Depredador - La Caza

Depredador

Una noche del otoño del 53 el teléfono suena muy temprano, aún de madrugada. Nadie llamaría a estas horas si no fuese por algo muy importante por lo que me apresuro a descolgar.

—Diga.

—¿Señor Kaplan?.

—Ricardo Kaplan al aparato, ¿quién llama?.

—Marshal de los Estados Unidos David Harlan. Necesitamos su ayuda urgentemente para capturar a un fugitivo. ¿Está usted disponible?.

—Sí, dígame.

—El fugitivo acaba de ocultarse en el bosque Caribou-Targhee. ¿Conoce la carretera que une Jackson con Victor?.

—Sí, la conozco.

—Le esperamos en una zona de curvas cerradas que ascienden la montaña, justo antes de entrar en Idaho. Traiga equipo para dos personas, por favor.

—De acuerdo, sé en dónde están. Estaré ahí en hora y media.

Rápidamente preparo dos petates con lo imprescindible para que sean lo más ligeros posible, y dos pistolas, dos rifles y munición, y en menos de media hora ya estoy arrancando el coche.

Todavía es noche cerrada pero se acerca el alba. La nieve ya cubre las cumbres más altas de las cordilleras, al norte, aunque aún no ha alcanzado el bosque al que me dirijo, que no tiene cumbres altas.

Es una noche fría, con niebla y chaparrones que vienen y van constantemente, de esas que te recuerdan que el invierno está a la vuelta de la esquina.

Los trayectos en coche, por la noche parecen mucho más largos que por el día. En la radio hablan de que un meteorito cayó y golpeó en la cadera a una señora de Alabama mientras se echaba una siesta. No se habla de otra cosa. Parece una fuente inagotable de chistes.

—Madre del amor hermoso…

Cuando el día comienza tímidamente a despuntar, alcanzo el lugar donde me convocó el agente Harlan. La niebla es espesa y ahora está cayendo un fuerte aguacero.

En una ancha zona de arcén que sirve de aparcamiento para cazadores y excursionistas, hay dos coches de policía y dos coches civiles.

Cuando me bajo, la ventanilla de uno de los coches civiles se abre ligeramente y una mano me hace un gesto, al mismo tiempo que una voz desde dentro me llama. Hay dos hombres en los asientos delanteros y me subo a los de atrás.

—Buenos días, caballeros.

—Señor Kaplan, agente Harlan, David Harlan —me dice el que está en el asiento del volante, al mismo tiempo que me extiende la mano—. Gracias por venir. Este es el agente Buck Walton —dice mirando a su acompañante.

—Encantado. Y bien, ¿qué debería saber del hombre al que perseguimos?.

—No será un trabajo fácil —contesta Harlan—. Verá, este no es un tipo que haya cometido un error y no sabe cómo salir bien de él; es un tipo malo de los de verdad, con mayúsculas. Le contaré brevemente. Hace poco menos de un año, una chica de unos dieciséis años, harapienta y con un bebé en brazos, se presentó en la comisaría de Libby, en Montana, pidiendo ayuda para que la protegieran de su propio padre, Keith Meyer. Vivían como ermitaños en los bosques del Kootenai, sin contacto con nadie. Meyer era cazador y trampero y así subsistían. La chica tenía un vocabulario y una forma de expresarse muy básica, como si tuviese cuatro o cinco años. El bebé lo había concebido de su propio padre; su hija era su juguete, ¿entiende?.

—Por el amor de Dios…

—La chica ni siquiera sabía cuando había nacido —continúa Harlan—; la edad se la calcularon los médicos. No tenía ningún recuerdo de su madre. Tanto ella como el bebé estaban malnutridos. La chica tenía diversos hematomas y algunas lesiones que sugerían que llevaba años recibiendo golpes. Al final, el malnacido acabó con sus huesos en la cárcel pero pocos meses después, aún no sabemos cómo, está en proceso de investigación, Meyer consiguió escapar de prisión. Eso fue hace apenas tres semanas. Ahí pasó a ser cosa nuestra.

—Hace unos días —añade el agente Walton sumándose al relato—, tuvimos noticias de que podría estar moviéndose cerca de Salt Lake y, ayer por la mañana, alguien robó un pequeño banco en Logan, más al norte. El atracador mató a sangre fría al guardia, dio culatazos arbitrariamente a los clientes y se escapó llevándose a un rehén. Todo lo que contaban coincidía con Meyer. Una media hora después, un poco más al norte, alguien denunció que le habían robado el coche a punta de pistola y muy cerca, encontraron abandonado el vehículo en el que Meyer se había dado a la fuga tras salir del banco. Dentro estaba el rehén, amordazado y atado de pies y manos, y con un tiro entre ceja y ceja. Lo ejecutó; lo mató simplemente porque le apetecía. Entre Montpelier y Geneva, una patrulla se cruzó con él y comenzó una larga persecución que nos trajo hasta aquí. Abandonó el coche y huyó al bosque, a la desesperada. Está armado, es extremadamente peligroso, nos saca horas de ventaja y ahora está en su hábitat natural.

—Por lo que me cuentan —añado tras crear mentalmente un perfil del fugitivo—, este tal Meyer no ha huido a la desesperada. Se ha visto acorralado y nos ha llevado a su terreno, donde sabe desenvolverse, con la única intención de eliminar a sus perseguidores. No estará demasiado lejos; sólo se habrá adentrado lo suficiente como para que no tengamos refuerzos cerca y nos está esperando. Ha sido hábil en eso. Una vez que se deshaga de nosotros, al otro lado del bosque, al oeste, la carretera está plagada de poblaciones, una detrás de otra, grandes y pequeñas, donde podrá elegir para ocultarse fácilmente y volver a huir lejos. Cuenta con eso.

—Walton es quien le acompañará —añade Harlan.

—De acuerdo. Tenga en cuenta que este es el peor clima posible. Frío, lluvia y niebla serán peores aún para el cuerpo y la mente que la nieve.

—Walton es un tipo duro del Idaho Panhandle; seguro que podrá con eso —añade Harlan.

—Ser un tipo duro es sólo la mitad de lo que se necesita —le replico—. Poco después de adentrarnos ahí, estaremos calados hasta los huesos y la ropa no secará hasta que salgamos, créanme. He dejado calcetines a secar una noche entera resguardados junto al fuego con este clima y al día siguiente seguían prácticamente igual de húmedos. Eso sin contar con la extrema dificultad de encender un fuego. He visto a muchos tipos duros tirar la toalla cuando lo que te atacan es la moral.

—Agradezco la confianza del agente Harlan —contesta Walton girándose hacia mí—, pero no quiero que se haga una falsa idea; mi experiencia en la montaña es escasa, sin embargo no me es ajena. Usted dirige la búsqueda y yo no me quejaré de las penurias; no seré una carga.

Salimos del coche para recoger los petates e iniciar la caza sin perder más tiempo. Me alegra saber que mi acompañante es suficientemente responsable para no arrogarse más competencia de la que tiene. Ese carácter es un punto a su favor porque la naturaleza, cuando quiere, te saca la arrogancia a bofetones con la mano abierta y esta no será una excursión en la que podamos perder el tiempo con esas tonterías.

En mi maletero, además de las armas y los petates, traigo aparte dos ponchos de lluvia que guardo de cuando serví en el ejército.

—Póngase esto; le ayudará a retrasar lo inevitable.

Walton me mira fijamente con una expresión entre temor e ironía. No quiero endulzarle la idea de cómo será la expedición.

Comenzamos a adentrarnos en el bosque y, como era de esperar, Walton me indica que vieron a Meyer encaminarse en dirección oeste.

—¿Ha desayunado algo? —le pregunto mientras los enormes abetos comienzan a engullirnos.

—Sí, he desayunado en Jackson, cuando le llamamos por teléfono.

—Perfecto. ¿Ha estado en el ejército?, ¿en el frente?.

—He servido pero no he estado en el frente. Mi cometido estaba aquí. ¿Por qué lo pregunta?. ¿Será un problema?.

—No, no es nada; no se lo pregunto por eso, no se preocupe.

Esa pregunta se la he hecho pensando exclusivamente en el alimento pero será un problema que dejaré para su momento. Por ahora creo que ya se lo he puesto suficientemente cuesta arriba como para no añadirle más cargas.


Cuando la carretera comienza a quedar cada vez más lejos y los caminos que se adentran al inicio del bosque ya desaparecieron hace un buen rato, es hora de ir poniéndose en materia. Sigue lloviendo aunque ahora con poca intensidad pero la niebla sigue siendo espesa y la humedad acrecienta la sensación de frío.

De vez en cuando aparecen rastros que indican el paso de alguien recientemente.

—Vale, a partir de ahora, por favor, hable sólo cuando sea necesario y en voz baja; incluso en susurros. No dé por hecho que la niebla nos oculta por completo. Los cazadores como Meyer saben identificar siluetas y están especialmente alerta.

—De acuerdo.

—Haga el menor ruido posible al caminar. Mire bien dónde pisa.

Grandes descampados se intercalan entre zonas boscosas pero debemos evitarlos a toda costa para no convertirnos en un blanco fácil. Muchas veces, bancos de niebla se estancan en los árboles dejando las praderas más despejadas.

Los pies y buena parte de las piernas ya están completamente calados de agua pero el paso de Walton sigue siendo ligero y cuidadoso, y no muestra signos de frustración.

Dentro de la espesura del bosque, con este clima y en otoño, el silencio es muy intenso; es un inquietante protagonista, sólo roto a veces por el crujir de la madera de los árboles y los pasos de algún gran mamífero que escapa al olernos o escucharnos, pero se distinguen claramente de los pasos de una persona por su peso.

La humedad se apodera de tu cuerpo y el silencio intenta hacer lo mismo con tu mente.

No temo el encuentro con un oso o cualquier otro animal porque evitan el contacto con el ser humano siempre que no se sientan acorralados, excepto a un puma; es el único animal al que temo en la montaña porque no siempre evitan el contacto y no es para bien. Es un animal formidable, una combinación perfecta de agilidad, fuerza y velocidad de la que sólo te puedes defender con un arma y aún así, es tan rápido que necesitas mucha destreza para acertarle.

Cuando alcanzamos un arroyo algo más grande que los que vimos hasta ahora, ya a varias millas de nuestro punto de partida, encuentro pisadas recientes en el barro que lo cruzan y se adentran en un enorme y espeso bosque. No pueden ser de nadie más que de Meyer.

Aquí ya no hay nadie suficientemente cerca como para escuchar el disparo de un rifle. Ahora la cosa se pone seria de verdad. Es muy probable que todos los rastros que nos han traído hasta aquí y se adentran en ese bosque sean totalmente intencionados

Se las muestro a Walton mediante gestos.

—En cuanto nos adentremos en este bosque —le susurro—, piense que está siendo permanentemente observado por alguien que le apunta con un rifle. Extreme la precaución.

Si yo estuviese en la piel de Meyer, elegiría este lugar para eliminar a mis perseguidores. Es perfecto para eso. Nunca encontrarían aquí un cadáver.

El suelo es blando y resbaladizo; más irregular y agreste que el que hemos pisado hasta ahora.

Unos veinte minutos después, las huellas desaparecen cerca de la base de una colina. Está oscuro y sigue habiendo niebla. El rumor de la lluvia cayendo es lo único que rompe el silencio. Nos juntamos a la base de un gran abeto para estudiar las posibilidades y beber un poco de agua.

Walton me hace un gesto preguntando si será un buen momento para comer pero yo le digo que espere un poco.

Este es un mal sitio y estamos expuestos. Debemos movernos.

Apenas un par segundos después, un potente y sorpresivo disparo rompe el silencio desde lo alto de la colina y una bala atraviesa la parte baja de la cantimplora del Walton mientras estaba bebiendo.

Rápidamente nos arrastramos por el barro hacia una zona que nos da cobertura del lugar de dónde vino el disparo.

—Dios, qué suerte, casi me mata —susurra Walton.

Yo no puedo dar por hecho que haya fallado el disparo. Eliminar nuestros recursos es una buena estrategia.

Desde donde estamos, el ascenso directo hacia lo alto de la colina es algo escarpado pero más lejos, a nuestra derecha, la subida es más suave. Aquí no nos podemos quedar porque estamos a merced suya.

Depredador - La Caza
Imagen: IA y Luis Polo

Con gestos le indico a Walton que se mueva y suba por la parte más suave mientras yo atacaré directo, subiendo por donde estamos. Sé que sabrá cómo buscarse la cobertura por su flanco mientras sube.

El ascenso desde mi posición se hace aún más complicado de lo que esperaba; es muy resbaladizo.

Un poco después, cuando ya estoy cerca, escucho otro disparo desde lo alto de la colina y un gemido de dolor. Intento apresurarme pero es complicado encontrar un punto de apoyo que no resbale.

Cuando ya tengo visibilidad, aunque no una buena posición, veo a Walton tirado en el suelo, retorciéndose, y a Meyer acercándose y cogiendo del suelo el rifle de su presa.

Apunto pero instantáneamente Meyer se da cuenta de mi presencia y comienza a correr. Disparo y la bala golpea el borde del árbol tras el que acaba de ocultar su huida, desprendiendo una nube de astillas. Me acerco a la carrera, asegurándome de que Meyer se aleja.

Lo veo, ya a lo lejos, desaparecer entre la niebla y la espesura del bosque, colina abajo, y me apresuro hacia Walton.

No le veo sangre; está doliéndose, con las manos en la cara.

—¡Walton!, ¿está herido?. Déjeme ver.

—¡Me ha dado en toda la cabeza!.

—Déjeme ver.

Walton aparta las manos y muestra un gran golpe en la frente, encima del ojo derecho.

—¡Me ha lanzado una piedra y me ha dado de lleno!. No sé ni de dónde salió. De repente apareció muy cerca, a mi derecha, mostrándose, con el rifle bajado. Le he disparado rápidamente pero saltó hacia un lado y me lanzó la piedra.

—Siento decirle que se ha llevado su rifle.

—¡Oh…! —exclama, retorciéndose y lamentándose tanto por el dolor como por la decepción de haberse quedado sin el rifle.

—Desde luego está claro que no está escapando, si no emboscándonos y pretende dejarnos sin recursos. Está jugando con nosotros.

Un minuto después, ya con un poco más de calma, nos sentamos, dejando que Walton se recupere un poco.

—Me comería un jabalí ahora mismo —añade, aún cubriéndose el golpe con la palma de la mano.

—Enseguida comeremos; espere un poco. Sigamos las huellas ahora que está cerca. Es importante que lo hagamos ahora.

Walton duda un momento ante mi afirmación.

—Claro —añade—. En este momento es él quien está escapando. Si lo aprovechamos y lo acechamos antes de que organice otra emboscada cambiarán las tornas, ¿no?.

—Así es. Además, la reacción que tenga ahora me será de mucha ayuda para conocerle. Este encuentro no ha sido tan malo para nosotros como puede parecer. Exceptuando el golpe que ha recibido, claro —añado dándole una palmada en la espalda.

Walton esboza una leve sonrisa.

Le ayudo a levantarse e iniciamos camino siguiendo las huellas de Meyer, que ahora no ha sido tan cuidadoso y son evidentes.

No mucho después, el rastro se une a un estrecho sendero y poco más allá, antes de salir de la espesura del bosque, vemos que el pequeño camino llega hasta un puente colgante que cruza una alta garganta sobre el río.

El Puente
Imagen: IA y Luis Polo

—Maldita sea.

—No parece una buena opción —añade Walton.

—Es una ratonera. De ninguna manera podemos meternos en ese puente. Meyer está ahí mismo, al otro lado, oculto a la espera de que nos metamos ahí.

—Iremos río arriba —añado tras unos segundos—, buscaremos una zona más llana y menos caudalosa que nos permita cruzarlo con seguridad.

Iniciamos camino, bien ocultos por la espesura del bosque, siguiendo el curso del río hasta que alrededor de una milla más arriba, alcanzamos una zona suficientemente llana y no demasiado expuesta.

Busco un buen lugar donde apostarme y tener buena visibilidad, y vigilo durante un par de minutos cualquier signo de movimiento en la pendiente del otro lado.

El cauce es muy rocoso y se puede cruzar con cierta facilidad. Hay algunas rocas algo grandes que pueden proporcionar cobertura en caso de necesitarlo

—Adelante —le susurro—. Vaya ligero y deténgase sólo donde tenga cobertura. Cuando salga ahí, no mire hacia mí.

Walton, inteligentemente, se aparta un poco de mí antes de exponerse y se apresura hacia el río. Yo centro toda mi atención en los lugares que me parecen buenos para que un tirador se oculte.

Al saltar hacia una piedra, Walton sufre un pequeño resbalón que casi le hace caer, justo en el momento en que se escucha un disparo y un gemido de dolor de Walton. Veo sangre en su mano izquierda cuando ágilmente se oculta de un salto tras una roca, aunque no es suficientemente grande. No está seguro ahí.

Tengo en mi vista una zona localizada desde donde me parece que pudo haber disparado y centro toda mi atención en ese punto. No veo ningún movimiento. La niebla y la lluvia lo difuminan todo.

Depredador - Rio
Imagen: IA y Luis Polo

Entonces hago un disparo a ciegas hacia el lugar e inmediatamente ruedo hacia mi izquierda y vuelvo a apuntar. Antes de que me dé tiempo a centrar la visión en la zona objetivo, se escucha otro disparo y una bala impacta justo en mi anterior posición. Emito un grito de dolor.

Un instante después se escucha otro disparo y una bala impacta en el extremo superior de la roca en la que se oculta Walton, muy cerca de su cabeza, y una pequeña nube de roca desecha se eleva mientras se lleva las manos a la cabeza.

¡Lo tengo!. Ahora sí que he visto el punto exacto desde donde dispara. Es mi turno. Con toda la concentración que proporciona la sensación de visión de túnel, aprieto el gatillo y disparo.

Ahora el gemido de dolor vino del otro lado. Todavía concentrado en ese punto, veo otros helechos moverse un poco más a la izquierda. Vuelvo a disparar. Aunque no le dé, lo espantaré y podremos movernos.

Salgo a toda prisa hacia el río y hago un gesto con la mano a Walton para que avance con rapidez.

Walton, muy hábil, hace un disparo a ciegas con el revólver antes de comenzar a correr.

Donde se inicia la pendiente, ya en la otra orilla, hay una gran roca que aflora del suelo y que proporciona una perfecta cobertura, a donde llegamos con seguridad.

—¿Está bien?, ¿es algo grave?. Déjeme ver.

—Creo que no. La mano me duele pero no parece una herida preocupante. En la cabeza creo que sólo son unas pequeñas piedrecillas, míreme a ver.

—Sí, no es nada.

Saco una venda del petate y se la entrego.

—Vaya poniéndosela en la mano mientras voy a asegurarme de haberle dado a ese malnacido. Enseguida le ayudaré.

Con toda la precaución y el sigilo que puedo, me aproximo al lugar donde estaba Meyer. Hay evidentes rastros de sangre, tanto en el suelo como en los helechos. No sé si será una herida sería pero un simple rasguño no deja tanta sangre. Le he dado bien.

—Le he dado —le confirmo a Walton, ya de vuelta al cobijo de la roca—. Tendremos un poco de tranquilidad durante un rato. Ahora sí que podemos comer algo.

—Oh, sí, por favor.

Después de asegurarle la venda, del petate saco un par de latas de pemmican [pulsa el 1 para ver nota]1. No pronunciaré el nombre aparentando normalidad para no preocuparle, por si sabe lo que es.

Walton la abre inocentemente. No sabe lo que es. Su cara se transforma simplemente con el olor.

—Oh, Dios, ¿qué diantres es esto?.

—Algo que le dará mucha energía. Cómalo, vamos, si puede enfrentarse a Meyer puede enfrentarse a esto. Saque valor.

Walton lo prueba con cierto temor.

—Oh…, esto es un acto de fe. Se lo daré a mis hijos cuando se porten mal. Ahora entiendo por qué me hacía esperar para comer; pretendía que estuviese hambriento para poder tragar esto.

Asiento con irónica sonrisa.

—Sabe muy mal, es verdad. Está usted acostumbrado a que la comida debe de ser algo placentero. No me malinterprete; a mí también me gusta comer bien pero hay situaciones en que es una simple necesidad, como esta. Ya ve, no ocupa nada y le dará energía para perseguir a ese energúmeno.

A pesar de la dificultad, Walton se come la lata entera.

—Después de esto, creo que ya nos podemos tutear —dice después de terminársela.

—Desde luego que sí —contesto entre risas—, llámame Rick.

—Buck.

Walton es un tipo más o menos de mi edad, quizá uno o dos años menos y, aunque no es fácil juzgarlo por uno mismo, creo que incluso tiene un ligero parecido físico a mí y además un carácter ciertamente similar; cualquiera nos podría confundir como hermanos.

—Ha faltado poco, otra vez —añade Walton mirándose la venda en la mano.

—Sí, pero ¿te has fijado?. En nuestro anterior encuentro su estrategia era eliminar nuestros recursos, incluso burlándose, y ahora ha pasado directamente a eliminarnos a nosotros y sin haber asegurado un buen plan. Se ha dado cuenta de que nos había subestimado y lo está afrontando de forma errática. Es lo que esperaba de alguien como él; tiene conocimientos de sobra pero no tiene la inteligencia suficiente para gestionarlos eficazmente cuando las cosas no le salen como quiere.

—Es cierto —confirma Walton—. Allá atrás, en la colina, pudo haberme matado fácilmente y no lo hizo. Lo que parecía una burla se ha convertido en su peor error.

—De cualquier forma, ten en cuenta que no debemos subestimarle nosotros a él. Ahora es como un animal herido y actuará como tal; será todo lo despiadado y sanguinario que pueda ser para sobrevivir.

Nada más terminar, comenzamos a seguir el rastro de Meyer con especial cuidado. Ahora debemos extremar el sigilo.

La tarde pasa y poco a poco comienza a oscurecer.

La lluvia cae suave pero constantemente entre la niebla, que junto con el atardecer, dan un aspecto lúgubre al bosque. El barro impregna por completo las piernas y hace la ropa más pesada.

Desde que dejamos el río atrás, el silencio vuelve a ser el protagonista.

Nos movemos lentamente, parando a cada momento ante cualquier cosa que pueda parecer sospechosa.

No mucho después, se hace visible en la base de un árbol el lugar donde Meyer se detuvo a curar su herida, con el suelo lleno de pisadas que no se molestó en ocultar. No puede andar lejos.

De repente escucho el sonido que parece de un resorte liberándose. Giro la cabeza instantáneamente hacia atrás, a mi derecha, escuchando el siseo como de una flecha cortando el aire, para ver como el brazo de una trampa de pica se clava en el cuello de un desprevenido Walton.

—¡No!.

Me apresuro hacia él sin dejar de estar atento a mi alrededor. Walton emite sonidos ahogados intentando respirar. De una rápida sacudida, como un acto de inconsciente supervivencia, se desclava la pica y comienza a sangrar profusamente, al mismo tiempo que se sienta junto a un árbol con torpeza, el cuello erguido y una sobrecogedora expresión de pánico.

Me acerco para revisarle bien la herida. Tiene la tráquea seccionada transversalmente y los tejidos muy dañados. La punta de la pica ha llegado a perforar la carótida. La expresión con la que me mira fijamente es la viva imagen del miedo, incapaz de emitir ningún sonido.

—Tranquilo, amigo mío, te haré una traqueotomía y detendré la hemorragia —le digo mientras hago el ademán para quitarme el petate pero Walton me agarra con fuerza la mano por el lado del pulgar, como un camarada, mientras me sigue mirando fijamente.

Ambos sabemos que no hay nada que hacer.

Le aprieto la mano en señal de respeto y le coloco la otra sobre el hombro. Sus mirada se pierde en el infinito. No le digo nada más para que sus últimos pensamientos sean con su familia. Un poco después, lentamente cierra los ojos y su mano deja de hacer presión sobre la mía.

Convulsiona levemente un par de veces, y expira su último aliento.

Me quedo un tiempo inmóvil, a su lado, no sabría decirte cuánto.

Después, me quito el petate y le quito a Walton el suyo, guardo en ellos las pistolas y lo oculto todo bien, para quedarme sólo con mi rifle Marlin, poca munición, una cuerda y el cuchillo.

Me quito también el poncho para evitar el brillo que emite al estar mojado y cubro a Walton con él.

Me echo al suelo y comienzo a seguir el rastro de Meyer, reptando por el barro siempre por debajo de los helechos y la maleza, con el más completo sigilo, ayudado sólo por el rumor de la lluvia al caer.

De esa forma sigo el rastro durante algo más de media hora cuando ya cae la noche, lentamente, sin ninguna prisa.

Escucho levemente un sonido regular que no es de ningún animal. Lo sigo y me lleva directamente hasta Meyer.

Está sentado, oculto al pie de una gran roca, afilando un palo con su cuchillo, seguramente preparando otra trampa.

Me muevo hasta una posición desde donde tener una buena línea de tiro.

Busco un buen punto de apoyo, centro mi objetivo y apunto templadamente. Lleno los pulmones y los vacío hasta la mitad. Espero un par de segundos y aprieto el gatillo.

Meyer se sobresalta con el certero disparo. Desconcertado, aún no se ha dado cuenta de lo que ha pasado, seguramente piense que he fallado, hasta que coge su rifle Remington y se percata de que el cerrojo ha quedado destrozado e inutilizable.

Lenta y sigilosamente me retiro de la posición.

Meyer se oculta por un lado de la roca y comienza a gritar. Está nervioso.

—¡Aún tengo el rifle de tu compañero, imbécil!. ¿Por qué no vienes a por él?.

Sigue vociferando, nervioso.

Depredador - Meyer
Imagen: IA y Luis Polo

—¡Estás muerto!, lo sabes, ¿verdad?. ¡Estás muerto!. Para ti tengo reservada una muerte más lenta que la del idiota que iba contigo. ¡Verás mi cara mientras mueres!.


Un tiempo después, sin ver ninguna señal de movimiento, Meyer avanza sigilosamente haciendo un semicírculo hacia el lugar de donde vino el disparo. Ve algún leve rastro pero no le parece un buen plan seguirlo durante la noche. Ahora se siente acechado.

Busca un montículo que le proporcione algo de elevación desde donde pueda dominar todo a su alrededor, oculto entre la espesura, y espera. Atento al menor movimiento o sonido que no reconozca como de la naturaleza. Esos los conoce muy bien. Se sabe con la capacidad. Sabe que puede aguantar muchas horas agazapado a la espera de su presa.

Usa todos sus sentidos para reconocer todo a su alrededor, en todas direcciones.

El tiempo pasa. Así también hace saber a su oponente de lo que es capaz de aguantar.

Unas doce horas después, en la misma situación, el día comienza a despuntar y su campo de vision aumenta a pesar de la persistente niebla. Hace alrededor de una hora que no llueve. Ahora se vuelve a sentir con ventaja y ya puede salir a por su última presa.

Comienza a descender lentamente el montículo, apuntando su rifle en todas direcciones para asegurar el descenso, cuando un potente disparo retumba en sus oídos acostumbrados a tantas horas de silencio, y una bala impacta en el rifle, justo donde tiene la mano preparada para apretar el gatillo, provocándole una dolorosa herida en el dedo índice derecho, que queda destrozado ante el impacto y con la mitad colgando sólo por la piel.

El grito de dolor que emite inconscientemente le parece atenuado por sus oídos aún sensibles y estresados por el potente sonido del disparo y por lo inesperado de este.

Esta vez, Meyer guarda silencio. Sabe que está en serios apuros. Retrocede al resguardo de la maleza y ve, a lo lejos, el movimiento de alguien que se aleja, oculto aunque sin mucho cuidado, en la dirección por dónde vinieron el día anterior, hacia el río.

Eso le da cierta calma para poder aplicarse resina de pino en la herida y cubrirlo con corteza de abedul, antes de improvisar una férula para el dedo.

Poco después, Meyer comienza a avanzar sigilosamente en dirección al río. Sabe que se le acaban las opciones y debe terminar con su perseguidor o no conseguirá salir de ahí nunca.

Se mueve extremando el cuidado pero invadido por una extraña sensación que no conocía hasta ahora, inquieto. Estaba acostumbrado a ser el que manda, el que da las órdenes que deben ser obedecidas, el que no tiene a nadie a quien temer.

Encuentra fácilmente el rastro de su oponente; no se ha preocupado lo más mínimo por ocultarlo. Es un desafío y lo acepta, aunque va cauto. Las huellas no se dirigen al mismo lugar por el que vinieron.

Progresivamente comienza a escuchar el rumor del río que baja con fuerza entre las rocas. La niebla se va disipando y, tímidamente, algunos rayos de sol comienzan a iluminar el bosque.

Poco después, ya a la vista, el rastro lleva hasta el borde de la garganta por la que desciende el río, alta, no lejos de donde está el puente colgante.

Al borde del precipicio, un rifle Marlin esta apoyado a una pequeña roca. Evidentemente es el cebo para la trampa.

Meyer saca la pistola aunque deberá manejarla con su mano mala. Observa atentamente todo a su alrededor, en completo silencio. Necesita ese rifle. Tiene que adivinar la trampa.

En un instante, un ligero siseo que le hace agudizar el oído se escucha a su derecha pero antes de poder girarse, el lazo de una cuerda lo atrapa entre el cuello y su brazo derecho, y, de un fuerte tirón, comienza a arrastrarlo con mucha fuerza.

En ese momento ve a su oponente moviéndose rápidamente por detrás de un abedul y usando el tronco para tirar de él a modo de polea, con tanto ímpetu, velocidad y fuerza que le hace dar un traspiés e ir de cabeza contra el tronco, con un golpe tan fuerte que lo deja momentáneamente aturdido.

Todo fue tan rápido que ni siquiera fue consciente del momento en que se le cayó la pistola, cuando ve al hombre recogerla del suelo y lanzarla hacia el vacío, por la garganta.

Tarda varios segundos en escucharse el golpe contra una roca cuando el hombre ya está sobre él, quitándole la soga, agarrándolo por el cuello del abrigo y tirando de él con fuerza para que se levante.

—¡Levántese!.

Cuando Meyer consigue a duras penas levantarse, el hombre le propina un fuerte puñetazo en la cara.

—¡Este por tu hija!.

Meyer se tambalea hacia atrás y eleva los brazos a modo de protección pero recibe otro fuerte puñetazo en la cara.

—¡Este por el bebé que tuviste con tu propia hija!.

Meyer se cae de espaldas con el golpe e intenta torpemente levantarse. El hombre lo vuelve a agarrar por el cuello de la chaqueta tirando para que se levante, y le vuelve a propinar otro fuerte puñetazo.

—¡Este por el guardia del banco!.

Meyer vuelve a caer por el golpe. Es consciente de que a cada uno que recibe, está más cerca del precipicio e intenta zafarse pero el hombre lo agarra por el pelo y lo levanta de nuevo, para darle otro fuerte puñetazo.

—¡Este por el rehén!.

La furia es cada vez más visible en el hombre que le está golpeando. Meyer vuelve a caer, ya a escasos pasos del borde pero está muy aturdido para poder presentar alguna defensa eficaz.

El hombre lo vuelve a levantar de un tirón, agarrándolo por la ropa. Le mira fijamente mientras Meyer a duras penas se aguanta de pie, haciendo un leve gesto con las manos, pidiendo clemencia.

El hombre, con más fuerza que los anteriores, le propina otro puñetazo más pero este, en vez de dárselo en la cara, va directo a la garganta.

—¡Y este por Buck Walton!.

Meyer cae como un muñeco de trapo llevándose las manos al cuello, justo al borde del precipicio, pero con la roca tan húmeda todavía, comienza a resbalar. Eleva los brazos en petición de ayuda; apenas puede sacar un hilo de voz por el fuerte golpe.

—Ayúdeme —puede apenas susurrar mientras resbala.

El hombre se inclina sobre Meyer. Sus ojos son la viva expresión de la furia. Adelanta un brazo hacia su presa…

FIN


¿Te gustó?. Ayúdame a seguir escribiendo


Todos los relatos, biografías, imágenes (salvo las que se indica una autoría diferente) y archivos de audio en esta web están protegidos con Copyright y licencia Creative Commons: Mundo Kaplan, propiedad de Luis Polo López, tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0 

Notas:

  1. El pemmican son pequeñas y ligeras latas de carne y grasa deshidratadas que pueden tardar varios años en caducar y que aportan gran cantidad de energía. Se fabrica comercialmente desde el siglo dieciocho y, originalmente, es un invento de los indios Chipewyan, del norte de Canadá. El Ejército de los EEUU lo utilizaba habitualmente en la primera mitad del siglo XX. (Nota copiada del capítulo 11 del relato «Gran Cañón»). Pulsa la siguiente flecha para volver a donde estabas. ↩︎

Deja una respuesta