Esta historia nos la cuenta junto al fuego Rowdy Jardine, el capataz del rancho Kaplan. Es de esas que te hacen hervir la sangre, ya veréis.
—¿Habéis escuchado hablar de Víbora Blackmore alguna vez?. Seguro que no. Ni siquiera en los libros de historia se ha merecido entrar.
Hay cosas de él que nunca se sabrán. Unos decían que se llamaba Tom, otros Jim… Ni idea. Alguien le puso de manera muy certera el título de víbora y así le quedó. Bien sabe el Señor que lo merecía y que le habrá dado con las puertas del cielo en las narices porque era el hombre más malo que haya pisado jamás estas tierras.
Era como la otra cara de Robin Hood. Robaba sobre todo a los pobres y además se jactaba de ello. Hasta se mofaba de los ladrones que no atracaban a los más indefensos. «Es dinero regalado», decía. También tenía predilección por los sitios pequeños, donde podía imponer su ley a su antojo.
Tampoco se sabe cuándo ni dónde nació pero sí se sabe que salió de Deadwood, en Dakota del Sur, hacia finales de la década de 1880; creo que se hablaba del 89. No podría haber salido de otro lugar una serpiente como esa. Aquél sitio debió de ser como una universidad del mal para él. Allí es donde se tiene la primera noticia de sus fechorías.
Entraba en las tiendas de los mineros aún estando ellos dentro. Lo hacía después de la jornada de trabajo sabiendo que estaban cansados. Ni siquiera se cubría la cara ni le importaba que estuvieran despiertos. Como era grande, descaradamente agresivo y además iba acompañado, generalmente no le oponían resistencia pero cuando alguien lo hacía, no tenía límites. Si no paraba de un tortazo, lo rajaba con el cuchillo sin escrúpulos. Todo para llevarse uno o dos dólares, con suerte. Se decía que su tamaño mezclado con su actitud extremadamente agresiva, daba pavor.
También robaba a inmigrantes recién llegados. Solían traer un poco de dinero que habían ahorrado para poder empezar una nueva vida y Blackmore lo sabía. Eran personas que todavía no tenían contactos en el país y que su desaparición apenas dejaba rastro.
Así es como se creó su fama de temible y no era sin motivo; bien sabe Dios.

Nadie sabe muy bien qué hizo que ese hombre llegara a ser tan malo. Algunos decían que de niño abusaron salvajemente de él durante años pero son sólo rumores, ¿sabéis a lo que me refiero?. No era un tipo de esos que abriera su mente a alguien y contara sus sentimientos más profundos.
Era inquietante en todos los sentidos. De él te esperarías a alguien con una vida desordenada; un desastre, sin embargo nadie le vio nunca beber de más ni jugar a las cartas ni nada parecido. Tampoco se sabe que malgastara el dinero. Se acostaba pronto y se levantaba antes del alba.
Mi opinión es que algo no le funcionaba bien aquí arriba, en el bote, ¿sabéis?. Alguna tubería mal conectada que le hacía ver a las demás personas como simples objetos sin valor.
Por todo el norte de las Colinas Negras se ganó sus primeros dólares y después inició su recorrido de crueldad a lo largo del país, cada vez más ingenioso. Tras abandonar esa región entró en Wyoming y lo cruzó enterito de norte a sur dejando su despreciable huella.
Por aquél entonces el gobierno no estaba haciendo aún nada bien su trabajo en cuanto a imponer la ley en zonas muy amplias, sobre todo del oeste, y Víbora Blackmore le sacó a eso todo el provecho que pudo.
Comenzó a trabajar sus estrategias. Solía ir acompañado de dos hombres. Uno le cubría las espaldas mientras robaba y otro, que solía llegar un día antes, parecía no tener nada que ver, sacando información aquí y allá sobre lo que les fuera de interés. Si por casualidad aparecía un alguacil o un alcalde con intención de hacer su trabajo, el que sacaba información ya sabía donde vivían y quienes eran su familia y amigos para extorsionarlos bajo amenaza de matarlos o los secuestraban para negociar el intercambio. No creo que fuera casualidad que por muchos de estos lugares que pasaron, el alguacil o el alcalde tenían una o más hijas. Eran los rehenes perfectos.
Sobre sus dos ayudantes no se sabe nada de nada; sólo que no fueron siempre los mismos. Quizá solían acabar corriendo la misma suerte que sus víctimas si no acataban los abusos de la víbora.
También extorsionaba a pequeños rancheros a cambio de «protección», como él decía. O le pagaban o les quemaba el rancho.
Al entrar en contacto con estos rancheros se fue perfeccionando en sus maneras.
Primero empezó falsificando documentos para vender falsas parcelas a colonos recién llegados y después empezó a expulsar o simplemente a hacer desaparecer a otros ya establecidos, falsificando el título de propiedad a su favor y vendiéndolo a nuevos colonos. Esto llamó la atención de cierta gente pero no en el sentido que esperáis, no, señor. Lo que provocó eso es que aparecieran muchos que querían contratar sus servicios.
«¿Para qué?», os preguntaréis. Pues eran empresarios o gente adinerada, corruptos con la misma falta de escrúpulos que tenían interés por unas tierras que eran propiedad de otras personas que no se las querían vender. Víbora Blackmore era su hombre y de eso vivió algunos meses. Seguramente hizo una fortuna con eso y además sabiéndose protegido por personas poderosas.
Algunos dicen que siempre evitó las ciudades grandes pero otros aseguran que estuvo un tiempo en Denver dedicándose a vender mujeres inmigrantes que secuestraba y extorsionaba para que se dedicasen a la prostitución. No se sabe pero desde luego es algo que encaja en un personaje de tal calaña.
Según iba haciendo su recorrido, cada vez era más evidente que su rastro iba camino de México.
En aquélla época no hacía ni cinco años que Gerónimo había sido capturado y el gobierno estaba empezando a meter en cintura a los peleones Apaches.
El presidente Harrison tenía intención de hacer un tratado con los Chiricahua y los Mescalero, y comprarles unas tierras en lo que por entonces todavía era el territorio de Nuevo México a cambio de que aceptaran ir a una reserva. Para eso depositaron una gran cantidad de dinero en el banco de Las Cruces antes de iniciar las negociaciones cerca de allí.
Las Cruces por entonces era un pequeño pueblo de una polvorienta calle principal y apenas unas pocas calles adyacentes, ya muy cerca de El Paso y la frontera con México.
Víbora Blackmore se enteró del depósito, seguramente informado por uno de sus poderosos contactos a cambio de repartirse el dinero.
Lo que no sabía es que en el condado de Doña Ana, donde está Las Cruces, había un sheriff de los de verdad; un valiente. Se llamaba Garnett pero tampoco se ha escrito nada sobre él, aunque merecía una estatua.
A principios de 1891 Víbora Blackmore ya era un forajido conocido en todo el centro del país y Garnett se informaba sobre él, intuyendo que su condado era un lugar probable en el recorrido del malhechor. El depósito de dinero del gobierno en el banco de Las Cruces disparó sus peores temores. En el mismo día podría llegar hasta El Paso y si consiguiera cruzar el río Grande, los perderían para siempre, a la víbora y al dinero.
Tres días después de hacerse el depósito, a primera hora de la mañana, dos hombres atracaban el pequeño banco del pueblo a punta de pistola. Al mismo tiempo, un tercero secuestraba a la hija del sheriff Garnett y la retenía en una habitación del primer piso de un edificio al otro lado de la calle, enfrente del banco.
Cuando los dos atracadores, que eran Blackmore y uno de sus ayudantes, abandonaron la oficina con el botín, se encontraron a Garnett solo, en mitad de la polvorienta calle y con las pistolas enfundadas, mirándoles con gesto tranquilo.
Blackmore no se esperaba ese encuentro pero aún así, sabía que tenía la sartén por el mango. Su compañero se parapetó tras una columna de madera del tejadillo frontal del banco mientras la víbora salía hacia el medio de la calle, frente al sheriff. Cuando estuvo ya cerca de él, sin mediar palabra, con media sonrisa giró la cara hacia la ventana de la habitación donde tenían secuestrada a su hija.
El secuestrador, escondido detrás de la atemorizada joven y apuntando con la pistola hacia su cabeza, se acercó a la ventana para mostrar su ventaja.
La víbora volvió la mirada al sheriff con una sonrisa burlona y entonces Garnett habló alzando la voz. «Caballeros, les habla el sheriff del condado de Doña Ana. Entréguense voluntariamente o todo el peso de la ley caerá sobre ustedes. No tendrán una segunda oportunidad», les dijo.
La víbora estalló en una estridente carcajada y miró hacia el ayudante que había quedado a las puertas del banco, que también sonreía mientras desenfundaba con soberbia tranquilidad las pistolas.
En ese momento, Garnett, mostrando la palma de la mano y muy lentamente para no parecer amenazador, levantó el brazo y se recolocó el sombrero. Inmediatamente, un disparo atronó en la habitación donde tenían secuestrada a su hija.
No se veía a nadie a través de la ventana pero esto desconcertó a la víbora, a la que se le borró instantáneamente la sonrisa de su inquietante y desagradable cara. La joven no podía morir en ese momento porque perderían la ventaja.
Sólo un segundo después se escuchó otro disparo desde la misma habitación, seguida del estruendo de los cristales de la ventana rompiéndose con el cuerpo del secuestrador atravesándola, tras lo cual, rodó por el tejadillo hasta llegar con un fuerte impacto al polvoriento suelo de la calle. Al caer se hicieron visibles dos ensangrentadas heridas de bala, una en el pecho y otra en la cabeza.
Inmediatamente, desde algún otro lugar indeterminado, otro disparo atronó, este de rifle, abatiendo al otro compañero de la víbora. Blackmore, que ya tenía la mano en la cartuchera, rápidamente hizo el movimiento para desenfundar.
Pero mucho más rápido y hábil fue Garnett, que desenfundó y disparó a la mano de Blackmore antes de que sacara su arma, levantando una pequeña nube de minúsculas gotas de sangre a su alrededor. El sheriff se acercó hasta él y le apuntó a la cabeza mientras la víbora gemía de dolor, agarrándose por la muñeca con la mano sana.
En ese momento, la víbora, intentando mantener su soberbia compostura, le dijo al sheriff: «no sabe quienes son mis amigos; ningún juez se atreverá a condenarme e iré a por usted», al tiempo que intentaba forzar una sonrisa.
Garnett, impertérrito, lo miró a los ojos unos segundos y sin mediar palabra, le descerrajó un disparo entre ceja y ceja que acabó de forma fulminante con la vida de tan despreciable ser, dejando un silencio sepulcral en la calle.
Lo que había pasado es que Garnett, en cuanto el gobierno hizo el depósito de dinero, había contratado a una joven mujer que sabía usar muy bien las armas y junto a un ayudante suyo, trazó el genial plan.
Hizo correr la voz por el pueblo de que dijeran a cualquier desconocido que preguntara, que la joven mujer era su hija y esta se enfundó en un amplio y elegante vestido que la hacía parecer cualquier cosa menos amenazadora.
Pasados dos días, uno de los habitantes informó al sheriff que había llegado un forastero muy educado y aparentemente adinerado, que decía tener intención de establecerse por la zona y quería información para saber si era un buen lugar. Preguntó amablemente sobre todo tipo de cosas y le hablaron sobre la adorable hija del sheriff, y que este se había quedado viudo pocos años antes. En realidad Garnett vivía en una casa de campo a diez minutos a caballo de Las Cruces, con su mujer y tres hijos.
Al día siguiente fue cuando atracaron el banco y ocurrió el tiroteo que os acabo de contar. Blackmore y sus hombres tenían una gran habilidad para sembrar el mal pero no eran especialmente listos para cualquier otra cosa. A la joven mujer no le costó nada esconder una pistola en el amplio vestido. Se comportó como una muchacha indefensa y asustada, y a su secuestrador, el hombre que había estado haciendo preguntas el día anterior, ni siquiera se le ocurrió registrarla cuando la capturó. Seguramente a nadie se le habría ocurrido.
El ayudante del sheriff, que había seguido sigilosamente al secuestrador tras el rapto, estaba oculto con rifle y pistola en la habitación inmediata a la del secuestro y con la ventana abierta, de forma que podía dar apoyo tanto a la mujer como a la reyerta en la calle.
Garnett conocía ya a la perfección la forma de trabajar de la banda y había pedido a los inquilinos de un par de edificios frente al banco que, por seguridad, los abandonaran durante unas horas en cuanto supo que el informador estaba en el pueblo.
Recolocarse el sombrero era la señal.
Así fue como el genial sheriff Garnett capturó a uno de los más indeseables seres que hayan pisado jamás estas tierras.
El ayudante de Garnett era el habitual del sheriff pero la joven mujer es todo un misterio. Nadie la conocía ni Garnett contó nada de ella, ni su nombre ni de donde la sacó. Así como llegó, se fue y nadie la volvió a ver. Seguramente la dejó en el misterio con la intención de protegerla de posibles represalias.
Sobre el tiroteo, no sabría deciros lo que pienso de que un sheriff ejecutara a un criminal ya vencido. Quizá no sea justo juzgarlo con los ojos de hoy. Un país en construcción, el imperio de la ley que no llegaba aún a muchos lugares, un montón de malnacidos campando a sus anchas y muchas voluntades dispuestas a ser compradas.
Pocos años antes de eso, unos forajidos secuestraron a la familia del que por entonces era el alcalde del pueblo y la cosa acabó mal. Mataron a sus dos hijos, a su esposa y al final también a él. Las Cruces era un lugar generalmente tranquilo y acogedor, y eso conmovió las conciencias de todos. El caso es que aquellos forajidos consiguieron escapar y nunca los atraparon.
Garnett, antes y después de lo de la víbora, no era un hombre de gatillo fácil, que se sepa, y era muy respetado en todo el condado. Pinta que estaba muy preocupado por la llegada de esa banda; no es como en las películas, ¿sabéis?. Cualquiera estaría temeroso de enfrentarse a la peor clase de ser humano que existe pero a pesar del temor, no se arredró; no, señor. Eso es lo que convierte a uno en valiente.
Mi opinión es que sí tenía intención de capturarlo para que fuera juzgado pero las palabras de la víbora diciendo que no le condenarían hicieron mella en el sheriff; debió de rememorar la tragedia de la familia del alcalde
No es nada descabellado pensar que a Blackmore lo habrían podido dejar libre si lo hubieran juzgado. Quizá Garnett, que conocía su historial, tenía sospechas sobre quienes eran sus protectores. La absolución no habría salido en la primera plana de los periódicos, ¿sabéis lo que quiero decir?. Las cosas eran muy distintas en esa época. Seguramente se sintió obligado a elegir entre la vida de la víbora o la de más inocentes.
De lo que sí estoy seguro es de que desde ese día, el mundo es un lugar mejor.
FIN
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