El Pastor. Parte 1

El Pastor. Parte 1

Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Salmo 23 (extracto).

Te contaré un oscuro suceso que ocurrió durante las últimas semanas del otoño del 54 pero para que comprendas por qué actuamos como lo hicimos, antes debes saber algo sobre Jack Pine, nuestro valle.

Este es un lugar apartado en el que reina la paz, pero verás, quizá no sea lo que te imaginas en el caso de que seas alguien de ciudad.

Hay lugares que son rurales pero este sitio y muchos otros como este, van un paso más allá de eso. ¿Cómo te lo explicaría?. Pongamos por ejemplo Jackson, que es el pueblo más cercano. Ahí uno nace en un entorno rural, es lo que le toca y la mayoría están orgullosos de ser de allí pero rara vez es algo que elijas.

En Jack Pine es diferente. Quienes vivimos en lugares remotos y aislados como este lo hacemos por elección en la mayor parte de los casos. Quien no está aquí por voluntad propia generalmente acaba yéndose. No es un sitio para cualquiera.

Apenas pasan de la decena las casas que hay en todo el valle. Este es un lugar para mentes indómitas y según esa premisa nos relacionamos unos con otros. Así nos llevamos todos bien y somos un buen vecindario. Si uno tiene un problema, en un minuto estaremos todos allí para ayudarle pero no te metas en sus vidas si no te invitan a hacerlo. Aquí todos tenemos la puerta abierta tanto para un vecino como para un forastero… siempre que lo haga en su justa medida. No somos de hablar cuando no tenemos nada que decir, ni somos gente que se dedique a andar haciendo visitas.

Y mucho menos de que nos vengan a decir si estas cosas no le gustan a alguien porque nos importa un bledo. Así reina una inquebrantable paz aquí.

Nadie se viene a Jack Pine buscando compañía.

Eso no quita que, más o menos una vez al mes, un vecino llama a otros cinco o seis y trasnochamos contando batallitas entre risas y una o dos botellas de bourbon. O tres.

Un compañero en Los Angeles me dijo una vez, «moléstame siempre que quieras». Allí la gente sí suele buscar compañía, al contrario que aquí. Siempre me ha llamado la atención que, a cuanta más población, más gente hay que se siente sola, en proporción. Haber conocido las dos caras de la moneda me ha hecho entender que ninguno de los dos lados es mejor que el otro… siempre que se queden en su lugar.

Aquí, nuestra familia, nuestra casa y la tierra en la que se encuentra es nuestro universo; nuestro paraíso privado. También hay quien vive solo. Aquí eso no es un problema porque quien se lleva bien consigo mismo no causa problemas a los demás.

Ahora te contaré quienes fueron los tres vecinos involucrados en el origen de este suceso.

A menos de diez minutos andando desde mi casa hacia el interior del valle, vivían los Colter, Fred y Ellen, un matrimonio que pasó toda su vida aquí y tenían un hijo, Bruce, que es de los pocos que había de mi edad en el valle cuando yo era un niño. Fuimos muy amigos siempre. Aparte de los vecinos cercanos que son trabajadores del rancho, los Colter fueron siempre la familia más cercana a la mía, los Kaplan, ya desde la generación de nuestros padres.

Bruce ahora vive en Pocatello, Idaho, a un par de horas y media en coche. Fred, su padre, falleció hace menos de un año y hace poco, Ellen, algo enferma, se fue a vivir con su hijo. Eran más jóvenes que mis padres pero siempre tuvieron muchos problemas de salud.

Desde que Ellen se fue con Bruce, la casa quedó vacía.

La siguiente casa a la de los Colter es la de Omar Calicut. Los Calicut son la única familia de color que hay en el valle. Omar es un hombre de poco más de cuarenta años especialmente reservado pero es un buen hombre, de esos con los que puedes contar si lo necesitas, y un trabajador incansable. También se quedó viudo pero eso ocurrió antes de que se vinieran a vivir aquí, hace casi quince años. No sé qué les pasó pero se nota rencor en él con respecto a la sociedad; nunca habló sobre eso. Suele estar a la defensiva cuando no tiene cierta confianza con alguien. Sin embargo, cuando yo enviudé, él, aún siendo tan reservado, fue el vecino que más me mostró su disposición a ayudar y me escuchó mis pesares muchas veces en aquella época. Hicimos como una especie de club de viudos de Jack Pine, los dos. Cuando vio que yo ya me iba encaminando, él siguió con su vida. Aún así, una vez cada mes o dos, nos tomamos un bourbon juntos. Siempre le estaré agradecido.

Tiene una hija joven, de unos diecinueve o veinte años, que se fue a estudiar a Portland, por eso vive ahora solo.

Omar Calicut es pastor de ovejas. Tiene unas doscientas cincuenta.

La siguiente casa a la de Omar es la de Larry Marcus. Larry es de San Francisco y se vino a vivir aquí hace algo menos de dos años. Es el nuevo. Tiene treinta y pocos y es un hombre de esos que se suele decir muy sociable y simpático. De los que hacen reír a todo el mundo; siempre tiene un buen chiste preparado para cualquier situación. A veces hace visitas de más pero somos comprensivos con él a la espera de que se haga a nuestras costumbres. A todo el mundo le cae bien.

No está casado pero tiene una novia que viene y va continuamente.

Los sábados por la noche es el centro de atención en el bar de Sully y suele estar rodeado de gente siempre, escuchando sus rocambolescas historias de cuando era taxista en San Francisco. No sé a qué se dedica ahora pero parece tener dinero. Muchas veces invita a rondas a mucha gente.

No podría asegurarte qué día concreto empezó el problema pero yo te diría que fue aproximadamente una semana antes de que las cosas se empezaran a torcer de verdad, por algo aparentemente sin importancia.

A Larry se le ocurrió la idea de que había que asfaltar el camino que llega hasta Jack Pine. Es algo que nosotros nunca habíamos pedido y el condado no va a correr con ese gasto si no hay demanda pero Larry pensó que, igual que hicimos con el teléfono y la electricidad, deberíamos de crear una cooperativa o de financiarlo de alguna manera.

Nos convocó y todos escuchamos su razonamiento pero a nadie le convenció la idea. No es que nos negáramos en redondo pero ninguno le veíamos el beneficio. Son más de ocho millas de camino hasta la carretera principal y además está en buenas condiciones. Es un gasto enorme al que no le vemos un beneficio que lo justifique, ¿sabes a lo que me refiero?. Nadie más que él echa en falta asfalto para llegar hasta aquí.

Larry se quedó con un palmo de narices ante nuestra decisión pero no insistió más.

Aunque yo en aquel momento no lo supe, al día siguiente, Larry Marcus fue a ver a Omar Calicut para intentar convencerlo de la idea. Larry le dijo abiertamente que si él aceptaba, como tenía cercanía conmigo podría convencerme y a la vez, yo podría convencer a mi padre y a los empleados del rancho que tienen casa aquí, y así tendríamos ya mucha influencia para convencer al resto de vecinos.

Omar le dijo que no le gustaban esas maneras y que debería de aceptar la decisión. Ya le había dicho el día anterior que no apoyaba su idea y que si quería convencer a otros, lo hiciera él mismo. A Larry no le sentó nada bien su respuesta, se enfadó y se fue murmurando.

Omar no me contó ese encuentro en aquel momento porque obviamente no parecía de importancia.

Alrededor de una semana después de eso, el día en que empezaron a torcerse las cosas de verdad, era uno de esos muy oscuros, de los que parece que no termina de amanecer de todo. El cielo está cubierto por espesas y oscuras nubes. En el valle aún no cae nieve como en las cumbres que nos rodean pero hace frío y llueve a cada rato. No muy temprano en la mañana, Larry llamó a mi puerta.

—Buenos días, Rick. ¿Qué tal va todo?.

—Buenos días, Larry. Muy bien, gracias. Pasa, por favor. ¿Quieres un café?. ¿Qué tal estás tú?.

Larry trae un semblante serio que no es propio de él. Nos sentamos a la mesa y mientras le sirvo un café, comienza a contarme.

—Pues la verdad es que estoy algo enfadado, Rick. Acabo de tener un encontronazo con Omar Calicut. Ese tío es un caradura. ¿Sabes lo que está haciendo?. Lo acabo de ver con todo su rebaño pastando en el terreno de los Colter. Le llamé la atención y se puso a gritarme como un loco.

—¿En serio?. Qué raro en Omar. Tiene un temperamento a su manera pero, ¿que meta sus ovejas en la casa de otro?.

—Así como te lo cuento, Rick. Tenemos que hacer algo, no lo podemos permitir y parece que hablar con él no dará buen resultado.

—¿A qué te refieres?.

—Quizá deberíamos hablar con los demás vecinos y, unidos, mostrarle seriamente que no le permitiremos aprovecharse de esa manera.

—No vayamos tan rápido, Larry. Deja que hable con él, todo esto podría ser un malentendido.

—¿Has escuchado lo que te acabo de decir? —me dice en un semblante muy severo que nunca había visto en él—. Ya intenté hablar con él y no atiende a razones.

—No saquemos las cosas de quicio, Larry. ¿Sabes qué?, telefonearé a Bruce, el hijo de los Colter. Quizá podamos arreglar todo esto sin necesidad de crear un conflicto.

—¿Crear un conflicto?. El conflicto ya lo ha creado él. ¿Pero qué te pasa?, ¿no me estás escuchando?. Ese tío es un caradura y no escucha. Tenemos que ponernos serios con él.

—No estoy dudando de ti, Larry, no te pongas así. Es sólo que yo conozco a Omar y puede que esto no sea lo que parece. Él a ti apenas te conoce y…

—Ah, que entonces esto va de colegas, ¿no?. Como es tu amigo puede hacer lo que le da la gana impunemente, ¿eh? —me dice de una manera en la que ya comienza a ser irreverente.

—No es eso, Larry. Está empezando a no gustarme tu actitud.

Antes de terminar la frase, Larry se levanta de la silla ruidosamente.

—Tenía un mejor concepto de ti, Ricardo. Pensé que eras un tío más listo —dice mientras se dirige hacia la puerta con paso firme.

—¿Dudar de mí en mis narices? —añade girándose de golpe en el quicio de la puerta—. ¿Quién diantres te crees que eres?. Como se descubre a uno cuando le quitas la careta, ¿eh?.

—¡Larry…!

Sin intención de escuchar más, da el paso que le falta para salir afuera y cierra de un portazo.


—¿Bruce?, soy Rick. ¿Que tal estás?.

—Hombre, Rick, qué alegría tu llamada. Por aquí todo bien, ¿y tú?.

—Bien, gracias. ¿Que tal está Ellen?, se la echa de menos por aquí.

Tras hablar unos minutos poniéndonos al día de nuestras vidas, le comento lo ocurrido.

—Verás, te llamo porque ha habido un pequeño conflicto aquí. Larry Marcus, un vecino nuevo, no se si has coincidido con él alguna vez, ha venido quejándose de que vio a Omar Calicut pastando sus ovejas en vuestro terreno, dando por hecho que no tiene permiso.

—Oh, sí, yo mismo le planteé la idea a Omar y a él le pareció perfecto, cuanto más pasto… Un error mío no habérselo dicho a nadie; mi cabeza no da para más.

—Ya me extrañaba a mí en Omar que hiciera eso sin permiso…

—Verás, todavía no sé muy bien qué hacer con la casa. Yo quiero irme para ahí pero me está costando convencer a mi mujer. Mientras nos decidimos, me mantiene el campo para que no se convierta en una selva y él tiene más pasto para sus ovejas.

—Me alegra saber eso.

—Oye, Rick, por favor, encárgate de que ese tal Larry lo sepa. Y tienes plena potestad para entrar en mi casa siempre que haga falta, ya lo sabes. Espero que no se cree un conflicto entre vecinos por esto.

—Ahora que está aclarado no será nada; un simple malentendido.

Apenas diez minutos después de mi conversación con Bruce Colter, veo el coche de Juan Broad aparcando delante de casa. Ahora está lloviendo con intensidad y tanta humedad da la sensación de que hace aún más frío que a primera hora.

Nos sentamos a la mesa con un café caliente.

—Ha pasado Larry Marcus por aquí, ¿verdad? —me pregunta Juan.

—Sí, no hace ni media hora.

—Me contó lo de Omar, venía muy enfadado con él y también contigo. ¿Qué está pasando?. Intentó enemistarme con Omar y cuando le dije que primero quería saber lo que estaba pasando fue a peor. Empezó a decirme que éramos iguales, unos paletos cerrados de mente y se fue echando pestes.

—Fue todo muy raro y muy rápido. Apenas estuvo dos minutos aquí. Es como si viniera dando instrucciones de lo que había que hacer y sin discusión posible, queriendo formar un pelotón de linchamiento contra Omar. Cuando le dije que no fuera tan rápido se transformó. Fue un auténtico maleducado.

—No esperaba esta actitud en Larry —añade Juan con cara de preocupación.

—Es sorprendente. Parece que ha ido pasando por todas las casas buscando quién estaba con él y quien no pero ya esta arreglado, no te preocupes. Acabo de hablar con Bruce y me ha confirmado que había acordado con Omar que pastara a sus ovejas en su terreno. Si vas para el rancho ya me voy contigo. Mañana hablaremos con los dos y problema resuelto.


Al día siguiente a primera hora, mientras estoy desayunando antes de ir a hablar con Omar y con Larry, veo pasar muy rápido el coche del ayudante del sheriff hacia el interior del valle. Muy mala señal. Me apresuro para ir hacia allí cuanto antes. Mucho me temo que el día será más oscuro aún de lo que está.

Desde mi casa no se distingue bien por la distancia pero se ve a un grupo de gente y algunos coches frente a la casa de los Colter. Salgo en el coche para no perder ni un minuto. Según me voy acercando la situación es decepcionante. No entiendo como se ha podido llegar a esto.

Frente al cercado de la casa de los Colter está Larry, un par de vecinos más de aquí y unos siete u ocho hombres de Jackson, de los que suelen ser de su grupo en el bar de Sully. Cerca de ellos está el ayudante del sheriff. Omar Calicut está al otro lado de la cerca, dentro del terreno de los Colter con sus ovejas y encañonando a Larry con una escopeta. Está muy nervioso. Veo al ayudante del sheriff haciendo gestos con las manos para calmarlo. Los dos perros pastores de Omar también están nerviosos pero permanecen sentados a su lado y sin ladrar. Están bien adiestrados.

—¡Ayudante Horton! —alzo la voz mientras aún estoy saliendo del coche—. El señor Calicut tiene pe…

—Rick, ¡lárgate de aquí! —me interrumpe Larry—. Esto no va contigo.

—¡Claro que va conmigo! —le digo alzando la voz y mirándolo con severidad—. Omar tiene permiso de los Colter para pastar sus ovejas aquí; me lo han confirmado. Es un acuerdo entre los dos.

—¡Eso ya no viene a cuento de nada! —me responde—. Todos aquí están viendo como me apunta con un arma.

Algo que no esperaba y que me está enervando es ver aquí a gente de Jackson junto a Larry, y que me miran con la misma cara de desprecio con la que miran a Omar. No los he visto pasar por delante de mi casa por lo que han tenido que venir muy temprano. Desde Jackson hasta aquí hay casi una hora en coche. Esto significa que Larry tenía planeado crear este conflicto intencionadamente y ya los había convocado. Para colmo, que lo haya preparado en un solo día sugiere que incluso tenía prisa por crearlo antes de que apareciera una posible solución pacífica.

El ayudante Holter toma el mando de la conversación elevando la voz pero con talante apaciguador.

—Caballeros, basta, por favor. Ya arreglaremos eso después. Ahora necesito, señor Calicut, que baje el arma. No saquemos las cosas de quicio. Nadie le está apuntando a usted. No quiero que esto se vaya de madre. No sacaré mi arma porque sé que no quiere hacerle daño a nadie pero, por favor, necesito que la baje ya.

Omar intercambia la vista repetidamente entre el ayudante del sheriff y Larry. Su gesto es de extrema tensión, A pesar del frío, se ven gotas de sudor cayendo por su frente. Mientras no llegue a apuntar al ayudante, esto aún se puede arreglar.

—Omar —le digo—, vamos, los Colter han confirmado que tienes permiso. Esto es sólo un feo malentendido pero ya está todo arreglado. Vamos, hombre, no dejes que se salga con la suya.

Larry sonríe como si hubiese escuchado una estupidez.

Omar fija su vista en mi y, tras unos instantes, vuelve la mirada al sheriff y lentamente comienza a bajar la escopeta, al mismo tiempo que se agacha para dejarla en el suelo. Ni siquiera ha abierto la boca, al menos desde que yo he llegado.

—¡Malnacido! —le grita uno de los hombres de Jackson.

—!Caballeros, por favor! —les grita el ayudante—, !ya basta!. La paciencia que tenía para hoy ya se me ha agotado. ¿Entienden?. Señor Calicut, por favor, acompáñeme y hablaremos de todo esto en la oficina.

Mientras Omar sale de la cerca, me fijo en que los dos vecinos de aquí que están junto a Larry, el señor Sanders y el señor Jennings, le miran también con desprecio mientras se dirige hacia el ayudante.

Yo doy un paso adelante y les miro girando las palmas de las manos hacia ellos, pidiendo una explicación. Ellos me devuelven una mirada algo dubitativa pero no dicen nada.

—No te preocupes —le digo a Omar mientras pasa por mi lado junto al ayudante—, yo llevaré las ovejas de vuelta a tu casa. Estarán bien. ¿Necesitas que me ocupe de algo más?.

—No, Rick, gracias.

—Señor Kaplan —me dice el ayudante del sheriff—, pásese por la oficina un poco más tarde, por favor, ¿sería posible?.

—Sí, cómo no.

La petición de Holter me ha dejado algo desconcertado. No sé qué intención puede tener. Cuando estoy a punto de atravesar la puerta del cercado de los Colter, veo que el señor Sanders y el señor Jennings, los dos vecinos de Jack Pine que estaban con el grupo de Larry, vienen hacia mi. Son dos hombres de unos sesenta años, de familias de aquí desde hace generaciones.

—Señor Sanders, señor Jennings, ¿cómo pueden haber participado en esto?. Me cuesta creerlo.

—Ricardo, el señor Calicut no lo ha hecho bien —me dice Jennings—. No debería de haberse metido en los terrenos de los Colter sin haber avisado de que tenía permiso.

—¿Desde cuando llegamos a esto sin antes preguntar? —le replico—. Esto no es propio de este vecindario, vamos, señores, por favor, no es la primera vez que hay un malentendido entre vecinos y siempre se ha arreglado todo sin problemas. Hoy no reconozco este lugar. ¿De verdad quieren que empecemos a actuar así entre nosotros?. Porque nadie se librará de ser juzgado de oídas. ¿Les gustaría ser los próximos? —les pregunto terminando la frase en un tono muy severo.

—Tampoco hace falta que te pongas así, Ricardo —contesta Sanders.

—No estoy de acuerdo con eso. Lo que acabo de ver ha sido muy decepcionante. En Larry Marcus me lo puedo creer; todos sabemos que aún no tiene nuestras costumbres pero, ¿ustedes?.

—Lo ha encañonado —replica Sanders—. Eso ha sido algo muy grave; se le ve que ya venía preparado.

—Eso es cierto, no ha estado bien pero es la consecuencia, no la causa. Ayer tuvieron los dos un encontronazo también por juzgar sin querer saber. ¿Cómo reaccionarían si ven a una turba ir contra ustedes cuando no están haciendo nada malo?. Todos ustedes ya vinieron con el juicio hecho y Omar se lo esperaba. Y está visto que en eso no se equivocó.

—No somos una turba —replica Jennings con severidad.

—¿Cómo supieron de esto?, ¿hablaron con Omar? —le contesto—. ¿Vinieron hoy hasta aquí a encararse con él por algún otro motivo que no hayan sido las palabras de Larry Marcus?. ¿Así juzgaron a este hombre?. ¿Y se quejan de que viniese preparado?.¡¿En Serio?!.

Jennings intenta interrumpirme pero yo elevo el tono aún más. Tengo la adrenalina a tope.

—En los casi quince años que lleva Omar aquí, ¿pueden decirme de un sólo problema que les haya causado?. Y Larry Marcus, que acaba de llegar, les marca el objetivo, ¿y ustedes van sin pensar?. Pues les pido disculpas por llamarles turba, ¡debo de estar totalmente equivocado!.

Ya no espero su respuesta y me dirijo hacia el rebaño de Omar. Esta conversación me ha enervado más aún; ni siquiera noto el frío que hace. No les escucho decir nada pero oigo que se van caminando.

Recojo la escopeta y el cayado y, mientras reúno a las ovejas, Larry y los suyos se van, hablando indignados por lo que acaba de ocurrir.

Los perros hacen su trabajo a la perfección; a mi me conocen bien. Me siento en las escaleras que dan acceso al porche de la casa de Omar a fumar un cigarro. Yo también he acabado poniéndome muy nervioso y me tiembla el pulso ligeramente. La debilidad de carácter me pone enfermo. «¿Cómo es posible que personas adultas que se valen por sí mismas se dejen llevar tan fácilmente por las palabras de un charlatán?», pienso para mí mismo.

Me subo al coche y me dirijo hacia Jackson, a la oficina del sheriff. Tengo curiosidad por saber por qué solicita mi presencia el ayudante.

Llueve todo el camino aunque débilmente. A veces cae aguanieve. Se nota que el invierno está a la vuelta de la esquina.

Cuando llego, es el propio sheriff Matthews y no el ayudante Holter quien me espera, y me invita a sentarme.

—Señor Kaplan, el ayudante Holter ya me ha puesto al día de todo lo ocurrido detalladamente. Verá, ya he hablado con el señor Calicut y hemos llegado a un acuerdo que sé que no le parecerá justo pero dadas las circunstancias, creemos que es lo mejor para todos.

—¿Qué acuerdo?.

—Usted es la persona más cercana al señor Calicut en Jack Pine, en este momento, ¿no es así?. Por eso le hemos pedido a usted que viniera.

—Sí, así es.

—Antes de nada, sepa que el ayudante Holter me ha asegurado con buen juicio que no ha visto en el señor Calicut intención de disparar a nadie, si no de disuadir, por lo que no está detenido. Pues bien, hemos pensado que, dado que los ánimos parecen estar muy caldeados y que se ha encañonado a un vecino, lo mejor es que no vuelva hoy a Jack Pine y pase aquí la noche. Él está de acuerdo. Mañana por la mañana volverá. Puede usted hablar con él si lo desea. La puerta de la celda está abierta.

—Sí, por favor, me gustaría hablar con él. Gracias, sheriff Matthews.

El sheriff me acompaña hasta la celda y se vuelve a su mesa, dejándonos a solas. Omar está echado sobre el camastro y se sienta en él al verme llegar.

—Omar, ¿cómo estás?. ¿Estás de acuerdo con esto?.

—Hola Rick. Estoy bien, más tranquilo. No es que me seduzca la idea de pasar la noche en el calabozo pero entiendo los motivos del sheriff; quizá tenga razón. No me fío de a dónde puede llegar Larry y yo no lo voy a recibir amistosamente.

—Es muy injusto pero quizá ayude a calmar las cosas, eso es verdad. ¿Quieres que te traiga algo?.

—No, gracias, Rick, está todo bien.

—¿Qué es lo que pasó ayer por la mañana con Larry Marcus?, ¿cómo empezó esto?.

—Ese tío está mal de la cabeza, Rick. Sin más se puso a gritarme al verme pastando en el terreno de los Colter. Ni siquiera preguntó. Intenté decirle que tenía permiso pero empezó a faltarme, amenazándome y me hirvió la sangre; me puse a su altura y se marchó. Ese fue mi error; no fui capaz de controlarme pero es que ya pasé por cosas así y peores, Rick; cosas que prefiero no recordar.

—Sé muy bien cómo funciona este tipo de gente —añade tras unos instantes, negando con la cabeza—; sabía que si hacía algo contra mí, él vendría también con su rebaño.

—Desgraciadamente, así es.

—¿Desde cuando hay que ir pregonando ese tipo de cosas en Jack Pine, Rick?. Siempre se han hecho cosas parecidas y nunca nadie ha pensado mal. Hay que tener muy mala intención para llegar a esto.

Es entonces cuando Omar me cuenta que Larry había pasado por su casa al día siguiente de la reunión por lo de la carretera y que se fue muy airado después de rechazar su oferta.

—Seguro que tiene algo que ver con todo esto.

—Yo también lo creo —le confirmo.

Omar se reclina, apoyando su espalda en la pared con la mirada perdida.

—Nosotros veníamos de McComb, en Misisipí, ¿entiendes, Rick?. Allí se hicieron cosas terribles que te provocaban vivir permanentemente con miedo. Aquél lugar mató a mi esposa. Los años que llevamos aquí, en Jack Pine, han sido los más tranquilos de toda mi vida; conseguí que mi hija no se criara en aquél ambiente pestilente de miedo, y ahora viene este majadero…

—Entiendo.

—De acuerdo —añadí tras unos instantes—. Mañana por la mañana vendré a buscarte. Ya será otro día, Omar. Tus ovejas y tus perros están bien; no les falta de nada.

Al salir de la oficina del sheriff, un par de hombres de aquí, de Jackson, de los que estaban con Larry en el conflicto, están cerca de la puerta, seguramente vigilando.

—Panda de paletos —le escucho decir a uno mientras me dirijo hacia el coche.

—¿Qué ha dicho? —le pregunto volviéndome hacia él de golpe.

—¿Todo esto porque no quieren asfaltar una carretera? —me contesta con expresión desafiante—. Son ustedes la vergüenza de este condado.

—¿De qué demonios habla?. Esto no tiene nada que ver con ninguna carretera —le contesto en el mismo tono desafiante.

Antes de que termine la frase, escupe en el suelo, le hace un gesto a su amigo y ambos se marchan dándome la espalda mientras murmuran.

Las piezas van encajando. Larry ha hecho creer a su grupo que nos estamos enfrentando a él porque quiere asfaltar la carretera y nosotros no. Qué bajeza moral. Esto ya lo he visto demasiadas veces.

El diablo tiene don de gentes.


A la mañana siguiente, a primera hora aparco frente a la oficina del sheriff para recoger a Omar. Al otro lado de la calle está Larry con otros dos hombres. Están hablando y sonriendo distendidamente. Con la buena fama que se ha trabajado Larry, cualquiera diría que son tres personas felices, y yo, en el lado opuesto de la calle, la antítesis. No me cabe duda de que lo están pasando mejor que yo pero no cambiaría mi lado de la calle por nada del mundo.

El sheriff me acompaña a la celda donde está Omar, hasta la que hay que recorrer dos cortos pasillos en forma de ele, a los que se accede desde la oficina por una puerta de seguridad.

Omar ya está preparado para salir.

—Buenos días Omar, ¿qué tal la noche?.

—No ha sido la mejor pero tampoco me quejo. Han sido muy amables conmigo. Gracias, sheriff Matthews.

—No hay por qué darlas, señor Calicut. Gracias a usted por su disposición a calmar las cosas.

Cuando estamos a punto de salir de los pasillos hacia la oficina, el ayudante Holter aparece abriendo la puerta de seguridad, se acerca al sheriff, le dice algo en voz baja que no alcanzo a escuchar, y vuelve a la oficina cerrando tras de sí la puerta de seguridad.

—Caballeros —nos dice el sheriff—, debemos de esperar aquí unos instantes, tengan paciencia, por favor.

—¿Qué pasa? —pregunta Omar.

—Alguien está poniendo una denuncia. No les puedo dar más detalles de momento.

—¿Cómo?. Es Larry Marcus, ¿verdad? —pregunta Omar indignado.

—Lo siento, no puedo darles detalles pero no puedo permitir que increpen a alguien que está poniendo formalmente una denuncia. Lo lamento. Tengan paciencia por favor.

Eso nos confirma que es Larry Marcus quien está poniendo la denuncia. Noto como la respiración de Omar se acelera y aprieta los puños con fuerza pero en silencio. Los tres sabemos lo que está a punto de pasar. Además, esto demuestra que Larry estaba esperando a que llegase yo para hacerlo delante de mis narices.

Un par de largos minutos después, el ayudante Holter vuelve a abrir la puerta de seguridad y se dirige al sheriff dándole un papel. Deja la puerta abierta y se ve la oficina ya vacía.

El sheriff, después de comprobar el papel, se dirige hacia Omar.

—Señor Calicut, lamento decirle que está usted detenido. Le han denunciado por haber amenazado a otra persona con un arma de fuego.

Todos aquí sabemos que la propia oficina del sheriff ha sido testigo de ese hecho; no hay nada que se pueda hacer. En esta situación ya ha de ser un juez quien decida sobre las intenciones que tenía Omar.

Inmediatamente, mientras el sheriff se dispone a llevarse a Omar de vuelta al calabozo del que acaba de salir, el ayudante Holter se dirige a mí.

—Señor Kaplan, por favor, tiene que abandonar este pasillo. Acompáñeme a la oficina —dice con el brazo levantado hacia mi, moviendo los dedos indicándome que avance.

Yo miro a Omar sin saber qué decir mientras él aprieta las mandíbulas con un gesto de agresiva frustración. Doblan la esquina del pasillo y los pierdo de vista.

Al momento de detenerme ya en medio la oficina, antes de saber cómo afrontar esto, escucho el golpe metálico de la puerta de la celda, seguida del mecanismo que la cierra con seguridad.

Continuará


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