han dejado atrás Corpus Christi —les digo—. He pensado mucho en su situación allí y lo injusto que es que hayan tenido que pasar por eso.
—Oh, desde luego que lo hemos dejado atrás —contesta Sally—. Todavía no llevamos un mes aquí y ha sido como una liberación. Ya lo hemos hablado; los dos hemos notado como nuestro carácter vuelve a ser el de siempre. Casi nos habíamos olvidado de cómo éramos. Parece mentira, a nuestra edad… —comenta arqueando las cejas.
—Si —añade él— a nuestra edad… comenzar de cero, la jubilación… Me siento como cuando terminé la universidad, que quería comerme el mundo. Es muy motivador, como una segunda juventud.
—Ricardo, vamos —dice Josías—, te invito a un bourbon en el pueblo, ¿qué te parece?.
—Encantado —le contesto—, si a Sally no le importa…
—Claro que no —contesta ella—. En realidad me viene de maravilla. Aún nos quedan cosas que desembalar. ¿Sabes lo que hace Joe?. Cada vez que abre una caja se pone a rememorar la historia de cada cosa que coge —dice mientras Josías sonríe tímidamente y yo suelto una carcajada—. Llévatelo de aquí una rato, por favor —añade riendo ella también.
—Fíjate —me dice Josías ya en el coche, apenas un par de minutos después de salir de su casa—, justo aquí salimos de Wyoming y entramos en Montana. El pueblo está a poco más de cinco minutos.
—Vaya —le contesto—, sabía que los límites son por aquí cerca pero no que estuvieran justo aquí, entre la casa y el pueblo. Entonces —añado con media sonrisa—, para hacer la compra tienen que hacer comercio interestatal.
Sí —dice Josías sonriendo—, y eso no es todo; apenas unos minutos después de Yellow, que es como llaman aquí a West Yellowstone, entras en Idaho. Tres estados en media hora.
Sólo unos pocos minutos después, ya en el pueblo, aparcamos el coche y nos dirigimos a la entrada de un bar.
—¿Ha visto eso? —le pregunto haciendo un gesto con la cabeza hacia el otro lado de la carretera.
En la otra acera hay una mujer muy mayor, completamente vestida de negro y muy delgada, quieta, inmóvil y mirando fijamente hacia nosotros.
—Madre mía, es una visión realmente inquietante —contesta Josías—. Da miedo.
Le hago un gesto de saludo llevando la mano al sombrero pero la señora sigue en la misma posición, mirando fijamente. Sólo eleva un poco la cabeza, no sé si respondiendo al saludo pero realmente a la vista es inquietante.
Ya dentro del bar, todos saludan a Josías muy cordialmente con una sonrisa. Él les devuelve el saludo y se acerca a uno de ellos.
—Ricardo mira —me dice—, ¿recuerdas que te conté que de joven pasé una buena temporada en Helena?. Pues este es Jaime Thornhill, casualmente el hijo de un buen amigo de aquélla época. Lo conocí cuando apenas gateaba y ahora es el Ranger Jefe del Parque [pulsa el 1 para ver nota]1.
—Ranger Thornhill, encantado de conocerle. Ricardo Kaplan —le estrecho la mano.
—Igualmente, encantado —responde él—. Si es amigo del señor Franklin también es amigo mío. Se ha convertido en un gran benefactor de este pueblo a pesar de ser un recién llegado. Conociéndolo, estoy seguro de que no le ha contado lo que ha hecho.
—No me ha contado nada sobre eso —le respondo.
—Oh, vamos, no hay necesidad —le replica Josías.
—En el poco tiempo que lleva aquí —continúa el Ranger—, se ha enterado de cuales eran la principales necesidades del pueblo y ya ha donado un nuevo camión de bomberos al Parque y se ha ocupado de la financiación para que haya un segundo doctor en el centro de salud a tiempo completo.
—No le hagas caso, Ricardo —me dice Josías con una media sonrisa —. Ha sido puro egoísmo, para que no se me queme la casa y para tener siempre un médico cerca por si me da un patatús.
Miro al Ranger con cara de complicidad y, volviéndome hacia mi anfitrión, añado:
—Josías, perdóneme pero en esto no le haré ni caso.
Los tres reímos, justo en el momento en que un hombre entra abriendo la puerta de golpe, con la cara congestionada de haber venido corriendo y dice en voz alta para que todos en el bar lo oigamos:
—¡Ha aparecido otro cadáver en Old Faithful!. ¡Ben Henry ha vuelto! [pulsa el 2 para ver nota]2.
Instantáneamente se forma un revuelo de murmullos en todo el bar.
—Caballeros —dice el Ranger mientras se levanta—, discúlpenme pero parece que mi día libre acaba de terminarse.
Al momento, un hombre de algo menos de sesenta años que estaba sentado a una mesa, se levanta y comienza a hablar en voz alta para que lo oiga todo el bar, en un tono muy teatral y gesticulando con las manos ostensiblemente a cada frase.
—¿Lo veis?. Ya os había advertido que no se debe molestar al espíritu de Ben Henry. ¡Esto es culpa vuestra!. ¡Sois los responsables! —vocifera señalando amenazadoramente al Ranger.
—Sí, Delbert, lo que usted diga —le contesta el Ranger con notable indiferencia—. Señor Franklin, señor Kaplan, ha sido un placer. Iré hasta la oficina a ver si queda algún coche libre para ir a echar una mano.
—Permita que le llevemos —añade inmediatamente Josías—. Seguro que están todos sus hombres muy atareados ahora mismo.
—Si no es molestia, eso sería de gran ayuda en este momento —contesta el Ranger.
—Lo haremos encantados —asentimos los dos al mismo tiempo.
Antes de salir, otro hombre de los del bar, sin ni siquiera mirar hacia nosotros, añade en voz alta.
—Dejen las cosas estar. No remuevan ese tema o no acabará nunca.
En ese momento, el hombre al que el Ranger llamó Delbert, comienza otra vez a vociferar y gesticulando aún con más intensidad.
—¡Mirad!. Ahí está otra vez. ¡La muerte negra!. ¿La veis? —dice señalando por el ventanal a la inquietante mujer de negro que vimos antes de entrar en el bar y que sigue en el mismo sitio—. ¿Qué más pruebas necesitáis?. Cada vez que el espíritu de Ben Henry actúa, ella aparece.
Otro hombre en el bar se dirige a nosotros.
—Los que acompañan al Ranger, no deberían de meterse en donde no les llaman. Dejen las cosas estar. No se metan en esto.
—Por favor —le dice Josías en tono apaciguador —, no se moleste con nosotros. Sólo vamos a llevarle; nada más.
El hombre sólo le responde mirándole con los ojos entrecerrados mientras remueve el mondadientes que sobresale de su boca.
Cuando salimos, la señora de negro comienza a alejarse caminando hasta desaparecer tras una esquina.
Desde Yellow lleva alrededor de una hora de coche llegar hasta el géiser. El día comienza a nublarse en todos los sentidos. Por el camino, el Ranger Thornhill muestra su preocupación tanto por la aparición de un cadáver como por los conflictos que puede generar ese hecho entre la población. Es un hombre más o menos de mi edad y estatura, fornido y de mirada severa pero de trato cordial. Parece muy comprometido con su trabajo.
—Qué difícil lo ponen. En un sitio tan pequeño estas cosas pueden llegar a ser muy complicadas de llevar.
—¿Quién es ese tal Delbert? —le pregunto—. Parece que tiene a mucha gente convencida de sus supersticiones.
—Es Delbert White; un predicador —contesta el Ranger—. Al menos así se hace llamar; más bien un simple charlatán diría yo. Verán —continuó diciendo—, eso del espíritu es lógicamente una patraña, una superstición como bien dice usted, pero Ben Henry existió de verdad. Es una vergonzosa historia que persigue a este pueblo desde hace décadas y ahora está reviviendo. Esto de los muertos en Old Faithful viene de largo. El primer cadáver que apareció cerca del géiser está registrado en Febrero del año 1928 y han seguido apareciendo otros a lo largo de los años hasta Mayo del 33, con una regularidad de uno cada nueve meses. ¿Ven la relación con el géiser?, por el nueve, los famosos noventa minutos de sus erupciones. Pero si hacen la cuenta, da un total de ocho cadáveres; cualquiera esperaría que al menos hubiera un noveno. Eso me lleva a la parte más vergonzosa de la historia. Ya desde el principio la gente sospechó de Ben Henry, un hombre casi desconocido para todos que vivía en estas montañas, no muy lejos del lago Summit. Los Rangers hablaron con él pero no había nada que le relacionase con los cadáveres. Él simplemente decía que no sabía nada y que no quería problemas con nadie. De hecho ni siquiera se podía hablar de asesinatos porque estos no tenían ningún signo de violencia ni de envenenamiento. Eso fue muy frustrante para las investigaciones. Si en los registros de los Rangers no figura ni un sólo indicio contra Ben Henry, eso significa que se le acusó sólo por habladurías. El hecho es que cada vez los ánimos estaban más encendidos y la gente los enfocaba hacia él y hacia los Rangers por no detenerlo. A partir del tercer cadáver todo el mundo se dio cuenta de la regularidad pero no había día ni hora concreta en la que aparecían los cadáveres; simplemente una mañana de cualquier día del noveno mes, aparecía un cadáver. Ninguna vigilancia dio resultados. Por la noche es una zona muy oscura y tampoco es que aparecieran justo al lado del géiser; solían aparecer en un radio de varias yardas. Se supone que quien los llevara hasta ahí se adaptaba a dejarlos en la zona que le pareciese más segura para no ser visto. El mes anterior al que se esperaba que apareciese el noveno, Ben Henry apareció colgado de un árbol, con todo el cuerpo lleno de golpes y heridas. Lo lincharon. Una jauría humana lo mató a sangre fría y se ensañó con él. Nadie jamás ha abierto la boca ni ha delatado a otros por aquello y nadie pudo ser acusado. Sin embargo desde ese desagradable hecho, ya no volvió a aparecer ningún cadáver más. Hasta hace nueve meses.
El Ranger se recoloca en el asiento y continúa explicándonos.
—Cundo apareció ese cadáver, después de veinte años, muchos dudaron si relacionarlo con los antiguos pero ahora que ha aparecido otro a los nueve meses, muchos oscuros sentimientos volverán a aflorar. Algunos o la mayoría de los que lincharon a Ben Henry siguen vivos; seguramente algunos estaban en ese bar del que acabamos de salir. El hecho de que no apareciesen más cuerpos desde que lo mataron, hizo sentir a muchos que el linchamiento impartió justicia y lo habrán usado para otorgarse indulgencia a sí mismos. Ahora vuelven a aparecer y el sentimiento de culpa vuelve a revivir; les hace dudar otra vez. Y el maldito predicador no hace más que echar leña al fuego; eso sirve de revulsivo a los que tengan sentimiento de culpabilidad para canalizarlo en forma de odio, especialmente contra los Rangers.
—¿Y la misteriosa mujer de negro qué pinta en todo esto? —le pregunto.
—Que sepamos, nada —contesta—. Hace nueve meses, cuando apareció el otro cadáver también estaba ella. Se queda parada, mirando. Hizo sus apariciones en un sitio o en otro durante dos o tres días y no la volvimos a ver hasta hoy. Nos acercamos a hablar con ella pero no nos dirige la palabra y con lo que tenemos, no podemos hacer más. Nadie sabe quién es. No es de por aquí.
Cuando llegamos al lugar, los Rangers ya están allí, tienen la zona acordonada y han cubierto el cadáver con un plástico para que el géiser, que no está a mucha distancia, no lo salpique. Dentro de la zona acotada sólo están ellos y un hombre de algo más de cincuenta años. El Ranger Thornhill se dirige a uno de sus subordinados.
—Davis, póngame al día.
—Siento decirle que es lo esperado —le contesta el Ranger Davis—. No hay signos de violencia ni ninguna pista. Es María Griffith, la hija de Miguel Griffith.
—Dios mío… —exclama Thornhill.
—El cadáver lo ha encontrado ese hombre, Ron Yman —añade Davis.
—¿Yman?. No me suena. ¿Es de por aquí? —pregunta Thornhill.
—No —le contesta Davis—. Es de Bozeman. Dice que ha venido temprano para ver el géiser antes de que haya aglomeraciones de turistas. Nos ha avisado él; se ha mostrado colaborador.
—Bien —añade Thornhill—. Dígale si es posible que se quede por aquí dos o tres días y que te dé su dirección y un teléfono, de aquí y de Bozeman, si se tiene que ir. Que esté localizable. Cuando vuelvas a la oficina, llama al sheriff del condado de Gallatin para ver si tiene antecedentes o algún historial. Busca a alguien adecuado para que le vaya a dar la noticia a Miguel Griffith y que alguien avise al forense. Gracias Davis, buen trabajo.
El Ranger Thornhill se agacha junto al cadáver y levanta el plástico que lo cubre. Es una chica joven, de unos veinte años o menos. Está con las piernas juntas y los brazos casi pegados al cuerpo. Su ropa se ve completamente limpia e impoluta. No tiene ni una sola marca ni nada que indique violencia. Parece como si simplemente se hubiera tumbado a dormir. La visión es sobrecogedora.
Pocos minutos después, mientras oscuras nubes tapan ya el sol, nos dirigimos al coche, que está aparcado al borde de la carretera para volver al pueblo cuando de repente, algo hace que me de un vuelco al corazón. Al otro lado de la carretera pero algo alejada, completamente sola, está la mujer mayor vestida de negro. Quieta, mirando hacia nosotros como antes. Sólo el viento mueve ligeramente su pelo y su ropa. La visión es realmente inquietante.
—¡Por el amor de Dios!, ¿cómo demonios ha llegado hasta aquí? —pregunto.
—!Wow¡ —exclama Josías al verla—. Tendré pesadillas con esta visión.
El Ranger Thornhill hace una mueca de impotencia y subimos al coche.
Ya de camino a West Yellowstone, Josías plantea una idea.
—Señor Thornhill, quizá me meta en el calabozo con lo que le voy a decir y Ricardo me quiera retorcer el pescuezo pero no se me ocurre nada mejor, verá. Si el cuerpo de Rangers escarba mucho en este caso acabarán teniendo un conflicto con una buena parte de la población local que podría ser muy duradero y yo he llegado recientemente con la intención de quedarme. No nos interesa en absoluto enemistarnos con estas personas. Y aquí donde lo ve, el señor Kaplan tampoco está falto de modestia. Ha sido capitán del ejército, perteneciente a la famosa 101 Aerotransportada en el frente europeo, es abogado y además ha participado en los juicios de Nuremberg; sabe como llevar una investigación criminal y lo mejor de todo; no es vecino de estas personas. ¿Qué le parecería la idea de que nosotros trabajemos en la sombra, discretamente y a la vez que apaciguamos los ánimos y dejamos que Ricardo se meta en el barro?. Que vaya a donde tenga que ir y que hable con quien tenga que hablar para dejarles a ustedes el sendero limpio cuando encuentre algo relevante.
—Tiene usted razón —responde Thornhill—, en cualquier otra situación le tomaría por un loco pero tal y como se presenta este caso, quizá no sea una idea del todo mala. Lo que no sé es si en este momento el señor Kaplan aún sigue siendo su amigo.
Josías mira para mi con la cara de un niño al que atrapan comiéndose a escondidas todos los malvaviscos.
—En realidad lo haré encantado —respondo—. Estoy dispuesto a cualquier cosa para atrapar al malnacido que mató a esa joven.
—Lo sabía —responde Josías inmediatamente—. Sabía que dirías eso. Es exactamente lo que haría yo en tu situación.
Una hora después llegamos a Yellow.
—Entonces, Ricardo —me dice Josías—, con el plan que tenemos no permitiré que vuelvas hoy a Jack Pine para tener que volver aquí mañana, es innecesario que pierdas tantas horas. Te quedarás en nuestra casa.
—Gracias Josías. No se preocupe, puedo alquilar una habitación aquí.
—De ninguna manera —responde él—. En casa hay sitio de sobra y además yo te he metido en esto.
—De acuerdo. Muchas gracias por la invitación.
—Faltaría más —añade él—. Voy a llamar a Sally; es tarde y debe de estar preocupada. Con la conversación ni siquiera he sido consciente de haber pasado por delante de casa.
—No vaya a buscar un teléfono —le dice Thornhill—, hágalo desde la oficina.
—¿Hay alguna cafetería cerca que no sea el bar en el que estuvimos por la mañana? —le pregunto al Ranger.
—Si —responde—, doble esa esquina, siga la calle y justo antes de llegar a la siguiente esquina ya se encontrará con una cafetería. No le llevará ni dos minutos.
—De acuerdo, gracias —le digo—. Josías, le espero allí.
Me dirijo hacia la cafetería. El día ha acabado poniéndose bastante nublado pero de momento parece que no lloverá. Se nos ha ido el tiempo con todo este acontecimiento y ya es tarde para comer. De todas formas, con las cosas que hemos visto tampoco es que se me haya abierto el apetito, que digamos. Quizá en este sitio me puedan servir un bocadillo, por lo menos para meter algo en el estómago. Voy enfrascado en estos pensamientos en el momento en el que, mientras paso por delante de la entrada a un pequeño callejón en el que ni siquiera había reparado, de forma muy inesperada una voz me sobresalta.
—Señor Kaplan.
Me giro de golpe y a corta distancia, metida un poco hacia dentro del oscuro callejón, aparece ante mi, una vez más, la señora mayor vestida de negro. Con la situación tan inesperada noto como el pulso se me acelera repentinamente. Es muy delgada y aparenta ser muy mayor, quizá incluso cerca de los noventa años pero es difícil de decir; es tan delgada y pellejuda que unas profundas arrugas llenan toda su cara, de la que sale una afilada nariz y unos ojos tan claros que parecen casi blancos.
—¿Cómo sabe mi nombre? —le pregunto—. ¿Quién es usted?.
—Soy Vera Henry, la viuda de Ben Henry.
Continuará
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Notas:
- Dentro de un Parque, el Chief Ranger (Ranger Jefe) es el segundo en la jerarquía por detrás del Park Superintendent, sin embargo este último se dedica principalmente a tareas administrativas y organizativas. El Chief Ranger es el superior en el trabajo de campo. Dentro de los Parques Nacionales, los Rangers son la autoridad policial (además de dedicarse a muchas otras tareas), independientemente de que abarquen más de un estado o varios condados. Aunque actualmente están mucho más especializados, ya desde principios del siglo XX estos Rangers se ocupaban de tareas como extinción de incendios, rescates, guías de visitantes e incluso investigaciones criminales. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
- Old Faithful es como se llama popularmente al más famoso de los géiseres del Parque Yellowstone y tiene la tradicional cortesía con los visitantes de entrar en erupción con una certera regularidad de entre 70 y 90 minutos pero respeta el máximo de 90 minutos con asombrosa puntualidad, de ahí su nombre (Viejo Fiel). Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎
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