El Caso del Hombre que Cayó del Cielo - Parte 2. El agente de la CIA resulta ser un agente doble

El Caso del Hombre que Cayó del Cielo. Parte 2

—¡Dorothy!… ¡Dorothy!… ¡Despierte!. ¡Dorothy!…

Intento abrir los ojos pero el dolor de cabeza puede conmigo y la luz cegadora se hace insoportable. Mi mente es como una olla a presión silbando, a punto de explotar. Esa estridente voz se sigue repitiendo como pedradas en mi cabeza.

—¡Dorothy!… ¡Despierte!. ¡Dorothy!…

Intento volverme hacia un lado para que la luz no me dé directamente pero una mano me la vuelve a girar hacia arriba y me abofetea. Y otra vez:

—¡Dorothy!… ¡Dorothy!…

Lo molesto de la situación me obliga a hacer un sobresfuerzo para abrir los ojos. Una cara desconocida frente a mi con la insoportable luz del cielo detrás, me vuelve a abofetear y repite:

—¡Despierte, Dorothy!.

Con otro sobresfuerzo me incorporo de medio cuerpo, obligándole a separarse y a que pare de una vez. Es un hombre muy corpulento, vestido de chaqueta y corbata, y una gabardina de ciudad.

—¿Por qué demonios me llama Dorothy? —le pregunto con evidente cara de molestia, mientras me llevo la mano a la zona del golpe.

—¿No es usted Dorothy Kaplan?. Eso ha dicho su padre.

—¡Ricardo!. Me llamo Ricardo. Por el amor de Dios… ¿Tengo cara de llamarme Dorothy?.

—Y yo qué sé qué nombres se ponen aquí en medio de este maldito monte. Cosas más raras he visto… ah, ya entiendo, por el Mago de Oz, ¿no?. Qué simpático su padre —me dice con cara de desdén.

—No se hace usted a la idea…

La situación y el insoportable dolor de cabeza eliminan momentáneamente de mi cualquier signo de educación.

—¿Y usted quién demonios es?.

—Bernardo Porter. Agente del Gobierno.

Me enseña una identificación que, con los dedos, tapa intencionadamente una parte de ella.

Ese gesto provoca que se me vengan inmediatamente a la cabeza las palabras en ruso de Mike y ya entiendo lo que está haciendo; todas las piezas en encajan por sí solas. Al querer ocultar la agencia a la que pertenece, me confirma a qué agencia pertenece.

Quiere ocultar que la identificación pertenece a la CIA pero no es ese el problema. Si lo oculta es porque forma parte de la Oficina de Contrainteligencia de la CIA. Nadie puede saber que está aquí persiguiendo a alguien porque si la CIA persigue a alguien en suelo estadounidense en secreto, es porque ese alguien es un espía y, en realidad, no pueden hacerlo.

Uno de los promotores de esta oficina anti espionaje fue un compañero en los Juicios de Nuremberg, con quien he seguido en contacto en mi etapa en Los Angeles. Esta oficina, oficialmente, puede investigar pero no puede perseguir o detener a nadie dentro de nuestras fronteras; sólo proporcionar información a la policía o al FBI para que detengan a los investigados pero la realidad es que no quieren compartir con nadie esa información tan sensible y por eso se saltan las normas a su antojo.

Aunque pueda parecer que no, esto es comprensible por lo que mi amigo me contaba. Los agentes soviéticos están bien entrenados, hablan el idioma tan bien como si hubieran nacido aquí y, para pasar desapercibidos, son buenos vecinos y se comportan correctamente para no llamar la atención de las autoridades. Esto hace que la policía, cuando una agencia del gobierno le dice que detenga a un buen vecino que no da problemas, ponga reparos y quiera saber más. Esto genera una pérdida de tiempo de vital importancia para la Oficina de Contrainteligencia porque al menor indicio, estos espías desaparecen de forma inmediata y sin dejar rastro, por eso han acabado saltándose las normas cuando les da la gana, aunque de la manera más discreta posible, para que nadie de arriba se tenga que poner serio con ellos.

Con el FBI es peor todavía porque hay rivalidad entre las dos agencias.

—Bueno, si ya se encuentra bien, monte en su caballo y váyase a su casa. Yo debo irme —me dice secamente.

—Por supuesto que no me iré a casa. ¿Tiene usted la mínima idea de donde está?.

—Usted no se meta en esto. Váyase a casa.

—¿Tiene la menor idea de a donde debe ir? —le pregunto.

Su cara se torna cada vez más iracunda pero no contesta. Y añado:

—Si le dejo ir solo terminará usted en Canadá, si no muere antes de frío con la ropa que lleva.

—Bueno, está bien —me contesta con voz enfadada—. Pero en cuanto lleguemos al lugar que sea, usted se marcha.

—¡Claro! —le contesto con sorna, a lo que me dirige una mirada de desprecio. Se gira para montar y le escucho decir en susurros:

—Ahora a aguantar a un paleto; lo que me faltaba.

—¿Qué ha dicho? —le pregunto en voz alta y desafiante.

—Vamos, no tenemos todo el día —me contesta sin siquiera mirarme.

Me parece mentira que sea a este imbécil a quien debo ayudar pero en realidad no tengo el menor interés en ayudarle a él; quiero participar en esto y además mi padre va hacia allí.

Salimos al galope; aún nos quedan varias millas por delante pero el agente no es un buen jinete y varias veces tengo que aliviar el paso para no dejarlo atrás. Si lo hubiera dejado sólo sabe Dios dónde y cómo habría acabado.


Con las últimas luces de la tarde y ya en un camino que bordea el río, por fin comenzamos a ver las primeras casas que nos indican que ya estamos a la entrada de Jackson.

A un lado del camino, bajo unos árboles, vemos a mi padre y al otro agente esperando por nosotros.

—Graham Cooper, agente del gobierno —se presenta—. ¿Le ha contado el agente Porter algo de lo que hacemos aquí?.

—Ricardo Kaplan; encantado. Su compañero me ha dicho que son agentes del gobierno; nada más. Aún así, sé a qué agencia pertenecen y que ese hombre es con toda probabilidad un espía ruso. No se preocupe por mi, no soy indiscreto; quiero ayudarles a atraparlo y sé cómo hacerlo.

—Así es, ese hombre es un agente soviético y llevamos mucho tiempo detrás de él.

—¡Cooper! —le interrumpe en voz alta el agente Porter, con exagerada cara de interrogación.

—Porter, no te preocupes, ten paciencia y lo entenderás. El señor Kaplan padre me ha contado algunas cosas.

Vuelve la mirada hacia mi y continúa.

—Estuvo operando en Minneapolis durante varios meses hasta que empezamos a recibir informes sobre él y comenzamos a investigarle. Hace cuatro días, cuando ya teníamos suficientes pruebas e íbamos a detenerle, de alguna forma se enteró y desapareció. Los indicios sugerían que había escapado por carretera y lo lógico sería pensar que huiría por Canadá. Ayer nos enteramos del robo de una avioneta en el aeropuerto de Bismarck, en Dakota del Norte. Varios de los indicios del robo coinciden con su modus operandi y con el trayecto que se sospechaba. A pesar de todo, yo estaba seguro de que no iba a Canadá.

—Va a California, ¿verdad? —le pregunto.

—Así es, con toda seguridad. No tenemos documentación que lo confirme pero yo estoy seguro de que tiene un contacto en el Centro Lawrence Livermore.

—Pero entonces, ¿cómo han llegado tan rápido hasta aquí? —le pregunto.

—Bueno, esta parte es más espinosa —me contesta—. En contra de los deseos de mi compañero y de mi superior, ya nos estábamos dirigiendo hacia California. En Denver nos informaron de lo de la avioneta y la oficina de allí nos prestó un helicóptero. Es bueno tener amigos en todas partes.

Hace una pausa mirándome fijamente y me pregunta:

—Antes ha dicho que sabe a qué agencia pertenecemos. ¿Cuál es?.

—La Oficina de Contrainteligencia de la CIA —le contesto.

—Bien —añade él—, usted sabe cosas que se supone que no debería de saber. Ahora es su turno. Explíquenos por qué sabe esas cosas.

Le comento mi historial militar y académico, lo que sé a través de mi contacto de Los Angeles y por qué tengo ese contacto. No me gusta hablar de estas cosas pero esta es una situación excepcional y creo que así podría conseguir que no nos excluyan. Sé que puedo participar en esta operación y el agente Cooper parece, a diferencia de su compañero, un hombre cabal y suficientemente profesional como para poner la consecución del objetivo por encima de sus prejuicios.

El agente Cooper añade:

—Ha dicho antes que sabe cómo atrapar a este hombre. ¿Qué plan tiene?.

—¡¿Es una broma?! —contesta el agente Porter con voz enérgica.

—Bern, ya basta. Con su historial podría entrar en la CIA mañana mismo y además, conoce el lugar. Es un activo a nuestro favor y debemos aprovecharlo. Ahora mismo somos el hazmerreír de la oficina por ir camino de California. El jefe está muy molesto y mi puesto pende de un hilo. Ahora sabemos que estaba en lo cierto y estamos a un paso de atraparlo. No lo estropeemos con tonterías.

El agente Cooper vuelve a dirigir la mirada hacia mi, esperando mi respuesta.

—Con la ropa que llevan llamarán la atención en el pueblo; creo que no deberían dejarse ver ni aún de noche. Este pueblo es muy pequeño y sólo tiene dos salidas por carretera; una al norte y otra al oeste. Creo que deberían ponerse a cubierto ustedes en cada una de las dos salidas, sin dejarse ver, vigilando quién sale. Nosotros podemos pasar desapercibidos y muchos aquí nos conocen. Podemos pasearnos por el pueblo hasta encontrarlo sin llamar la atención. No debería de llevarnos mucho tiempo, aunque antes de hacer nada, me gustaría que me cuente sobre ese hombre, para saber a qué atenerme y cómo proceder.

El agente Cooper asiente con la cabeza:

—A este hombre le solemos llamar «la sombra»; es realmente bueno y sabe cómo no llamar la atención. Nunca, que sepamos, ha matado a nadie ni ha dejado heridos graves; sabe que los cadáveres y la sangre encienden todas las alarmas. Sospechamos que lo más que ha hecho ha sido noquear a alguien, como ya sabe usted por experiencia. Probablemente ya haya robado ropa tendida sin que nadie se haya enterado aún, para pasar desapercibido. Por todo esto me inclino a pensar que robará un coche para salir de aquí pero de ninguna manera lo hará por la fuerza ni a la vista; lo robará durante la noche, de la manera más sigilosa posible y sin que nadie se entere hasta mañana por la mañana. De todas formas, si las cosas se ponen feas, tenga en cuenta que es un hombre bien entrenado; ande con mucho cuidado. Si es posible, empújelo hacia una de las salidas. Si no, monten jaleo para que lo oigamos y poder acudir.

Jackson es un pueblo que apenas pasa de los mil habitantes. La mayoría, o nos conocemos personalmente o nos conocemos de vista. Sin embargo, es habitual que vengan temporeros a trabajar en las granjas y los ranchos de la zona por lo que un desconocido pero con la ropa común, no llamará la atención. De nosotros cuatro, al único al que conoce la cara es a mi. Lo único que puedo hacer es quitarme el abrigo y esperar a que el sombrero y la creciente oscuridad me ayuden a que no me reconozca fácilmente.

Mi padre y yo acordamos una ruta que abarca la mayor parte del pueblo, él por un lado y yo por el otro, hasta el bar de Sully como punto de reunión, que está en el extremo opuesto a nosotros.

Es un anochecer muy tranquilo, como todos aquí. Metiéndome en la cabeza de este espía, no busco cosas extraordinarias; esas llamarán la atención por sí solas. Lo que busco son cosas aparentemente comunes pero que tengan algún punto de incongruencia. Es normal que haya casas con las puertas o las ventanas abiertas pero no en esta época del año y al anochecer. Pequeñas cosas de ese estilo son a las que estaré más atento.

Paulie Simmons, el chico que trabaja en la tienda de conveniencia de los Miller, me saluda alegremente y me pregunta por Margaret. Es un chico muy simpático al que le gustan mucho los caballos y alguna vez viene al rancho a verlos. Está juntando para comprar uno.

Son algo más las nueve y con el cielo ya negro.

Poco después me cruzo con el juez Finchner y su esposa. Un matrimonio encantador. Él empleó mucho de su tiempo libre en enseñarme muchas cosas sobre el Derecho antes de irme a Los Angeles. Más de una vez, ya estudiando, le telefoneé para pedirle consejo y nunca escatimó en explicaciones.

Al final, llego hasta la calle del bar de Sully. Ni rastro de Mike ni nada que levante sospechas. Veo salir del bar a Pedrito O’Rourke, borracho hasta apenas tenerse en pie, como siempre, pero va acompañado de un amigo que le sostiene. Balbucea en alto la típica sabiduría de los borrachos.

No todas las casas de Jackson están concentradas en un núcleo; quizá debamos probar más hacia afuera. Haré inversamente el recorrido de pa hasta encontrarme con él; puede haya visto algo.

Un momento… El que acompaña a Pedrito O’Rourke. No es sólo por ir sosteniéndole; camina con una evidente cojera en la pierna izquierda. No he podido distinguir su cara pero no hay nada en él que me haya llamado la atención. Caminan en dirección contraria a mi. Me acercaré disimuladamente para escuchar su voz.

A sólo unos metros, mientras pasan por debajo de una farola, veo con claridad la marca de pelo aplastado justo por donde llevaba la venda. ¡Es él!. Lleva ropa como si hubiera estado trabajado en el campo todo el día.

Ha encontrado a la víctima perfecta en menos que canta un gallo. Un hombre soltero y completamente borracho. Mañana ni siquiera estará seguro de si le han robado el coche o lo ha perdido él, y si lo recuerda, nadie le creerá. Es admirable. Así mañana podría estar con un coche a cientos de millas de aquí, y sin haber dejado apenas rastro.

Justo delante de ellos, de repente, aparece doblando una esquina mi padre. Rápidamente le hago señas muy ostensibles de que está frente a él pero con la oscuridad no sé si me puede ver. Al momento, mi padre comienza a hablarles:

—¡Pero hombre, Pedrito!, ¿otra vez así a casa?.

Mi padre no tiene ese nivel de confianza con él. Eso me confirma que ha visto mis señas.

Cuando ya estoy casi a distancia de abalanzarme sobre Mike, repentinamente se gira hacia atrás y me reconoce. Quizá haya escuchado mis pasos. En cuanto doy el paso para saltar sobre él, empuja a Pedrito hacia mi, que en el estado en el que está es como lanzar un peso muerto, y ambos caemos al suelo. Con unos reflejos admirables, al mismo tiempo, con su mano derecha lanza con fuerza a la cara de mi padre todo el contenido de un vaso de cerveza que no había visto hasta ese momento. Ya tenía preparada cualquier situación.

Y sale disparado con la agilidad de un gato asustado, sobreponiéndose al dolor de su pierna, hacia la oscuridad de una calle colindante sin farolas.

De la misma forma, me levanto rápidamente y a la carrera, voy tras él.

En los pocos segundos que mis pupilas tardan en dilatarse para adaptarse a la oscuridad de esta calle, ya no hay rastro del él. Es imposible que la haya recorrido toda hasta su salida en tan poco tiempo; se ha tenido que meter en alguna propiedad.

Con todos mis sentidos al máximo por la adrenalina del depredador a la caza, busco cualquier signo que llame la atención en cada casa. La intuición me hace descartar las que tengan luz encendida en el interior. Hacer rehenes no es una opción viable para él.

En la segunda casa, con todas las luces apagadas y las ventanas cerradas, una cortina se mueve. ¡Tiene que ser él!.

Descarto la puerta principal y me dirijo hacia la puerta trasera. Al llegar a ella, pruebo el pomo de la manera más silenciosa posible y este abre. Ya dentro, en lo que es la cocina de la casa, me detengo un instante agudizando el oído pero todo está en el silencio más absoluto y comienzo a avanzar sigilosamente.

Hay una pared frente a mi que se abre en el lado derecho para dar paso a un salón, y a la misma altura, en la pared derecha, la entrada a un pasillo seguido de unas escaleras que suben. La pared del salón está justo a la altura de la pared que separa el pasillo y las escaleras. No hay luz suficiente como para hacer sombra desde el lado opuesto de la casa por lo que centro mi atención en el oído. La puerta y la ventana de la cocina, a mi espalda, con la luz de la luna en ese lado, sí que proyectan la mía pero hacia mi izquierda. La pared derecha queda libre de esa luz por lo que me pego a ella.

Cuando estoy al borde de la esquina que da al pasillo, hago un movimiento rápido de medio cuerpo para arriba para ver dentro de él, con los brazos preparados para cualquier cosa. Al instante, noto un movimiento rápido desde la dirección opuesta, desde detrás de la pared que separa la cocina y el salón.

Pero esta vez estoy prevenido. Me giro rápidamente con los antebrazos en forma defensiva hasta poder distinguirlo en la oscuridad, y moviendo mi cuerpo en esa dirección para usar mi peso a mi favor. Ese movimiento desvía su brazo derecho, con el que se disponía a golpearme, le desequilibra y provoca que se golpee en el ojo con fuerza contra mi codo y cae al suelo, boca arriba, con un gemido de dolor.

Me abalanzo sobre él para inmovilizarlo pero intenta zafarse rodando su cuerpo hacia su izquierda. Mis ojos ya están completamente adaptados a esta oscuridad y me permiten verlo bien. Al mismo tiempo que hace el movimiento de giro, le agarro con habilidad la muñeca derecha, se la giro hacia atrás y hacia arriba, y le pliego la mano sobre su antebrazo todo lo posible, al mismo tiempo que coloco mis rodillas sobre su espalda, con todo mi peso. Lanza un grito lastimero y con el brazo izquierdo que le queda libre y con las piernas intenta golpearme pero en esta posición está neutralizado.

—Todo ha terminado, Mike —le digo.

Mientras se lo digo, distingo tras las cortinas del frente la silueta de alguien que se acerca a la puerta principal. La silueta es muy débil y difusa pero por la altura, probablemente sea mi padre. El agente Porter también es muy grande pero desde donde está, no se ha podido enterar de la situación. Intenta abrir la puerta principal pero esa está cerrada con llave.

—¡Dé la vuelta; por la puerta trasera!. ¡Lo tengo! —le grito.

—Es el agente Porter —dice Mike casi en susurros—. Viene a matarme y si no se marcha le matará también a usted.

—No diga tonterías. Ya no tiene escapatoria. Todo ha terminado.

—Ya me tiene —me replica—. No pretendo que me suelte, sólo intento prevenirle para que tome alguna medida. Porter no es quien ustedes piensan. Es de lo míos y no puede permitir que me atrapen. No dejará testigos. Nos matará a los dos. ¿Cómo si no iba yo a saber su nombre?.

Esta última frase resuena en mi cabeza como un martillo. En sólo unos instantes alguien entrará por la puerta trasera. Si es mi padre, todo terminará fácilmente pero, ¿y si es Porter?. En realidad es cierto, ¿cómo puede saber Mike su nombre y además, que un agente en concreto está aquí?. Eso también encaja con que no sea Porter quien quería perseguirlo hacia California. En caso de que sea un agente doble, su intención inicial debería de ser que llegue a California y que el contacto de allí le ayude a escapar. Lo que no puede permitir es que caiga en nuestras manos.

La silueta aparece tras la puerta de la cocina. En este lado se identifica mucho mejor y no se ve la poblada barba de mi padre.

—¡¿Porter?! —grito. Pero no hay respuesta. E insisto con más fuerza, mientras la puerta comienza a abrirse: —¡Agente Porter, ¿es usted?!.

La puerta se abre y la imponente silueta del agente Porter se define al contraluz de la luna. Pistola en mano, se detiene un instante a analizar la escena y con una tranquila e inquietante frialdad, me dice:

—Señor Kaplan, váyase. Ya me ocupo yo.

—Ya está neutralizado; no escapará. Guarde la pistola, por favor —le digo.

—No se lo repetiré otra vez —dice mientras nos apunta con la pistola—. Váyase —insiste.

Mike le dice algo en ruso pero Porter no reacciona y ladea levemente la cabeza. Apenas le distingo la cara pero entiendo que el gesto es para indicarme que me decida ya.

El Caso del Hombre que Cayó del Cielo - Parte 2
Porter nos amenaza con la pistola
(Personajes 3D: Luis Polo / Foto de fondo: IA y Luis Polo)

Ahora ya no hay duda de que su única intención es eliminarlo. La Oficina de Contrainteligencia no actúa así. Porter es ciertamente un agente doble y mi negativa a irme me marca a mi también como otro objetivo a eliminar. La situación es muy desfavorable y no hay tiempo para planear. Pero en ese momento algo llama mi atención. Detrás de Porter, a través de la puerta de la cocina que da a un jardín trasero, veo una silueta moverse y distingo a mi padre, que hábilmente se mantiene a una cierta distancia para que la sombra no le delate. Porter nota que estoy viendo algo y se gira, justo en el momento en que pa grita:

—¡Porter!.

Aprovecho la situación y me abalanzo sobre él, levantándole la mano en la que lleva la pistola hacia el techo, provocando un disparo hacia arriba, al mismo tiempo que cargo todo mi peso de golpe sobre su cadera para desestabilizarlo pero es muy pesado y apenas cede.

De repente, Mike, sorpresivamente y con todas sus fuerzas, le estampa una silla en la cabeza que lo deja noqueado al instante y aprovecho para hacerme con la pistola. Inmediatamente me giro hacia Mike, apuntándole, pero él ya ha tirado los restos de lo que ha quedado de la silla y está levantando las manos en gesto de que no intentará nada contra mi.

Porter no ha perdido el conocimiento pero ha quedado completamente atontado e incapaz de hacer nada, y aprovecho para atarle las manos a la espalda con su propio cinturón.

En ese momento aparece el agente Cooper a la carrera y le explico toda la situación al detalle, para intentar minimizar todas sus dudas.

—En realidad, echando la visa atrás, todo encaja —añade el agente Cooper tras mis explicaciones—. Desde que hemos empezado este caso se ha comportado de una forma extraña y errática que no es propia de él pero ahora todo tiene sentido. Sus repentinas desapariciones, sus vagas explicaciones sobre ellas… Pensé que tenía una amante, la verdad. Nunca se te ocurre que tu compañero pueda ser el enemigo. Todo eso sumado a que Mike siempre fuera un paso por delante de nosotros… De todas formas se abrirá una investigación oficial y se le interrogará para esclarecerlo. Seguramente tengamos que volver a contactar con ustedes durante el proceso.

—A su servicio —añado.

Antes de irnos, le hablo sobre el misterioso maletín. Ha tenido que esconderlo en algún sitio [pulsa el 1 para ver nota]1.

—Muchas gracias señores Kaplan. Hoy todos hemos ganado más de lo que esperábamos. Me alegro de haberles encontrado.


Pa y yo vamos a recoger los caballos y a adentrarnos un poco en el camino de vuelta a casa para acampar hasta el amanecer bajo las estrellas, como hace ya tiempo que no hacemos.

Encendemos una buena hoguera y tras unos segundos del hipnótico poder del fuego, frunciendo las cejas todo lo que puedo, le pregunto:

—¿Dorothy?.

Fingiendo una cara adorable, contesta:

—¿Ha soñado mi retoño con los angelitos?

FIN


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Este capítulo fue publicado originalmente en Lobo Tactical el 18 de Enero de 2024.


Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0 

Notas:

  1. Lo que ocurre con el maletín forma parte de la trama del relato «El Blues de Billy Wells«. Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎

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